sábado, 21 de agosto de 2010

Sin título


Había tenido dolor de panza desde hacía varios días que no tardaron en convertirse en semanas. De hambre no era, de eso estaba segura. ¿De tensión? Quizás. ¿De estrés? Probablemente. ¿De alguna infección? No podía confirmarlo, pero podía ser. Después de descartar varios posibles factores, me iluminé. ¿Y si el dolor se debía a lo que más temía? ¿Y si alguien, a mis 20 años, desubicada y desempleada, estaba creciendo dentro de mí? “No –pensé–. Imposible. No siento fatiga, ni náuseas, ni vértigo ni otros síntomas típicos de la palabra que por este momento no me atrevo si quiera a escribir. Pero ¿y si soy la excepción? ¿Y si puedo estarlo aun sin presentar todos esos síntomas? ¿Y si el brother de arriba se quedó picón porque alguna que otra vez lo puteé y ahora quiere vengarse de mí?” Suplico y resuplico que este dolor de panza se vaya ya o que descifre de una buena vez a qué se debe antes de perder el control. Y siguiendo los típicos ejercicios para mantener la calma, inhalo y exhalo unas 20 veces hasta que me “tranquilizo” y me decido a comprar, por primera vez en mi vida, un test de (lo haré lento) em…ba…ra…zo.

Sin decirle ni una palabra a alguien, salgo veloz de mi casa rumbo a la farmacia, con el corazón latiendo a mil por hora y el cuerpo temblando como si tuviera principios de epilepsia. Llego en 5 minutos y regreso en 20, porque con los nervios con las justas he podido movilizarme. Me dirijo al baño, cierro la puerta bruscamente, me siento en el trono, expulso unas cuantas gotas, cierro los ojos suplicando por ver un signo negativo en lugar de uno positivo y espero durante los 5 minutos más largos de mi vida. Al abrir los ojos con la mayor dificultad posible, me doy con la peor sorpresa de toda mi vida: el maldito signo es positivo.

“Embarazada. Estoy embarazada. Embarazada estoy”. Repito esta frase varias veces y de distintas formas en mi mente, pero sé que el significado es el mismo. Entro en pánico. ¿Qué carajo voy a hacer con mi vida? ¿Cómo se lo digo a mis papás y al flaco? ¿Cómo voy a mantener al critter? Sin encontrar una respuesta a estas incógnitas, salvajemente abro la puerta del baño y corro a mi cuarto con el propósito de meter todas mis cosas en una maleta y desaparecer de esta vida y pasar a otra junto a mi critter, donde no tenga que darle ninguna explicación a nadie y nadie, a su vez, me moleste.

Y justo cuando logré cerrar la maleta, cuando planeé a dónde dirigirme, cuando estaba a punto de enfrentar a mi madre que violentamente golpeaba mi puerta preguntándome qué rayos pasaba, abrí los ojos y desperté.

miércoles, 11 de agosto de 2010

A sonreír se ha dicho


¿Cuántas veces hemos escuchado o leído las famosas frases cliché? “Las cosas pasan por algo”, “todo va a estar bien” o “el que no arriesga, no gana’’ son, en mi caso, las más sonadas. Y hasta hace no mucho, automáticamente las palabras métete tu cliché por el culo se unían en mi mente cada vez que escuchaba o leía alguna de estas frases. Pero a mi pesar, me di cuenta de que, por más que estas malditas frases sean de lo más cursis, son, a su vez, tan increíblemente ciertas que se vuelven parte del fenómeno «es tan malo que ya es bueno».

¿Y cómo funciona dicho fenómeno? Simple:

1) Repudias la frase cliché apenas la escuches o la leas
2) Te sucede algo que te hace relacionar el evento con la frase cliché, dándote cuenta de que es completamente cierta
3) La frase cliché se vuelve parte de tu vida, haciendo que la relaciones con diversos eventos de tu día a día.

Y es que, como dice otro conocidísimo cliché, muchas personas necesitamos «ver para creer». Sí, ya sé que no se pueden ver los clichés, pero se sienten, de alguna u otra manera. Es como cuando tu amigo te dice que puede doblar hacia atrás el pulgar hasta tocar su brazo, y tú, de lo más incrédulo, juras y rejuras que no es capaz de hacerlo, que te está metiendo el floro de su vida, sólo para que tu amigo haga la acción y te cague en una.

