martes, 29 de enero de 2019

Un poco tontos

Alguna vez he mencionado que me cuesta decir que no. No encuentro las palabras, no logro inventar una excusa convincente, pienso que voy a hacer sentir mal a la otra persona y, por ende, termino diciendo que sí.

A veces, luego de comprometerme, odio momentáneamente a la otra persona y aprendo la lección; otras veces, igual los odio momentáneamente, pero también digo "ok, no estuvo tan malo. Quizás lo volvería a hacer".

La primera vez que sentí eso fue hace dos años, cuando organicé la despedida de soltera de mi mejor amiga en Cusco. Teníamos pocos días y bajo presupuesto para los tours tradicionales, pero la solución llegó rápido: un paseo a caballo (su animal favorito) por el sitio arqueológico del Templo de la Luna.

Ya que la última vez que me había subido a un caballo (que, en realidad, fue un pony) había sido hace más de 15 años, me invadió el pánico. Tenía cero ganas de subirme, pero sabía que si no lo hacía luego me arrepentiría. "Por favor, que al menos me toque el más tranquilo". Subí con ayuda, me acomodé y al segundo me paralicé. 

¿Cómo funciona esto? ¿Cómo me agarro? ¿Cómo lo guío? ¿Por qué hizo ese sonido? ¿Por qué me subí a esta cosa? ¿Por qué está corriendo? ¿CÓMO LO DETENGO? ¡AYUDAAA!

Al poco tiempo, Ximena se dio cuenta de mi sufrimiento: "Cavag, ¿estás bien?". "Chavez, te quiero, pero cámbiame de caballo ahora porque siento que me muero". El guía también se había dado cuenta, se acercó y, muy campantemente, nos confesó que a mí me había tocado lo que parecía un potro salvaje (un caballo joven al que habían mordido hace poco y por eso andaba inquieto). "Cavag, no te preocupes. Toma mi caballo que es bien tranquilito".

Cambiamos de caballo y volví un poco a la vida, aunque mi cuerpo seguía paralizado. La concha me dolía, un pie me ardía y mis dedos parecían congelados por tanta tensión, pero un rato después comencé a disfrutarlo. Terminó el paseo, abracé a Ximena y le dije "Si alguna vez tenía que volver a subir a un caballo tenía que ser por ti, de todas maneras".

Haciendo tiempo para no subir al caballo.
Desesperada por bajar (extremo izquierdo).
La segunda vez fue el año pasado, cuando mi hermana mayor decidió que sus fotos prematri serían en las Lomas de Lúcumo. "¿Quieren ir?", nos preguntó a la menor y a mí. "Veamos", dije. "En las clases de Educación Física del colegio nunca aprendí a controlar mi respiración y en la subida a Pastoruri (tengo la costumbre de hacer malas comparaciones) sentí que dejaría mi cuerpo a mitad de camino, pero no creo que la subida a esas lomas sea tan malo. Ya, vamos".

A las 11 de la mañana del día siguiente ya estábamos listos para subir a las lomas. "Todo sea porque es ella, porque no volveré a subir a estas cosas y porque las fotos valdrán la pena".

Ah, mira. Esto no está tan mal. Tengo mi termo de agua, zapatillas para escalar y mi hermana y cuñado atrás. Ok, ya me estoy cansando un poquito. No puedo respirar. Cálmate, Alessandra. ¡¿POR QUÉ TODOS SUBEN TAN RÁPIDO?! Cada uno sube a su tiempo; tranquila. PERO ESA SEÑORA ES MUCHO MAYOR QUE YO Y SUBE SIN PROBLEMAS. Pero tú no eres esa señora. Te demorarás un montón, pero lo lograrás. "Ale, ¿cómo vas?" NO ME HABLES, MIERDA. "Bien, pero no puedo hablar porque sino me canso más". Necesito un descanso. Necesito otro. DEJAN DE AVANZAR SIN MÍ, MALDITA SEA. ¡ANDREAAAA!

