sábado, 31 de diciembre de 2011

Año Nuevo


Diciembre es el mes que menos me agrada.

Me convierto en Grinch elevado a la máxima potencia. No sólo por Navidad, sino también por Año Nuevo. Porque debo confesarles algo (si es que no lo saben ya): soy una intolerante de mierda uno de mis mayores defectos.

Respeto las creencias de los demás, pero realmente no soporto la cursilería que invade a muchos en estas fechas ("que el Señor invada tu hogar en esta Navidad y te traiga muchas felicidades", "bendiciones y que todos tus sueños y metas se cumplan en este año que viene"). Sin embargo, como (creo que) soy considerada, me coso la boca y los dedos, sonrío y sólo atino a responder "gracias e igualmente" (aunque aún no entiendo por qué un simple, pero efectivo, "¡feliz
Navidad!" o "¡feliz Año Nuevo!" no es suficiente).

En fin. Hoy es 31 de diciembre del 2011 y, antes de que se acabe el año, quiero compartir con ustedes dos cosas:

1. Este genial post del genial cómic Cyanide and Happiness:


2. La letra (especialmente el coro) de la canción Cada vez que pienso en ti de Mike Laure:


Sin más que decirles...

¡SOBREVIVAN UN AÑO NUEVO!





Pd: Gracias por estar ahí.

jueves, 29 de diciembre de 2011

A la tercera no siempre va la vencida


Después de algunos meses de estar juntos, por fin teníamos el departamento sólo para nosotros.

Como éramos chibolos aún, la noche empezó de manera inocente, con comida y películas. Pero pronto nos dimos cuenta de que era una excelente oportunidad para saciar esa necesidad y que había que aprovechar aquella inusual soledad, así que decidimos hacerlo –o, mejor dicho, intentar hacerlo.

Primer intento: como estábamos echados a lo largo del sofá viendo la película, aprovechamos la posición cucharita para calentarnos. Y todo bien con las caricias y la excitación hasta que, cuando quise girar mi cabeza para darle un beso en la boca, me emocioné más de lo debido, no calculé bien y le di un cabezazo en la frente que lo hizo gemir (y no precisamente de placer) por varios segundos.

Segundo intento: cuando él ya se había recuperado y había aceptado, finalmente, mis disculpas, quisimos intentarlo en posición misionera. “¡Por fin lo vamos a hacer!”, pensé. Luego de varias caricias y tocaditas para hacer más rápido el proceso, sucedió lo peor de mi parte al hacerle el pare (justo cuando el amiguito estaba a punto de entrar) y decirle, con toda la vergüenza posible, “me vas a matar, pero tengo que hacer pichi”.

Tercer intento: luego de dejar pasar varios minutos, decidimos volverlo a intentar –total, como dicen, “a la tercera va la vencida”, ¿no?–. Y justo cuando nos habíamos trasladado a su cuarto, acomodado en su cama con la nueva posición y reavivado la pasión, la mamá, el padrastro, el hermano, la prima y toda su puta familia llegó.

Adiós a mi tan esperada y ansiada primera vez con él.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Mentiras


Siempre me ha dado curiosidad saber cuál es el verdadero rollo con las mentiras. ¿Nos sale de manera natural decirlas o es que estamos condenados a emplearlas para no herir sentimientos, salir de aprietos, conseguir lo que queremos, entre otras cosas?

Hay una película que me hizo pensar en esta situación: Mentiroso, mentiroso de Jim Carrey (para los que no la hayan visto, básicamente trata sobre un abogado ambicioso y sin escrúpulos que utiliza la mentira como un medio habitual de trabajo, pero esta situación cambia cuando su critter de cinco años, harto de sus promesas incumplidas, pide que su padre no pueda mentir durante veinticuatro horas).

¿Qué pasaría si por un día entero nos proponemos no mentir (incluye “disfrazar/caletear la verdad”, no seas viv@), mandar a la mierda esas cosas que solemos decir/hacer por compromiso y vomitar absolutamente TODO lo que queremos decir, sin importarnos lo que podría venir después?

Ejemplos:

  1. - ¿Por qué no comes tu comida?
    - Porque está asquerosa (una verdad directa al corazón de tu madre).

  1. - ¿Estás ocupad@?
    - No, es que no quiero hablar contigo (pero nos aguantamos decir esto porque si no seríamos recontra mierdas).

  1. - ¿En cuánto rato llegas?
    - Entre media y una hora, porque ni siquiera me he bañado (sinceridad ante todo).

  1. - ¿Me veo gord@/me queda bien esto?
    - Sí, pareces un tamal envuelto/No, y ni pienses que saldré contigo a la calle así.

  1. - ¿Por qué te gusta hacer eso?
    - Porque me da la puta gana (porque tú sabes que has querido decir esto varias veces).
De hecho hay varias formas de decir la verdad, pero también hay que tener cuidado con cómo decir las cosas a ciertas personas –porque tampoco es bueno causar llantos, resentimientos, pataletas ni nada de esas huevadas, a menos que todo te llegue al poto.

Si es así, disfruta, que el día tiene 24 exquisitas horas.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Querido blog


(Advertencia: Este post fue escrito en un estado de emotividad absoluta).

El viernes, no estoy segura de por qué, estuve toda la tarde pensando en las expectativas y lo que uno espera de las personas. Y dio la casualidad que leí una frase en Twitter que resumía mi vida y exactamente lo que sentía en ese momento:

“A veces esperamos demasiado de otras personas sólo porque nosotros estaríamos dispuestos a hacer mucho más por ellos”.

Y sí: ya sé que hay que dar sin esperar nada a cambio y que, cuando menos lo esperemos, nos van a sorprender, pero no me jodas. Yo doy porque me gusta y sin pensar en lo que podría recibir, pero, de todas formas, existe ese deseo e ilusión de recibir algo también, algo que compense tu esfuerzo y dedicación hacia la otra persona. ¿Está mal eso?

Lo jodido es que uno quiere que la otra persona haga algo por ti porque tú lo harías por ella (como dice la frase), a pesar de saber que quizás esa característica no es digna de la otra persona. No sé si me entiendes, pero si lo haces, sabrás que esto es jodidamente frustrante. ¿Cuál es la solución?

Si tienes alguna, por favor, dímelo en la sopa (que conste que estamos en verano).

jueves, 1 de diciembre de 2011

Soy yo

En una esquina tenemos a Alessandra, una chica de 21 años que tiene las metas trazadas y sabe exactamente lo que quiere, cuándo y cómo lo quiere. Le gusta el marketing, la publicidad, las relaciones públicas y escribir, y le gustaría, en su futuro trabajo, combinar todas estas cosas. Quiere independizarse lo antes posible y vivir en un departamento en Santiago de Surco, Miraflores o San Isidro, cerca de algún parque y de mucha comida chatarra. Desde pequeña, lo que más anhela ser de grande es ser mamá y tener una familia, y sabe que la tendrá algún día.