El otro día (o sea, hace semanas) tuve un problema personal que me dejó hasta las huevas, moqueando por todos los rincones de la casa y con tendencias suicidas (mentira, nunca tanto). Necesitaba inspiración, motivación, estimulación y demás sinónimos que terminan en ación. ¿Y saben qué fue lo que al final me hizo despertar de mi estado de coma? Sí: el maldito cliché. Aquel que dice que “todo va a estar bien” y que, si te lo dicen de la forma correcta, a pesar de que el mundo se esté cayendo en pedazos, funciona a la perfección porque te lo crees desde la T inicial hasta la N final. Pero ese día, además de percatarme de lo poderosas que pueden llegar a ser las frases cliché, reparé algo más poderoso aun: la sonrisa. Porque no sé ustedes, pero para mí la sonrisa lo puede (casi) todo, sobre todo transmitir emociones o lo que uno está pensando en el momento.

Dicho aquello, me tomé el tiempo de revisar cada una de las fotos que tengo guardadas en mi laptop, buscando algún mensaje que haya logrado transmitir con tan solo despegar mis labios y abrir mi boca. Y esto fue con lo que me topé:

- “Caballo, eres el amor de mi vida”


- “Mírame. Aprecia mis sombras…y de paso mi sonrisa”


- “Parezco feliz, pero por dentro estoy maldiciendo el maldito frío”


- “¡Qué emoción! ¡Estoy mojada!”


- “Vine aquí porque no tenía otra cosa más que hacer”


Díganle a su mejor amigo(a) que lo(a) quieren a horrores, díganle a papi que lo extrañan mientras está en el trabajo, díganle a mami que nadie cocina mejor que ella, díganle a la hermana lo mucho que la admiran, a la pareja lo mucho que les gusta, al perro un «gracias» por acompañarlos siempre. Cojudeces o coherencias, no dejen de decir las cosas con una sonrisa. Se sorprenderán el efecto que puede provocar en los demás.

Los dejo con unas frases que encontré web-eando sobre la sonrisa. Tomen nota, por favor.

- “La sonrisa cuesta menos que la electricidad y da más luz”.
- "Comienza tu día con una sonrisa y verás lo divertido que es ir por ahí desentonando con todo el mundo".
- “Una sonrisa no cuesta nada, pero vale mucho. Enriquece a quien la recibe, sin empobrecer a quien la da. Dura solo un instante, pero el recuerdo de esa sonrisa dura para siempre”.
- “Sonríe siempre, aunque sea una sonrisa triste, porque más triste que una sonrisa triste, es la tristeza de no saber sonreír”.

jueves, 5 de agosto de 2010

La pequeña desubicada


Post dedicado a mi infancia, a mi inocencia, a mi ingenuidad, a mi estupidez y a la niña que aún alberga en mí.

El martes pasado, conversando con Diego, confesamos anécdotas, experiencias, secretos, frases, palabras, y todo lo demás que nos haya marcado durante nuestra infancia. Empecé confesándole que de pequeña solía ver las típicas novelas mexicanas, que me alucinaba ser la protagonista de las mismas y que, obviamente, lloraba a mares cada vez que las veía. Me alucinaba también ser una actriz y cantante de pop tan famosa que me alucinaba ganar todos los premios de todas las premiaciones existentes y salir a la calle, que la gente me reconociera y me pidiera autógrafos. Le confesé también que me gustaba jugar con las barbies y crear mis propias historias: que Barbie se fue de compras, que Barbie conoció a su príncipe azul llamado Ken, que Barbie se casó con Ken y tuvieron a Barbicita y a Kensito, que Barbie lleva a los bebés al doctor, que Barbie y Ken viven felices para siempre y colorín colorado.

