domingo, 27 de enero de 2013

Que viva esta frágil vida


Si retrocedemos el tiempo y nos detenemos a cuando éramos solo unos niños, nos daremos cuenta de que nuestros padres, abuelos o quien(es) hayan estado a nuestro cargo eran como nuestros sensei.

Nos enseñaron a gatear, a caminar y a pasar de “caca, pichi, poto” a hablar con propiedad. Nos enseñaron a levantarnos después de caernos, a usar el wáter, a enjuagarnos las manos antes de comer, a lavarnos los dientes después de tragar, a respetar siempre a nuestros mayores, a usar sin malograr los aparatos tecnológicos de ese entonces, a no hablar con extraños, a mirar por ambos lados antes de cruzar la pista, a agradecer por lo que nos han dado y seguirán dando.

Pero creces y, conforme van pasando los años, los papeles se van invirtiendo.

Aquella persona que te daba tanto amor ahora no te conoce o se encuentra incapaz de dártelo. Ahora tú tienes que mencionarle quién eres y a ayudarle a pararse porque el cuerpo y los años le pesan. Le recuerdas que es importante que se lave los dientes, enjuague las manos y mire hacia ambos lados antes de cruzar la pista. L@ acompañas a sus citas médicas porque él/ella ya no puede ir sol@. Le enseñas cómo manejar la tecnología del momento y quién o quiénes son los grupos de moda. 

Y como quien no quiere la cosa, o sin que te des cuenta, l@ ayudas a que se vaya a dormir mejor.

Que viva esta frágil vida.

martes, 8 de enero de 2013

Mamina y Paparmando

 
Se conocieron cuando ella tenía 14 y él 20 años, pero no estuvieron juntos hasta que ella tenía 18 y él 24. Él ya había tenido varias parejas, pero sabía que la quería a ella. Ella no había tenido ninguna pareja, pero sabía que él era su vida entera.

A lo largo de mis 22 años, he visto a la Mamina y al Paparmando en diferentes escenarios: al segundo regalándole un peluche a su amada por el Día de los enamorados, a la primera llevándole a su gran amor el desayuno a la cama, al segundo hablando maravillas de la primera y a la primera contemplando al segundo.
Pero hay un escenario que aún recuerdo a la perfección hasta el día de hoy.

Yo parada en la esquina, viéndolos a ellos. Ellos caminando de espaldas hacia mí. La Mamina a la izquierda y el Paparmando a la derecha. Ella con su falda de flores y su polo amarillo y él con su pantalón crema y su camisa celeste. Están tomados de la mano y dirigiéndose a la iglesia. Y antes de llegar a la puerta, palomas blancas vuelan cerca a ellos.

Si no me equivoco, esa fue la primera vez que vi el amor.

Casi 60 años y 6 hijos después, la Mamina y el Paparmando siguen juntos, pero muchas cosas han cambiado.

Viven en la misma casa, pero la Mamina duerme sola porque el Paparmando casi no sale de su –ahora– cuarto ni se levanta de su cama debido a una operación en la rodilla y a su edad avanzada.

Ya no escucho palabras bonitas ni presencio acciones tiernas. Ahora escucho quejas y exigencias.

Sé que 60 años es una eternidad juntos, pero también sé que, en algún momento de sus vidas (y por muchos años) fueron felices. Creo que ese es el recuerdo con el que decido quedarme yo.