En el otro extremo tenemos a Desubicada, una chica (o eso piensa la gente) de desconocida edad (depende de la situación, puede adoptar la conducta de una niña de 9 años o de una señora de 40) que no está muy segura de lo que quiere, pues a veces quiere todo y, otra veces, quiere nada. No quiere estudiar ni ir a la universidad: lo único que quiere es escribir, estar con sus seres queridos todo el día y aprovechar las cosas simples de la vida. Al igual que Alessandra, Desubicada quiere ser mamá y tener una familia, pero la mayoría del tiempo se siente como una completa foreveralone y piensa que será como esas señoras que viven en un departamento mugroso, enano y con miles de gatos, sólo que ella vivirá con miles de erizos.

Si bien es cierto que Alessandra y Desubicada se compenetran diariamente, también existen características propias de cada una que hacen que pareciera que ambas muchachas son completamente extrañas para sí.

A continuación, pequeñas diferencias entre ambos entes:

1) Alessandra suele controlar lo que dice, cómo lo dice y a quién se lo dice, mientras que Desubicada dice lo primero que le sale de la boca, sin preocuparse de cómo sonará y/o cómo lo tomará(n) la(s) persona(s) que está(n) presente(s) en ese momento.

2) Alessandra suele pensar con el cerebro la mayoría de las veces; Desubicada, con el corazón. La primera piensa bien las cosas antes de hacerlas; la segunda, es muy impulsiva y prefiere hacer todas aquellas cosas que quiere hacer y luego atenerse a las consecuencias en lugar de luego atormentarse preguntándose “¿qué hubiera pasado si…?”

3) Mientras que Alessandra dice las palabras suficientes, Desubicada tiende a dar información de más. Por ejemplo, Alessandra sólo dice “tengo que ir al baño”, mientras que Desubicada se explaya y comenta “tengo que ir al baño para hacer pichi” –a nadie le interesa lo que hagas en el baño, Desubicada. Entiéndelo.

4) Ambas casi nunca saben en dónde están paradas, pero Alessandra se exige a sí misma y trata de ubicarse como sea cuando está sola (llama a sus conocidos, abre la guía de calles de Lima o pregunta a desconocidos en la calle) para llegar a su destino, mientras que Desubicada tiene la mala costumbre de depender de la persona que la acompaña para que esta le diga qué camino debe tomar.

5) Alessandra es una mezcla de buena gente y cojuda: tiene/siente esa necesidad de complacer a todas las personas (como Mónica de Friends), por lo que le es muy difícil decir "no". Desubicada, por otro lado, te manda al carajo en una.

6) Alessandra tiene un pequeño interés por el qué dirán sobre ella, mientras que a Desubicada, simplemente, le resbala.

A pesar de sus diferencias, Alessandra no puede vivir sin Desubicada y Desubicada no puede vivir sin Alessandra porque ¿adivinen qué? Yo soy Alessandra y la desubicada soy yo.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Aventura desubicada


Me había dicho, en resumen, que no tenía quién lo recogiera del aeropuerto, así que yo, como siempre siendo una mezcla de buena gente y cojuda, me ofrecí a hacerlo.

Desperté el día de su llegada a las 10:30 am (él llegaba a las 12:15 pm), me conecté a Twitter y a Facebook y pedí a mis contactos que me ayudaran con la ruta más adecuada (me habían dicho una el día anterior, pero la había olvidado por completo) para ir desde mi casa hasta el aeropuerto.

Al final, la ruta para la segunda aventura desubicada de la semana fue la siguiente (gracias a los que me ayudaron, en especial a Andrés Viale, quien me explicó como si fuera una niña de 5 años):

“Vas a Javier Prado Oeste y sigues de frente. Pasas por el KFC de Las Flores y del semáforo volteas a la derecha. La calle se llama Pershing (y también Sánchez Carrión). Sigues de frente. En algún momento tendrás a tu derecha a la Residencial San Felipe. Seguirás de frente hasta pasar el Hospital Militar, a la derecha. Sigues de frente y cruzas por un puente por encima de la Avenida Brasil. Cuando bajes del puente, estarás en La Marina. Sigues de frente, cruzas la Avenida Sucre, sigues de frente, cruzas Universitaria (a la derecha tendrás el centro comercial de San Miguel), sigues de frente, cruzas la Avenida Escardó (a la derecha verás una enorme Hiraoka). A unas 10 cuadras más adelante (o menos), vas a ver un óvalo. Tienes que ir hacia la derecha. Esa avenida se llama Faucett y es la que te llevará hasta el aeropuerto”.

Terminé de apuntar la ruta en dos post-it y salí disparada porque ya estaba “un poco” tarde (eran las 11:50 am). Llegué a Javier Prado, pasé por el KFC, doblé a la derecha en el semáforo, seguí de frente (y sin percatarme en el nombre de las calles) hasta pasar por el mall de San Miguel y, sin darme cuenta, hice un movimiento brusco que hizo que ambos papeles “volaran” hasta el piso de los asientos de atrás. Obviamente, no recordaba qué chucha seguía luego.

Impidiendo que me invadiera el pánico, aproveché el semáforo en rojo, bajé la ventana y le pregunté al conductor de mi derecha cómo llegar al aeropuerto desde ahí. “Sigues de frente hasta llegar a Toyota y volteas a la derecha. Eso te llevará a Faucett”.

Después de avisarle a mi amigo que llegaría “algo” tarde, el primer aviso señalando la cercanía del aeropuerto comenzaba a asomarse, y luego el segundo y el tercero. “¡Bien, puta madre! ¡Llegué sana y salva y lo hice (relativamente) sola!”

Crucé la entrada del aeropuerto, le mostré los documentos al personal de seguridad y, acto seguido, me di con una gran sorpresa: el SOAT de mi carro había vencido a principios de mes.

Ya me parecía raro que nada había fallado ese día hasta ese momento.

La puntita


Tenía que ir a la casa de una amiga que vive en La Molina para hacer un trabajo.

Había ido la semana anterior en taxi porque Lucía me había dicho que tenía que subir un cerro y yo no me había animado a hacerlo con Morris. Pero como necesitaba plata para el fin de semana y no tenía ni un carajo, me alenté a mí misma para subir al cerro con mi carro, le pedí a mi madre plata para el supuesto taxi (perdón, mamá) y revisé una y otra vez el mapa que me había hecho mi amiga de cómo ir desde la UPC hasta su casa, en la Avenida El Cortijo.

Antes de salir, le pedí apoyo moral a los tuiteros y, después de varios minutos, ya estaba armada de valor para iniciar la aventura desubicada del día –la verdad es que me cagaba de miedo porque sentía que me perdería maleado, que Morris se pararía en plena subida de cerro o que, con la suerte que tengo, me pasarían ambas cosas.

Me dirigí al estacionamiento, busqué a Morris, lo encendí, salí del estacionamiento e inicié la ruta que me habían indicado: ir hasta la embajada de Gringolandia, seguir de frente hasta ver a la izquierda un Pardo’s Chicken y a la derecha el colegio Weberbauer, voltear a la derecha y subir el cerro asesino para primerizas como yo.

Y todo en orden hasta que llegué al inicio del cerro y vi su punta. Esa puta punta.