Como el tema me dejó intrigada y pensativa, ese mismo día, camino a mi dulce hogar, hice un buceo cerebral, buscando otros recuerdos que hayan marcado mi infancia. Después de varios minutos taladrando mi cerebro, pude recordar dos experiencias que marcaron mi niñez (y que alguna vez fueron motivo de burla durante los viernes de la Mamina, en donde tomaron lugar) y algunas frases y conductas célebres de mi infancia:

- A los 2 años, aproximadamente, me encontraba en el comedor buscando con qué entretenerme cuando me percaté del cadáver de una cucaracha en el piso. Después de hacerle saber a los demás mi gran descubrimiento, mi tío Armandi me dijo algo que me marcaría hasta el día de hoy: “¿Sabías que las cucarachas son riquísimas con chancaca?”. Yo, toda ingenua, recuerdo perfecto ir a la cocina, abrir la refrigeradora, sacar la chancaca, regresar a la sala, agacharme y estar a punto de echar la chancaca a la cucarachita. Obviamente, me detuvieron antes de hacerlo, pero hasta hoy me pregunto si de verdad las cucarachas son ricas con chancaca.
- A los 3 años, aproximadamente, me encontraba en la sala, con mamá y Mamina al lado. “Mami, ¿juegas conmigo?”, pregunté. “Ahorita no, hijita. Estoy hablando con la Mamina”, respondió mamá. “Pero no tengo nada que hacer, mami”. “Anda a comprar papas donde el chino”, respondió mi señora madre, sin percatarse de que su pequeña hija entendería sus palabras al pie de la letra: me levanté del piso, me acomodé mi vestidito con bobos y mis zapatitos de charol, bajé las escaleras, abrí la puerta y salí a la calle, determinada a cumplir con el encargo de mamá, con dirección a la bodega de la esquina del chino (¿se han dado cuenta de que {casi} SIEMPRE hay una bodega en la esquina de su casa y {casi} SIEMPRE el dueño es chino?). Después de pocos segundos de caminar y de que mamá en casa soltara un «¡¿dónde se ha metido esta niñita del demonio?!», me encontraron a pocos pasos de la casa, mamá preguntándome adónde me dirigía y yo respondiendo, simplemente, «a comprar papas donde el chino».
- Recuerdo ir todas las mañanas al cuarto de mis papás a ver Nubeluz con mamá, mientras papá se bañaba, y desear ir algún día a su programa.
- Recuerdo que no me gustaba Yola Polastri, pero que me gustaba verla porque anhelaba ser una de sus burbujitas.
- Recuerdo que me fascinaba El narrador de cuentos, a pesar de que algunos cuentos me daban pesadillas luego.
- Recuerdo tener una pelota morada del Coronel Sanders (el viejito de KFC, para los incultos) y creer firmemente que la pelota era mágica, puesto que cada día “alternaba caras” (si la pelota estaba derecha, veía al Coronel Sanders; si estaba al revés, veía una especie de monstruo).
- Recuerdo que cada vez que compraba helado, me lo untaba en los labios como si fuera lápiz labial, y le preguntaba a papá, toda coqueta, «papi, ¿te gustan mis labios?»
- Recuerdo que me encantaba tanto Cebollitas que no me lo perdía ni una sola vez, que me empecinaba en no salir o hacer otra cosa hasta que no acabara la serie y que me sabía todas las canciones al pie de la letra (Olé-ola (x3), ¡Cebollitas, sí!).
- Recuerdo hacer el primer papelón consciente de mi vida, a los 9 años, estando en D’nnos Pizza: preguntarle al mesero si tenían chicha morada y que, ante la cara de burla de este, mi papá me preguntara «¿no quieres wantán también?».

Taladrando un poco más mi cerebro, recordé los juguetes que tenía, que tanto me gustaban, y me preocupé al desconocer su paradero. Así que llegué a mi casa y comencé a interrogar a mamá:

- Má, ¿dónde está mi conejo que roncaba?
- Se regaló.
- ¿Y mi muñeca que daba volantines y que tenía…?
- Se regaló.
- ¿Y mi peluche de perro que…?
- Se regaló.
- ¡¿Quéee?! ¡¿Acaso ya no quedan más juguetes de mi infancia?!
- Ay, hijita, no sé. Fíjate en el cuarto de Arianna. Ahí debe haber algo.

Asustada y traumada, corro al cuarto de Arianna y me dispongo a revisar centímetro por centímetro su clóset, en busca de algún juguete o de algún recuerdo de mi niñez.

