jueves, 27 de marzo de 2014

Púas en el cielo

Este mes ibas a cumplir un año más de vida.

No sé cómo pasó; no sé por qué sucedió. Pero ese día Sonic partió.

Es extraño, triste y desesperante, porque a veces lo extraño tanto que me pongo a llorar. A veces puedo jurar que lo escucho raspando el piso de su casa -ya desarmada- o desperezándose después de despertar. A veces, de noche, miro el reloj y pienso que ya es la hora de comer. O calculo si ya ha despertado mi eterna bola de púas para ponerme a jugar con él.

Luego me cacheteo y vuelvo a la asquerosa y penosa realidad: Sonic se fue y no volverá. No volveré a a bañarlo en el lavamanos ni a sacarlo a pasear. No volveré a despertarlo y hacerlo renegar. No volveré a sobar su pancita más suave que el algodón de azúcar. No volveré a volverme loca de lo bonito que era. No volveré a tenerlo encima de mi panza mientras leo un libro. No volveré a tenerlo.

Pero, aunque suene cursi, desde que se fue espero y seguiré esperando el día en que volvamos a jugar.


















Así es exactamente como me imagino a Sonic ahora

miércoles, 19 de marzo de 2014

Historias de combi

Antes de comenzar en el nuevo trabajo, tomé la decisión de ir en combi a la oficina, para así ahorrar plata y gasolina (siempre he sido bastante un poco roña; qué puedo decir).

No obstante, no puedo decir que me arrepienta de esta decisión, porque realmente es una aventura viajar en combi en Lima.

Todos los días pasa algo: el chibolo se sienta en el asiento reservado y no se levanta cuando sube un anciano o mujer embarazada, por lo que lo comienzan a fastidiar. La señorita con perfecta salud le exige al señor que le ceda el asiento solo porque es mujer; el señor, amablemente, se niega (pobre, está cansado) y la señora de al lado lo comienza a tildar de machista. La señora que está parada se queja con el conductor y cobrador por lo pésimo que el primero maneja y el bullying hacia ellos se extiende por todos los pasajeros.

Pero, aparte de estas y otras anécdotas, existen las que cada uno forma, como, por ejemplo, elegir quién será tu compañero de viaje.

El escenario es el siguiente: alzas el brazo para parar la combi, te fijas desde afuera si hay asientos libres (si puedes darte el lujo, porque sino subes sin importarte lo llena que esté), confirmas que sí, te subes y descubres que hay tres sitios libres en tres asientos de a dos. Sabes que solo cuentas con algunos preciosos segundos para tomar la decisión antes de que el carro se llene por completo, así que te dispones a escanear rápida y prejuiciosamente a tus tres posibles compañeros de viaje y descartas a los que, crees, no te dejarán sentarte cómodamente, te molestarán con ruidos fastidiosos o perturbarán tu paz con cualquier otra acción.

Una vez tomada la decisión, te acercas a tu próximo sitio, pides al otro viajero que te deje pasar (si fuera el caso) y acomodas tu cuerpo en el asiento, pensando que tomaste la decisión correcta y que por fin podrás descansar del largo día que has tenido, pues este viajero parece tranquilo, silencioso y llevable.


Pero te equivocaste: es pedorro.