Bajé el volumen de la música para tener mayor concentración, cerré los ojos por un momento, respiré hondo y, obviando aquella imagen lejana de los carros subiendo hasta la punta (que me hizo recordar a una montaña rusa), avancé.

Seguí subiendo y rogando llegar de una maldita vez hasta la punta hasta que una parte de mi predicción amenazaba con cumplirse: por más que pisaba el acelerador, me di cuenta de que Morris se negaba a avanzar y que estaba a punto de quedarse quieto en plena subida de cerro. “¡No me hagas esto, puta madre!” Para evitar entrar en pánico, decidí apagarlo, esperar unos minisegundos, volver a encenderlo, pasar a primera y no moverme de segunda hasta haber llegado a la punta del cerro que ya comenzaba a odiar.

Menos de diez minutos después, cuando ya comenzaba a sentir que se me iba la vida subiendo el cerro y estaba a punto de ver a Judas calato, había llegado a mi destino.

Sin embargo, aproximadamente a las 7 de la noche se me había presentado otro reto: bajar del cerro asesino, evitar quedarme dormida (había dormido 3 horas ese día), ignorar mi estómago rugir del hambre (no había almorzado ni media galleta) y aguantarme las ganas de hacer pichi en el carro.

Y al final, no sé cómo, ya estaba de vuelta en mi casa a las 7:40 pm, sana y salva, y con una seria afirmación: “A ese cerro no voy más”.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Situaciones vehiculares


Siempre he pensado que manejar supone estar en constante carrera y competencia con los demás carros, ya seas el piloto, el copiloto o el pasajero.

Cuando eres el pasajero, observas detenidamente (al menos, yo) el exterior e interior del carro en donde te moverás a continuación. Si es público (hablando por experiencias cercanas a mi persona), te puteas a ti mismo(a) porque trasladarte de esta forma es tu única opción; si es privado, “sacas cachita” con la mirada a los que se transportan en un medio público. Al fin y al cabo, tú estás más cómodo(a), escuchando mejor música y llegarás más rápido que ellos (en la mayoría de casos). Y lo común en ambas situación es que exijas al conductor más rapidez para llegar más rápido a tu destino y ganarle a los otros carros.

Cuando eres el copiloto, te sientes en la zona V.I.P. Puedes subir y bajar la luna a tu antojo, cambiar la estación de radio (si tienes suerte), adoptar una posición más cómoda, hacer tus cosas sin que nadie se cruce en tu camino. Y nunca falta la miradita que dice “mira en qué me transporto yo y mira en qué te transportas tú”.

Cuando eres el piloto, tú controlas la situación. Manejas como y a la velocidad que quieres, escuchas la música que quieres y tomas la ruta que quieres. Dos situaciones ocurren aquí: la primera, el gileo entre carros, que ocurre, normalmente, con los carros detenidos a tu costado en el semáforo rojo. Primero miras el vehículo completo (como si estuvieras viendo a una persona de pies a cabeza) y luego al piloto. Pueden ocurrir dos reacciones: que una sonrisa sensual se dibuje en tu rostro o que voltees la cabeza en el acto, sin intención de voltearla de nuevo. La segunda, la carrera. Ese momento en el que los pilotos de los carros de los tres carriles esperan atentamente el cambio de semáforo rojo a verde, deseando ser el primero en arrancar y ganar la carrera. Faltando segundos para el cambio, ya comienzan a sonar los motores preparándose para arrancar. Al final, el resultado es un chiste, porque el que menos se prepara suele ser el ganador.

Quién lo diría.

lunes, 7 de noviembre de 2011

"Qué rápido se pasa el tiempo"


El sábado pasado, acompañé a mi papá a una actuación de su colegio por la celebración de los 75 años de la comunidad italiana (o algo así).

Y mientras salían a “bailar” los critters del colegio disfrazados de abejas, yo me puse a jugar con el tiempo (tampoco es que la actuación haya estado entretenidísima).

Comencé divagando, pensando en lo rápido que se pasa el tiempo y en cómo, a veces, no nos damos cuenta o no lo sentimos.

Miré a mi derecha, a mi papá, y retrocedí, mentalmente, 46 años, época en la que mi padre contaba con 7 años. Me lo imaginé sin bigote (claro) y con muchos menos centímetros y kilos en su cuerpo, actuando en ese mismo escenario, con un disfraz adorable y música de la época de fondo, para mi Nono –vivo en ese momento– y para la Mamita Leti –con menos locura en su interior–. Sonreí y sentí una lágrima formándose en mi glándula lagrimar (o donde chucha se formen las lágrimas).

Luego me imaginé a mí misma con 7 años, actuando en el escenario del auditorio de mi colegio, con mis papás y demás familia viéndome hacer el ridículo. Miré de nuevo a mi papá y dije, en silencio, "seguro él está pensando lo mismo que yo". Volví a sonreír y sentí la lágrima amenazando con caer.

Finalmente, me centré en mí. En cómo, en ese momento (a mis 21 años y en el 2011), me encontraba viendo la actuación de hijos de desconocidos, y que quizás la próxima vez que pisara el auditorio de un colegio sería para ver la actuación de mis propios hijos. Sonreí y la lágrima cayó.

Y en el carro, camino de regreso a casa, le comenté a mi papá lo que había estado pensando toda la noche: “Qué rápido se pasa el tiempo, ¿no, pá?”

“Demasiado, hija –me respondió él, tomándome la mano–. Demasiado”.

Sabía que él también había estado pensando lo mismo.

viernes, 28 de octubre de 2011

Tres cosas que nunca le conté a nadie...hasta ahora


1) Cuando estaba en primaria, recuerdo haber ido con mi salón a un asilo para hacer labor social. Recuerdo que me dieron ganas de ir al baño, pero me resistí porque estaba animando a una abuelita con no recuerdo qué. Cuando me animé a interrumpir mi trabajo de claun y correr para descargar mi vejiga, me di cuenta de que el único baño disponible para nosotras estaba ocupado y que afuera había una cola de no menos de cinco personas. Cuando por fin me tocó a mí, empujé a la chica que salía del baño para darme pase, entré y me desabroché el botón del jean, pero ya era tarde: por primera vez en mi vida –sin contar cuando era critter, claro–, me había orinado encima (para colmo, el pantalón que tenía puesto ese día era de tono claro). Muerta de la vergüenza y presa del pánico, me quedé en el baño por varios minutos, aterrada por la reacción burlona que recibiría de mis compañeras. Cuando finalmente me armé de valor, abrí la puerta y dije, con la mayor convicción del planeta, “me resbalé” (el piso estaba empapado). Obviamente, ni los ancianos del asilo me creyeron.