Y no se imaginan la decepción que sentí al encontrar no más de ocho recuerdos en aquel rincón de madera. Sentí vacío, sentí que me habían quitado una parte de mi vida y sentí tremendo egoísmo al desear, por un momento, que mis adorados juguetes regresaran a mí y que huyeran de las manos del niño o niña que ahora los tendría en su poder. Pero aterricé, y recordé que, en muchos casos, cuando uno da, siempre recibe algo a cambio tarde o temprano.

Si por casualidad se quedaron con las ganas de saber sobre los pocos recuerdos (materiales, vale decir) que pude encontrar, no se preocupen que aquí están las fotos con una pequeña descripción. Disfruten.

1) Así como papá tenía un cajón repleto de herramientas, yo tenía las mías de Plaza Sésamo, y juraba y rejuraba que con ellas podía construir un palacio para mis princesas.


2) Mi mini proyector de Plaza Sésamo y mi Gusano iluminado. El primero contiene una canción de cuna (que aún suena y que casi me produce lágrimas cuando lo escuché por primera vez después de más de 15 años) y una especie de película que se proyectaba a las paredes de mi cuarto y mostraba diferentes imágenes de los personajes de Plaza Sésamo; el segundo era mi muñeco para dormir, al que apretaba en la pancita y se iluminaba su carita.


3) Los componentes (o mobiliarios, como dijo mi madre) para la casa. Tenía el televisor, la sala de estar, la cómoda, el sofá, el radio. Todo lo que en ese entonces albergaba en mi casa lo tenía yo en tamaño miniatura y creaba, como mencioné antes, mis propias historias con Barbie y adorado su Ken. También tenía la cocinita, que compartía con mi hermana Andrea y todos los días soltaba la típica frase: “Mami, ¿qué quieres comer hoy?”


4) Mi lego. Carajo, ¡cómo me gustaba el lego! Miraba las imágenes y me proponía a hacer exactamente las mismas figuras. Y las volvía a armar una y otra vez por diversión (o aburrimiento, quizás). Creo que también deseé alguna vez ser la niña de la foto. Anhelé aparecer en una foto como aquella, junto con todas mis construcciones.


5) Mis cuentos de Disney y los rompecabezas. Siempre me gustó leer, desde chiquita, y todos los días leía (nunca nadie me leyó) uno nuevo, hasta acabar todos los de una colección, para luego volver a empezar. Pero los rompecabezas eran lo que más me gustaba. Hasta me atrevo a decir que eran mi actividad favorita. Podía pasarme todo el día uniendo las piezas y, al igual que con los legos, al terminar uno, lo desarmaba y volvía a empezar.


Como me quedé con ganas de compartir con ustedes algunas fotos, revisé detenidamente mis álbumes y escogí las relacionadas a lo comentado en este post. Vuelvan a disfrutar.

1) Amaba los regalos, por lo que mis cumpleaños y Navidad eran mis fechas favoritas de todo el año. Me despertaba ansiosa al amanecer, esperando que mis papás dejaran de roncar para poder destrozar el papel de regalo y descubrir lo que escondían. En esta foto cumplía 4 años y mi cara de emoción es innegable. ¿Materialista yo? Jamás.


2) Como me alucinaba cantante y, además, bailarina, me gustaba soltar gallos y mover el esqueleto frente a la familia. Mis ídolas fueron alguna vez las Dalinas, para luego pasar a ser Shakira y Britney Spears.


3) “Mami, ¿qué quieres comer? Tengo pizza, hamburguesas, lasagna, pollo, papas fritas, ¡uf! Y no te preocupes, ¡yo lavo los platos!”


4) ¿Se acuerdan que anhelaba tener una foto con mis legos? Pues, al parecer, mi sueño se hizo realidad.

Y colorín colorado, esta entrada se ha acabado. Lamento desde el fondo de mi ursulino ser si los aburrí en algún momento con la entrada más larga en la historia de este blog. Lo peor, queridos desubicados, no es que alguna vez haya hecho o dicho todo lo que han leído ni el hecho de que se los esté contando en este momento pensando que esto es de su interés, es el hecho de admitir que aún cometo varios de estos delitos. Espósenme, por favor.