Después de lo que se sintió una eternidad, con hartas paradas y la botella de agua a punto de terminar, llegamos a la cima y valió la pena, como sabía que lo haría. "Ya subí a un caballo y ya llegué a la cima de unas lomas. ¿Qué me tocará hacer el próximo año?".

Sin oxígeno, pero contenta.
La tercera vez fue hace unas semanas, luego de una parrillada a la que me invitó un pata. "Ale, he tomado mucho. Tú me vas a llevar luego a mi casa manejando mi caña, ¿ya?". "Pero no tengo conmigo mi brevete". "No te preocupes; no va a pasar nada. Toma mis llaves".

Las horas fueron pasando, él siguió tomando y yo me fui desesperando porque en el fondo sabía que, cuando llegara el momento, no iba a poder decir que no. Pero entré en negación y le di las llaves al dueño de la casa: "Por favor, guárdalas tú y, cuando te las pida, dile que no las encuentras para que se vaya en taxi a su casa" (qué ilusa). "Ok, Ale, no te preocupes; no se las daré", me dijo y confié.

Fernando, el dueño de la casa; Alejandro, mi compañero abstemio y Renzo, el terco.

Más horas fueron pasando y ya era momento de la despedida. "¿Tienes mis llaves? ¿Me llevas a mi casa, ¿no?", preguntó. "Las tiene Fer. ¿Por qué no te vas a tu casa en taxi y dejas acá tu camioneta? Tú no puedes manejar así y yo no tengo mis documentos acá". "Ya, no te preocupes: yo manejo, entonces". Mi cara de culo apareció. "¿Qué parte de 'no puedes manejar' no entendiste?". "Sí la hago, Ale. Manejo desde hace muchos años y siempre soy muy cuidadoso", dijo terco como una mula. Le comenté que no tenía sus llaves y fue a preguntarle a Fernando, quien finalmente sucumbió ante la presión.

Carajo, ¿y ahora qué hago? Él no va a querer dejar su camioneta acá y no puedo dejar que maneje solo hasta su casa porque me importa demasiado. Pero nunca he manejado una camioneta y creo que la suya es automática. ¿Y si nos paran en el camino? ¿Y si me suspenden el brevete? ¿Y si choco? CARAJO, ¡¿QUÉ HAGO?!

Después de debatirlo por varios minutos, decidí que lo mejor era acompañarlo hasta su casa como copiloto, porque al menos él sí tenía brevete. Entramos al carro y, cuando me di cuenta de que ni siquiera podía encenderlo y que esa no sería una bonita forma de morir, me armé de valor y le dije con miedo: "Sal de acá; yo manejo". 

Me senté en el asiento del conductor y sentí cómo rápidamente mi cuerpo se iba tensando, como me pasó con el caballo. Me hizo una breve explicación de cómo manejarlo y, cuando me percaté de que el carro era mecánico, pensé "esto no puede ser tan malo".

A ver, mierdecita. Espero que nunca te olvides de esto que voy a hacer por ti. Botón de encendido, luces, cinturón. ¡NO TE DUERMAS! Embrague, primera, avanza. ¡Lo hice! Tiempo estimado según Waze: 25 minutos. Bacán, 25 minutos de siesta para él y 25 minutos de tensión para mí. Debo quererlo demasiado. Ok, ya avanzaste unas cuadras. Puedes hacerlo. Carajo, se apagó el carro. No importa. Hazlo de nuevo. ¡Lo estás haciendo bien! Un patrullero detenido y sí o sí tengo que pasar por su costado. ¡NOOO! Vamos, Ale; peores cosas has hecho (?). Respira, respira. ¡Lo hiciste!

De pronto todo fue más fácil. Llegamos a su casa antes de la hora estimada, la camioneta intacta, él vivo y yo sin ningún castigo. De regreso a mi casa, sentí cómo mi cuerpo volvía a la vida, al mismo tiempo en que él me mandaba un mensaje con un gran "GRACIAS".