2) Recuerdo que era un 14 de febrero y que me iba a encontrar con mis amigas de colegio en Pasquale, a una cuadra del Óvalo Gutiérrez, donde está el Cineplanet Alcázar. Como aún no tenía brevete ni pánico a las combis y similares, subí a un micro para llegar a mi destino, el mismo que tenía escrito en una de sus puertas “Alcázar”. Me pareció extraño que pusieran ese nombre como si el cine fuera el establecimiento más destacado del óvalo, pero lo relacioné con el Jockey Plaza o Larcomar (porque las coasters tienen escrito el nombre de este centro comercial en sus puertas) y pensé que mi lógica estaba bien (no traten de entender lo que hice ese día. Yo, hasta ahora, no entiendo). De más está decir que había cometido una reverenda estupidez, pues ese día terminé en una dimensión desconocida, a kilómetros de mi casa, rodeada de hombres que me violaban con la mirada y me ofrecían rosas rojas y sin ver a mis amigas. Definitivamente, el 14 de febrero más triste de mi vida.

3) Hace dos veranos, mi papá me inscribió en el gimnasio como regalo de Navidad y para eliminar los odiosos rollos (cosa que no tuvo éxito). Como nunca he sido fan de caminar sola (y, peor aún, en verano) y pensé que sería una floja de mierda al tomar taxi para ir al gimnasio que está a menos de 20 minutos de mi casa, le pedí prestada la bicicleta a la única persona que conozco de “mi barrio”: una chica de mi promoción de colegio. Verde y oxidada (la bicicleta), la recibí encantada. La monté y, aguantándome el dolor que le causaba el asiento a mi cuchi (entiéndase como «vagina»), me dirigí al gimnasio. Dos horas después, ya estaba regresando a casa. Y justo cuando me había acostumbrado al masoquismo, justo cuando me detuve en el semáforo rojo y justo cuando estaba a tan sólo dos cuadras de mi casa, la bicicleta se rompió el timón se separó del resto del cuerpo; algo raro de explicar, pero encontré este gif para que se hagan una idea: http://24.media.tumblr.com/tumblr_lx53r60RCf1r3gb3zo1_400.gif

Como dicen por ahí, "trágame tierra".

jueves, 27 de octubre de 2011

Completa la frase IV


Ejercicio de esta semana relacionado, de alguna manera, con las indirectas:

Se escribe "________" y se pronuncia "________"

- Se escribe "hace tiempo que no hablamos" y se pronuncia "te extraño" à @alecavag.
- Se escribe "es una larga historia" y se pronuncia "no tengo ganas de contártela" à @jhosie_.
- Se escribe "cuéntame algo" y se pronuncia "dime cualquier cosa; me encanta hablar contigo" à @humbeertoh.
- Se escribe "eres linda" y se pronuncia "te quiero en mi cama" à @yovatex.
- Se escribe "creo que me debes plata" y se pronuncia "págame, mierda" à @melissavbisetti.
- Se escribe "caminemos hasta el parque" y se pronuncia "me gusta estar a tu lado" à @percymeza.
- Se escribe "tú" y se pronuncia "amor" à @sickboyrarws.
- Se escribe "no eres tú, soy yo" y se pronuncia "¡ya no te soporto más!" à @carlituquis.
- Se escribe "no nos llames; nosotros te llamaremos" y se pronuncia "ni en sueños trabajarás aquí" à @al_ramind.
- Se escribe "no tengo tiempo" y se pronuncia "déjame en paz" à @yovatex.
- Se escribe "no eres tú" y se pronuncia "eres tú" à JuanDie Gonzu.
- Se escribe "te llamo para saber cómo estás" y se pronuncia "no puedo dejar de pensar en ti" à @X_Cami_X.
- Se escribe "jajajajaja" y se pronuncia "no entendí" à @100ena.
- Se escribe "sólo salí a tomar con mis amig@s" y se pronuncia "tú eres el/la únic@ cachud@ que me cree eso" à @amatzuyammileth.
- Se escribe "te lo digo porque me importas" y se pronuncia "más te vale que hagas lo que digo" à @lcaballero.
- Se escribe "tengo hambre" y se pronuncia "¿qué esperas para invitarme algo?" à @raquelmi.
- Se escribe "estoy ocupada" y se pronuncia "no tengo ganas de hablar contigo" à @alecavag.
- Se escribe "no me cae" y se pronuncia "es que no me hace caso" à @yovatex.
- Se escribe "ya regreso" y se pronuncia "sigo conectad@, pero no quiero hablar contigo" à
@marbrel.
- Se escribe "vamos a un sitio más privado" y se pronuncia "telo. Ahora" à @milabrug.
- Se escribe "qué lindo que es" y se pronuncia "qué cursi es tu enamorado" à @100ena.
- Se escribe "recién estoy saliendo de la ducha y se pronuncia "llego en 5 minutos" à @bastian_bestia.
- Se escribe "no, gracias; ya comí" y se pronuncia "no quiero comer tu comida" à @raquelmi.
- Se escribe "no estoy celosa" y se pronuncia "claro que estoy celosa, huevón" à @alecavag.
- Se escribe "nada" y se pronuncia "todo" à @milabrug.
- Se escribe "este fin de semana no tengo planes" y se pronuncia "te invito a pasar dos inolvidables días conmigo" à @marbrel.
- Se escribe "ah" y se pronuncia "no me interesa en lo más mínimo" à sayefs.
- Se escribe "estoy bien" y se pronuncia "estoy muriendo por dentro" à @sookie256.
- Se escribe "¿te vas a demorar mucho?" y se pronuncia "¡apúrate, mierda!" à @el_changuito.
- Se escribe "necesito tiempo" y se pronuncia "conocí a otra persona" à Andrea Pinto.
- Se escribe "tengo frío" y se pronuncia "abrázame" à Andrea Mirabal.
- Se escribe "te extraño" y se pronuncia "¿por qué mierda no vienes?" à @ranitachina.
- Se escribe "puede ser" y se pronuncia "ni cagando" à JuanDiego Merino.

viernes, 21 de octubre de 2011

Completa la frase III


El ejercicio de esta semana llegó gracias al auspicio de Carlo Castellana, quien me escribió recomendándome que hablara sobre "las cosas de tu ex que nunca le contaste".

Como me pareció un buen ejercicio para completar la frase, creé el hashtag #nuncatedijepero y sugerí a los tuiteros que no pensaran simplemente en la ex pareja, sino también en el/la amig@ con el/la que ya no te hablas o con la persona que se comió tu queso.

Los resultados a continuación:

- Nunca te dije, pero ese golpe sí fue a propósito à @YukinoAl.
- Nunca te dije, pero eres la más fea de tus amigas à @BensRocket.
- Nunca te dije, pero ese corte de pelo no te queda bien à @alecavag.
- Nunca te dije, pero todavía no te lo diré à @catagbalarezo.
- Nunca te dije, pero nuestro video está en Cholotube à @filosofox.
- Nunca te dije, pero cuando me acerco a tu entrepierna, se escucha el mar à @ratchus.
- Nunca te dije, pero nunca te dejé de querer à @ibrah_
- Nunca te dije, pero apestas.
- Nunca te dije, pero ahora tampoco te lo diré à Renzo.
- Nunca te dije, pero tus labios saben a nicotina... Y me encanta à RenZ.
- Nunca te dije, pero me llega cuando escribes así: "OLa, ZoY Tu Amix à Maxwell.
- Nunca te dije, pero ella me daba mejores blowjobs.
- Nunca te dije, pero leí tu diario, hermana à Coraline.
- Nunca te dije, pero fui yo quién atropelló a tu padre à @Ale_prieto.
- Nunca te dije, pero no veo los links de Youtube que me pasas à @OMyoplac.
- Nunca te dije, pero te extraño como mierda à @alecavag.
- Nunca te dije, pero... ¿En serio? ¿Nunca te lo dije? à @emidark.
- Nunca te dije, pero no me gusta tu voz à Maxwell.
- Nunca te dije, pero tú no eres el padre de mi hijo.
- Nunca te dije, pero me das miedo.
- Nunca te dije, pero tienes mal aliento.
- Nunca te dije, pero no le caías a mis papás.
- Nunca te dije, pero sí estás gorda.
- Nunca te dije, pero no usé condón à @prgq.

