2012 fue el año en el que por fin pude acompañar a Ximena a Huancayo por Semana Santa (y, además, por fin pude conocer a su macho después de un año y medio).
El primer día, luego de habernos aclimatado y descansado lo suficiente, decidimos ir a pasear toda la mancha: Ximena, Jose (su macho), Virginia (hermana de Ximena), la princesa y su séquito (la princesa era la cuñada de Gustavo, el primo de Ximena, una flaca engreída a la que el resto de la mancha –salvo unos pocos– le hacía caso y poco más le lavaba el culo) y yo.
El plan era ir al llamado Bosque Dorado y llegar allá máximo a las 5 de la tarde para encontrar algo de luz (el clima era de invierno, por lo que oscurecía temprano y rápido), pero entre la conchudez de la princesa de demorarse casi una hora para alistarse después de almorzar y su berrinche por no subirse a un Volkswagen Escarabajo (¿qué esperaba? ¿Una limusina?) e ir en un Yaris (que, evidentemente, no soportaría el camino hacia el bosque), el plan inicial se fue al carajo y terminamos saliendo de la casa a la hora en que pretendíamos llegar a nuestro destino.
El camino de la casa hasta el bosque era largo, por lo que decidí llevar una botella con agua para el transcurso. ERROR. Si algo deben de saber de mí, es que tengo un problema con mi vejiga: cuando tomo alguna bebida por primera vez después de varias horas, al instante me dan ganas de ir al baño. Lo bueno es que puedo aguantar la pila hasta dos horas; lo malo es que, luego de esas dos horas, necesito orinar…donde sea.
Después de casi media hora que se me hizo eterna, el cielo de Huancayork comenzaba a llorar, lo que me sacaba sonrisas (amo la lluvia) y, la vez, dificultaba el trayecto para el Yaris, la movilidad de la princesa y su principal séquito (su comprometido –pobre hombre– y su mejor amiga). Pero fue tanta la intensidad de la lluvia que formaba más y más barro y hacía que a los tres carros (la camioneta de Jose, el Escarabajo y el Yaris) se les hiciera difícil avanzar cada vez más.
El primero en caer, como ya todos lo esperábamos, fue el Yaris, por lo que la princesa y su mejor amiga tuvieron que subirse a la camioneta de Jose y dejar al pobre hombre solo, tratando de sacar el carro del lodo que lo hundía cada vez más.
Y mientras Jose trataba de desatascar el Escarabajo, que fue el segundo en caer, la princesa hacía hígado aclamando que mejor hubiéramos ido a Plaza Vea (¡¿QUIÉN CHUCHA VIAJA PARA IR A UN SITIO QUE CONOCES DE PAPORRETA?!), su mejor amiga coincidía en todo lo que decía, Ximena cantaba lo que sonaba en la radio y Virginia se quejaba de dolor de cabeza, yo sentía que mi vejiga estaba a punto de explotar, que no había forma de que aguantara hasta regresar a la casa y que, si no quería orinarme encima por segunda vez en mi adulta vida, tenía que salir de la camioneta en cuanto antes.
Al pedirle (exigirle, más bien) a Jose que nos dejara bajar de su camioneta (para que sea más fácil sacar a la camioneta del barro porque habría menos peso), le supliqué a Ximena que me prestara papel higiénico, Kleenex o cualquier papel que tuviera a la mano y me hiciera la taba.
Y mientras los hombres se ocupaban de desatorar los tres carros del lodo, Alessandra Cavagnaro, acompañada de su mejor amiga, se iba a un rinconcito del bosque a vaciar su vejiga.
Habiéndome pasado esto (sumado al día en que me oriné encima dentro de Abelardo), estoy considerando seriamente, por primera vez en mi vida, comprarme pañales Pampers o toallas Plenitud. Pero sólo “considerando” porque –creo– aún me queda algo que no pienso perder en un futuro cercano: dignidad.
Los tres carros atorados en el lodo |
Blanca, la vaca que me quería lamer |
Jack, mi flaco durante el viaje |
Con Ximena |