Pensé en las cosas que, a pesar del miedo, he hecho por otra persona y en cómo nos transformamos cuando solemos querer mucho a alguien: miedosos, un poco confiados, algo invencibles, pero, sobre todo, un poco (bastante) tontos.


miércoles, 16 de enero de 2019

Las típicas hermanas

Nunca fuimos las típicas hermanas confidentes ni las que compartían todo, salvo algunos juguetes y la ropa (y el cuarto hasta los veintitantos, cómo olvidarlo). No fuimos mejores amigas ni tampoco las que paran todo el día juntas.

Pero, creo, teníamos y tenemos algunas cosas que, aunque son comunes en muchas hermanas, también nos hacen especiales:
  • Terminar la frase de la otra o decir las cosas al mismo tiempo
  • Conocer los gustos de la otra casi sin dudarlo
  • Compartir la ropa (aunque ahora vivamos lejos)
  • Hacer bromas internas sobre nuestros papás
  • Respetar la opinión de la otra aunque no necesariamente estemos de acuerdo
  • Lucir atuendos horribles cuando éramos niñas
Pero, sobre todo, emocionarnos por las cosas que le pasa a la otra.

Yo cuando se graduó del colegio; ella cuando terminé la universidad después de mucho esfuerzo. Yo cuando abrió su negocio; ella, cuando yo abrí el mío unos años después. 

Yo cuando usé 1 de mis 12 uvas como cábala pidiendo que Miguel y ella den el gran paso. Yo cuando se comprometieron al día siguiente. Yo el día de su matri civil cuando quise decirles algo y las palabras no me salían. Yo el día de su matri religioso cuando la vi entrar a la iglesia del brazo de mi papá.

Yo ahora, sin motivo aparente, pero emocionada por todo lo bueno que se te viene, hermanita del alma.

Oda a la Mamina

Algunos la conocen y otros quieren conocerla apenas la ven. Ella es del tipo de persona que ilumina cualquier ambiente y que no puedes dejar de querer.

Estas son algunas cosas que quiero que sepan de ella:
  • Conoció al amor de su vida cuando tenía 14 años, pero recién tuvo permiso de estar con él a los 16. Tuvieron 6 hijos y estuvieron casados por 62 años
  • Todas las noches, después de comer, se acerca a su jardín para mirar al cielo y agradecer por quién sabe qué (aunque sospecho que aprovecho también para hablar con mi abuelo)
  • Es supersticiosa como muchas otras abuelas: toca madera cuando siente que debe hacerlo, pide un deseo al soplar una pestaña y nunca deja que seamos 13 en la mesa
  • Desde que tengo memoria, me dice "Tanita" y no sé por qué, pero tampoco quiero saber. También, todos los años por mi cumpleaños, me llama y me canta esta canción: "Mi Tanita, mi Tanita, mi Tanita de mi amor. Yo te quiero tanto, tanto, con todo mi corazón"
  • Si le regalas algo, con agradecerte una vez no es suficiente. Lo hace apenas le das el regalo, a la hora de despedirse y te llama más tarde o al día siguiente a seguir agradeciéndote
  • Por muchos años vivió al costado de su hermana "Marujita", a quien consideraba su alma gemela. También, cuando ambas eran jóvenes, brevemente abrieron un nido y dicen las buenas lenguas que los entonces niños aún se acuerdan de ellas.
No sé cuánto tiempo voy a tenerla porque, aunque se me llenan los ojos de lágrimas con solo pensarlo, sé que de cuerpo no va a ser eterna. Por eso la vivo cada vez que puedo y la gozo cada vez que ella me deja.

Ella es Mamina. Ella es vida. Mi vida.

El día de su matrimonio

Con "Marujita"

Mandando besos a su fanaticada

Feliz en su jardín

Ella.