Y el favorito de todos: "Nunca te dije, pero me quedé con las ganas de besarte''.

lunes, 10 de octubre de 2011

Señorito ubicado


Requisitos con los que deberá contar el señorito ubicado, quien luego se convertirá, con suerte, en el padre de mi futuro critter:

• Contar con una buena (pediría excelente, pero no seré tan exquisita) ortografía y gramática, así me ahorro el tiempo de corregir y le evito la vergüenza al desubicado.

• Llevarme máximo cinco años. No quiero sentirme ni roba-cunas ni anciana a su lado.

• Ganarse a mis padres desde el inicio, así ellos están seguros y confiados de mi futuro con el desubicado y no me joden con comentarios como “¿estás segura, hijita, de tu relación con este chico? Hasta el panadero me da mejor espina”.

• Sorprenderme y engreírme seguido, sobre todo cuando él la cague. Pero eso sí: más acciones y menos palabras serán necesarias para que mi corazón de piedra se ablande.

• Saber cocinar, planchar, lavar, barrer y demás deberes caseros, porque yo no pienso ser la Natacha ni Isaura de nadie. ¿Solución? Repartirnos las tareas, turnarnos o contratar a una persona para que haga todas estas cosas una o dos veces a la semana.

• Estar dispuesto a hacer ejercicio conmigo (ir al gimnasio o salir a correr) y a satisfacer mis antojos (comida o sexo) a cualquier hora del día.

• En la salidas, no pagar por mi comida, mi entrada al cine o cualquier otra cosa (a menos que yo no tenga plata). Yo pago lo mío; gracias.

• En lo emocional: ser inteligente, divertido, detallista, culto, ubicado, espontáneo, extrovertido, sensible. En lo demás: no usar Crocs, mocasines, casacas de cuero ni aretes y tener las manos y los cachetes suaves.

• Así como yo no le exigiré ver series “muy femeninas” ni ir de compras (salvo que sean las de mercado) conmigo, él tampoco deberá torturarme con los partidos de fútbol (si no le gustara este deporte sería genial, pero no pediré cosas imposibles) y/o los programas de economía, política o historia. En gustos y preferencias, cada uno con su rollo.

• Entender que la desubicada es atea y que un papel y un anillo no significan nada para ella. Por lo tanto, aceptar que ella no querrá casarse nunca (aunque probablemente le dirá “sí” a la persona que le haga cambiar de parecer).

• Contentarse con máximo tres hijos, que yo no soy un puto conejo de Duracell.

Los interesados mandar su CV a nuncatandesesperada@abstenersearrechas.com o llamar al número 98 753 69 8=D.

Muchas gracias por su interés y atención.

lunes, 3 de octubre de 2011

Pequeños placeres de la vida


- Reír a carcajadas.
- Meter la mano, hasta el fondo, en un saco de menestras.
- Un sencillo y espontáneo abrazo.
- Cantar.
- Quitarte el sostén luego de un largo día.
- Ver fotos de tus abuelos y padres cuando eran niños/jóvenes.
- Hacer el amor.
- El acento británico.
- La risa de un bebé.
- Pisar hojas secas.
- Enterrar los pies en la arena.
- El olor a madera y a pasto recién cortados.
- Comer gomitas.
- Mirar el cielo mientras llueve.
- Echarte en el pasto y olvidarte de todo.
- Desentonar con la gente.
- Hablar de todo y de nada con tus amigos.
- Destacarte en algo.
- Caminar desnudo(a) por tu casa.
- El sonido de la lluvia, del lápiz en contacto con una hoja, y de las olas del mar.
- Comer.
- Destapar una gaseosa y oír el gas.
- Oler las páginas de un libro viejo.
- La chicha morada.
- Dormir.
- Nutella.
- Rascarle la panza a un erizo.
- Ver a tus conocidos después de tiempo.
- Putear.
- Procrastinar.
- Hacer pichi.
- El olor a gasolina, barniz y Liquid Paper.
- Sentir el viento en la cara.
- El primer beso con la persona que te gusta.
- Cagar con la puerta abierta en tu casa.
- Tener sexo.
- Pizza.
- Sonreír.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Entre gritos y orgasmos


Hace poco volví a ver este video y me oriné de la risa, así que decidí compartirlo con ustedes.

Es de un viaje que hice en abril de este año con mi papá, abuela paterna, primo, padrino y esposa y mis hermanas, Andrea (la mayor) y Arianna (la menor), a Ica.

Caminando por una plaza (cuyo nombre desconozco, para variar), mis hermanas, mi primo y yo decidimos subirnos a un arenero para "pasear" por las dunas como esto no fue planificado, ya entenderán por qué estaba yo con una falda larga (y blanca, encima) y con lentes de montura y no de contacto.

Sin sospecharlo (o quizás sí), el viaje pronto se transformó en una carrera a lo rápidos y furiosos, llena de gritos de espanto y de placer (se siente rico, pues) y con la arena azotándonos las caras.

A mitad de camino, el instructor se detuvo y nos dio tablas para que hagamos sandboard, desquitándose cruelmente conmigo (ya lo verán). ¿Por qué? No lo sé. Supongo que porque me vio la cara de desubicada.


sábado, 24 de septiembre de 2011

Completa la frase II


El ejercicio para completar la frase del día (y el más exitoso hasta hoy): "No te deseo el mal, pero ______".

Aquí la gente se inspiró, evidentemente.

- No te deseo el mal, pero ojalá que te compres un Bubbaloo y te venga sin juguito.
- No te deseo el mal, pero ojalá que a tu hijo le guste Justin Bieber.
- No te deseo el mal, pero ojalá que te dé alguna ETS.
- No te deseo el mal, pero ojalá se les pierda tu título en la graduación.
- No te deseo el mal, pero ojalá escriban en tu lápida con Comic Sans.
- No te deseo el mal, pero espero que te atores con un Chin Chin.
- No te deseo el mal, pero ojalá te dé hipo en tu exposición.
- No te deseo el mal, pero ojalá que tu estrella de rock favorita te suba al escenario y tú no te sepas la letra de la canción.
- No te deseo el mal, pero ojalá te dé diarrea y no haya papel en el baño.
- No te deseo el mal, pero ojalá que cuando te planches el pelo, llueva.
- No te deseo el mal, pero ojalá te quedes encerrada en el ascensor con Natalia Málaga después de perder el mundial.
- No te deseo el mal, pero ojalá tengas que compartir una galleta Oreo y te toque el lado sin crema.
- No te deseo el mal, pero ojalá que te planten en el altar.
- No te deseo el mal…Nah, sí te deseo el mal.
- No te deseo el mal, pero ojalá Tongo haga una versión de tu canción favorita.
- No te deseo el mal, pero espero que no te entre el vestido el día de tu matrimonio.
- No te deseo el mal, pero ojalá que tu iMac explote y se borren todos tus archivos.
- No te deseo el mal, pero espero que vayas al Colca con Rosario Ponce.
- No te deseo el mal, pero espero que te venga la regla cuando estés en la calle con un pantalón blanco y no tengas una toalla higiénica cerca.
- No te deseo el mal, pero espero que se te rompa el condón.
- No te deseo el mal, pero ojalá que, cuando vayas al cine, se te caiga la canchita y se te derrame la gaseosa encima.
- No te deseo el mal, pero espero que te digan que tu verdadero padre es Darth Vader.
- No te deseo el mal, pero espero que tu pony no te venga con cuernito.
- No te deseo el mal, pero espero que nunca más se te pare.
- No te deseo el mal, pero espero que se vaya la luz en el momento que ibas a guardar los archivos en tu computadora.
- No te deseo el mal, pero ojalá se te caiga todo el pelo cuando te hagas laceado brasilero o japonés.
- No te deseo el mal, pero ojalá que nunca sepas la canción que andas tarareando desde hace semanas.
- No te deseo el mal, pero ojalá que jamás tengas un orgasmo.
- No te deseo el mal, pero ojalá que compres el número ganador de la Tinka y lo pierdas.
- No te deseo el mal, pero espero que tu homónimo sea un pedófilo buscado por la justicia.
- No te deseo el mal, pero espero que se te cague el viaje que has planeado desde hace semanas.
- No te deseo el mal, pero espero que comiences a tararear las canciones de Justin Bieber todo el día.
- No te deseo el mal, pero ojalá que nunca recibas esa llamada tan deseada.
- No te deseo el mal, pero espero que te vuelvas precoz.
- No te deseo el mal, pero ojalá que siempre te salgan figuritas repetidas y nunca termines de completar el álbum.
- No te deseo el mal, pero ojalá que de vieja te dé incontinencia.
- No te deseo el mal, pero ojalá sueñes con Alan García en pelotas bailándote el teteo.
- No te deseo el mal, pero ojalá te enamores de alguien que está enamorada de otr@.
- No te deseo el mal, pero ojalá que andes descalz@ y pises un lego.
- No te deseo el mal, pero espero que cuando estén en la intimidad, él/ella mencione el nombre de su ex.
- No te deseo el mal, pero ojalá se te caiga las pestañas postizas en plena cita.
- No te deseo el mal, pero ojalá que quiebre el banco donde tienes todos tus ahorros.
- No te deseo el mal, pero ojalá que tu pizza llegue siempre a los 29 minutos.
- No te deseo el mal, pero ojalá tu urólogo tenga dedos gruesos.
- No te deseo el mal, pero ojalá que el penúltimo episodio de tu serie favorita diga “continuará” y jamás continúe.
- No te deseo el mal, pero ojalá que, cuando raspes tu tarjeta prepago, se te borren los números.
- No te deseo el mal, pero ojalá que tu banda favorita se separe sin hacer una última gira.
- No te deseo el mal, pero ojalá que tu novio sufra de eyaculación precoz.
- No te deseo el mal, pero espero que la última Coca Cola de la tienda esté caliente y sin gas.
- No te deseo el mal, pero ojalá que la flaca que te gileaste toda la noche te toque con sorpresa.
- No te deseo el mal, pero ojalá se pudra tu comida cuando te vas de campamento.
- No te deseo el mal, pero ojalá te quedes jato con los lentes mientras te bronceas.
- No te deseo el mal, pero ojalá que tu flaca no sepa chuparla bien.
- No te deseo el mal, pero ojalá que, cuando te estés duchando, se malogre la terma.
- No te deseo el mal, pero ojalá que todo lo que desees nunca suceda.
- No te deseo el mal, pero ojalá que el día en que vayas al estreno de una película, todas las entradas se hayan agotado.
- No te deseo el mal, pero espero que, por más que hagas mil dietas, sigas engordando.
- No te deseo el mal, pero ojalá que te confundas y, en vez de tomarte la pastilla del día siguiente, te tomes un desenfriolito.
- No te deseo el mal, pero ojalá te roben tu Smartphone en la calle justo cuando estás tuiteando.
- No te deseo el mal, pero ojalá que, cuando tengas la ocasión de tener sexo con el chico de tus sueños, te hayas olvidado depilarte.
- No te deseo el mal, pero ojalá tus amigos sean todos amixers.
- No te deseo el mal, pero ojalá que tu novio tire contigo pensando en su ex.
- No te deseo el mal, pero espero que te atores comiendo pavo en Navidad.

Difícil elegir el mejor.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Completa la frase I


Hace algunos meses, hice un ejercicio en Twitter sobre completar la siguiente frase: ''Eres el/la ____ de mi _____''. Las respuestas de los tuiteros me parecieron tan geniales que decidí guardarlas en Word.

Aquí se las presento:

- Eres la crema batida de mi frapuccino.
- Eres la mosca de mi sopa.
- Eres la gasolina de mi automóvil à @IIIRonaldIII.
- Eres la mermelada de mi tostada.
- Eres la papa de mi huancaína à @IIIRonaldIII.
- Eres el escalímetro de mis materiales à sayefs.
- Eres el escalón de mi escalera.
- Eres el limón de mi empanada.
- Eres el @ de mi Twitter à Maxwell.
- Eres la melodía de mi canción favorita.
- Eres la Nutella de mis panqueques à @ranitachina.
- Eres el "<" de mi "3".
- Eres la pelusa de mi escoba.
- Eres el número ganador de mi Tinka à @tahuano.
- Eres el título de mi poema favorito.
- Eres el broche de mi portaligas à @La_Histerica
- Eres el Suavitel de mi ropa.
- Eres la bruja de mi cuento.
- Eres el chicle de mi Chupetín à @ranitachina.
- Eres la rima de mi décima.
- Eres la fanpage de mi Facebook à sayefs.
- Eres la naranja de mi huerto.
- Eres el relleno de mi wantán.
- Eres el tuco de mis fideos.
- Eres la cuerda de mi guitarra à Maxwell.
- Eres la cereza de mi torta.
- Eres el caldo de gallina de mis borracheras.
- Eres la vela de mi torta de cumpleaños à @Ya_san
- Eres el ají de mi gallina.
- Eres el single de mi disco.
- Eres el inicio de mi verano.
- Eres el Internet de mi PC à sayefs.
- Eres la razón de mi sobrepeso.
- Eres el mouse de mi PC.
- Eres el juguete de mi cajita feliz.
- Eres el destino de mi mapa.
- Eres la heroína de mi historieta.
- Eres la última canción de mi concierto.
- Eres el rollo de mi cámara.
- Eres el sacacorchos de mi vino.
- Eres la puta de mi discoteca à sayefs.
- Eres el final de mi película favorita.
- Eres el café de mis mañanas.
- Eres el tocino de mi huevo revuelto.
- Eres la colonia de mi día sin ducha.
- Eres la manzana de mi Mac.
- Eres el seguro de mi arete favorito.
- Eres el sol después de mi lluvia.
- Eres la sorpresa de mi Kinder.
- Eres la Inca Kola de mi Chifa.
- Eres el pucho de mi meditación.
- Eres el Liquid Paper de mi examen.
- Eres la cámara de mi fiesta.
- Eres la suciedad de mis Converse.

La mejor para mí (por supuesto): "Eres la mozzarella de mi pizza".

Si eso no es romántico, entonces no sé qué es.





Nota: Si participaste en este ejercicio y te gustaría que colocara tu nombre o arroba junto a tu frase, házmelo saber mediante Twitter, respondiendo este post o mandándome un correo a habladesubicada@gmail.com

domingo, 18 de septiembre de 2011

Vida de perros


Advertencia: en este post podré sonar hueca, engreída, conchuda y asquerosamente quejona, pero hoy me dieron ganas de mandar a la mierda (muy opuesto a lo que hice en otra ocasión) a alguien más perra que la pelirroja de mi salón de Gerencia: la vida.

¿Por qué permites que yo me muera, babee, agonice por alguien por meses y que esta persona recién se entere de que existo después de más meses y hasta años, cuando yo ya me olvidé por completo de ella? O sea, no te pases, huevona: o haces que el/la susodich@ se fije rápido y de una puta buena vez en mí o me lavas el cerebro y me abres los ojos. ¿Entendiste?

Cuando estoy dando un examen, jugando algo o cualquier actividad que involucre el hecho de elegir una alternativa y permites que opte por la opción A, para luego dudar y terminar eligiendo la opción B. Y todo para enterarme luego de que la opción correcta era, de hecho, la opción A. ¡¿Qué coño te has creído?! ¿Sabes cuántos veintes he perdido, cuántas comidas gratis (en apuestas) he “dejado pasar” y cuántos roches he tenido que soportar en charlas, entrevistas, exposiciones, etc.? Hazme el favor y ubícate.

¿Tú crees que yo disfruto despertarme temprano para ir a clases o madrugar estudiando para un examen? ¿Tu pequeño cerebro opina que yo me levanto con ganas de abandonar mi rica cama, despojarme de mi abrigadora pijama, bañarme, cagarme de frío al salir de la ducha, acicalarme, ir a la universidad y llegar a tiempo a clases para que, al llegar a la puerta del salón, vea un puto mensaje diciendo que la clase se ha cancelado? ¡¿Qué te pasa, desgraciada?!

¿Y qué me dices de mis épocas en las que aún me trasladaba en transporte público y tenía que subir YA porque, de lo contrario, llegaría tarde a mi destino? ¡PERRA! Dejabas que el conductor se detuviera por unos valiosos segundos para que yo corriera hacia el vehículo como si estuviera en la maratón de mi vida y llegara casi a la puerta de este para que, al final, el cobrador hijo de puta se riera en mi cara y gritara al conductor “¡pisa, pisa!” y me dejara a mí en el paradero, sola y abandonada. Habiendo más de 8 millones de personas en esta ciudad, decidías siempre desquitarte conmigo, yo que he sido tan buena contigo (ok, exagero). Los días en que no me castigabas de esta manera, jugabas cruelmente conmigo: cuando tenía que ir urgentemente a algún sitio, las combis y sus similares pasaban cada 20 minutos y repletas (faltaba poco para ver cabezas humanas saliendo de las ventanas); en cambio, cuando no tenía prisa, las combis pasaban cada 5 minutos y con apenas cinco pasajeros.

Tampoco faltó ocasión en que me quitaras la señal de Internet cuando más lo necesitaba, dejaras que gritara cuando todos los demás estaban callados y me apagaras la laptop en plena redacción de ensayo. ¡¿Quieres que me dé un infarto, cojuda?!

Habiéndome descargado contigo de esta manera, sólo me queda una cosa por decir:

¡¿Por qué, vida, por qué eres tan perra a veces?!

domingo, 11 de septiembre de 2011

Para el/la critter que alguna vez tendré*


No sé en qué momento de mi vida dejarás de ser un “simple” anhelo para convertirte en un critter de carne y hueso, pero, desde ahora, quiero que sepas algunas cosas:

• Asumiendo que te tendré en mi panza por nueve largos meses, lo más probable es que llegues a este mundo obes@, porque me embutiré cada semana pizzas familiares continentales, hartos gramos de Nutella y numerosos Milky Way, mínimo 50 makis en cada oportunidad, varios combos de Toasted Twister, Wrapstar y Ave Caesar, salchipapas, mixtos y más. Como tu madre siempre ha sido una floja de mierda, cuando estés dentro de mí ni siquiera me molestaré en hacer ejercicio y dietas, y lo más probable es que joda al menos tres veces por semana a tu padre con algún antojo descabellado a las tres de la mañana. Cuando ya estés conmigo –te lo digo desde ahora–, te odiaré por algunas semanas (o meses) por todos los kilos que me habrás hecho subir. Cuando se me haya pasado el odio, pasaré a detestar a tu padre por volver a hacerme pasar por lo mismo máximo dos veces más (porque no planeo darte más hermanos; tampoco abuses, chibol@).

• No quiero llegar al trabajo simulando un oso panda o mapache por las ojeras, así que, si es necesario, y hasta que te acostumbres a dormir bien, haré que te tragues somníferos, licores, jarabes o lo que sea con tal de que me dejes pernoctar mínimo seis horas cada noche (lo ideal serían ocho horas, pero seré realista). Mentira, critter mío. Nunca te haré eso, pero sé considerad@ con mami, ¿sí?

• Salvo que la situación se descontrole, no contrataré a una trabajadora del hogar ni a una niñera para que te cuide mientras yo estoy trabajando (porque planeo seguir chambeando una vez que hayas nacido), sino que te dejaré en casa de tus abuelos (ya sean mis papás o mis suegros). Si me voy a perder de algo tuyo importante –como tu primera palabra, tu primer gateo, tu primera caminata o tu primer(a) lo que sea–, prefiero que quien esté contigo en ese momento sea un pariente y no un ente desconocido.

• Agradéceme porque no te pondré ningún nombre compuesto, primitivo ni estrafalario. Si eres mujer, no te compraré zapatos de charol ni vestidos con bobos y tampoco te haré peinados desquiciados (mi madre me torturó de esa manera y no pretendo vengarme contigo). Si eres hombre, no te compraré overoles, mocasines ni casacas de cuero. Tampoco te haré raya al medio ni al costado. Es más: no te peinaré, porque seguro que así te verás más bonito. Y bajo ninguna circunstancia te compraré Crocs y maquillaje. Tampoco te pintaré las uñas ni dejaré que te las pintes hasta determinada edad. Te vestiré bien bonito (aunque lo más seguro es que, cuando seas grande, quieras envenenarme por el estilo con el que te vestía) y te llenaré de besos y apapachos –pero no dejaré que me embarres con tu baba y tus mocos. Respétame, mierda.

Te compraré libros (te obligaré a leer los 7 libros de la saga de Harry Potter), cuentos y rompecabezas y te enseñaré a jugar los juegos de mi época (Encantados, Chapadas, Escondidas, etc. Esos sí son diversión, caray). También te enseñaré a escribir y hablar bien desde temprana edad y a apreciar y valorar las cosas simples de la vida y a la familia. Además, te contaré cómo naciste cuando me lo preguntes diciéndote la verdad y no esa sonsera de la cigüeña o de la abeja y su panal. No te inculcaré ninguna religión ni permitiré que tu padre lo haga: dejaré que tú mism@ elijas lo que quieras creer (¡con tal de que no dejes de creer en mí, malagradecid@!).

• No me importa cuánto me ruegues, llores o patalees: no te compraré un celular último modelo, Ipod, Iphone, Ipad, BlackBerry ni ninguna de esas mierdas hasta que tengas mínimo 16 años, y me importa un rábano si medio Perú tiene alguna de estas cosas excepto tú. Tampoco gastaré miles de soles en un concierto de músicos de cuarta ni en ningún juego o juguete que sé que descartarás a la semana. Si te compro algo caro, quiero que sea algo que valga la pena, que sepas valorar y aprovechar.

• Aún no sé cómo, pero te compensaré cada vez que te portes bien y logres tus objetivos con el sudor de tu frente, como lo hizo tu madre rompiéndose el lomo trabajando para darte lo mejor (cuando me pidas algo y no pueda dártelo, quiero que el motivo sea porque no te lo merezcas o porque yo sea una egoísta de mierda, no porque la plata no me alcance).

Te recogeré del colegio y de tus salidas (siempre y cuando sean cerca de la casa y antes de las 10 pm; de lo contrario, será tu padre el que se levante o desvele de madrugada para esos casos) para conocer a tus amistades y luego rajar de ellas, porque sé que tú rajarás de mí con ellas cada vez que yo te trate "injustamente" o no ceda a tus caprichos infantiles (madura de una vez, critter).

Respetaré tus modas, gustos y preferencias (excepto si te gusta algún “músico” como Justin Bieber, una desgracia que vivió en época de tu madre, ya te contaré). No pretendo ser tu mejor amiga ni estar todo el tiempo de acuerdo contigo, pero procuraré apoyarte siempre.

• Cuando hayas terminado el colegio, no dejaré que tomes una decisión precipitada en cuanto a tu futuro. Te recomendaré (y, si es necesario, obligaré) a que te tomes el tiempo necesario para descifrar qué es lo que realmente quieres, así no nos haces gastar plata a tu padre y a mí por las huevas (¿acaso crees que nosotros cagamos dinero, abusiv@?).

• Cuando hayas terminado la universidad y/o estés en una buena posición chambeando, esperaré a que te hayas mudado del humilde hogar que construí para ti para poder volver a hacer de las mías con tu padre con total libertad (estaré vieja, pero no muerta).

Y aunque a veces no parezca o no me creas, te adoraré y querré, siempre a mi desubicada manera.




*Esta especie de carta fue inspirada en el post A mi hijo, del genial Ginno Melgar.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Para el Nono

No te conocí y siento que te extraño.

Te fuiste antes de que yo naciera y poco después de que mi madre diera a luz a Andrea, así que lo único que tengo de ti son fotos y recuerdos ajenos.

Recuerdos –especialmente– de mi padre, probablemente la persona que mejor te conocía, a quien le pedí que me hablara sobre ti y de quien, creo, heredé la buena escritura.

Esto fue lo que me dijo:

"Se registró el día en que nació, cuando, realmente, fue otra fecha (según su madre); del mismo modo, murió un martes 13, pero se registra un día después por esperar a su hijo. Así aparece en su lápida.
Toda su vida nos enseñó que las cosas no siempre son lo que parecen. Siempre vio la vida de manera especial y diferente de como la mayoría de las personas la ve, siempre con sabiduría y filosofía básica de vida, casi indiscutible. Su vivencia de rebelde en la guerra le enseñó a vivir en cualquier lugar, en cualquier momento, sin tener miedo a nada y a nadie.
Vino a Perú en busca de un hermano.
No tuvo mucha educación, pero sí mucha inteligencia que desarrolló durante toda su vida. Tuvo razón criando a sus hijos y estuvo muy atento a los cambios en la vida de ellos. Siempre estuvo allí.
Era un amante de la naturaleza, del campo, de la montaña, del mar y de la luna más que del sol (él me enseñó a hacer el mejor nudo de pesca, aunque nació en la montaña y trabajó en las minas).
Me enseñó cómo se vive en Italia y en Suiza, a caminar en cualquier camino sin perderme, a cazar y a pensar. Me enseñó a vivir con calma y honestidad, con bajo perfil, en vuelo rasante, como los grandes. Se salvó dos veces de la muerte y yo estuve ahí para acompañarlo. Fui muy afortunado de compartir esos momentos con él.
Murió como siempre lo deseó: abrazando la tierra sobre el gras en una noche húmeda. Se fue sin que yo le dijera oportunamente lo mucho que lo amaba".
No te conocí y siento que te quiero.

1989, última foto del Nono. Una de mis favoritas de mi papá por el contraste: Andrea, llena de vida, y el Nono, en la oscuridad

jueves, 25 de agosto de 2011

Desubicada


Tenía que ir a la cuadra 55 de la Avenida Javier Prado Este para pedir el duplicado de la llave de mi nuevo carro (que ahora se llama Morris). Como tenía una vaga idea de cómo llegar desde mi casa hasta allá, le pregunté a mi querido padre cuál era la ruta que más me convenía para llegar a mi destino. “Pasa el Jockey Plaza, llega hasta el Óvalo Monitor y métete por la entrada que dice Javier Prado Este. No hay forma de que no la veas, a menos que seas ciega. Avanza un par de cuadras hasta llegar a la 55, voltea en U y busca la tienda. Te espero ahí mañana al mediodía”.

Ese día me desperté a las 10:30 am con la idea de que, si me perdía, al menos tendría tiempo suficiente para ubicarme y llegar a tiempo al encuentro con mi padre. Me desperecé, bañé, cambié, acicalé y salí de mi casa. Pero no con dirección al Jockey Plaza desde la Calle Encalada, sino con dirección al cruce de Aviación con Javier Prado para, luego, voltear a la derecha y seguir de frente hasta la cuadra 55.

¿Qué me llevó a tomar esta (en mi condición de desubicada) estúpida decisión? No estoy segura. Quizás quería darle la contra a mi padre y demostrarle, indirectamente, que me podía ubicar yo sola (a pesar de que había sido yo quien le preguntó cómo llegar a esa dirección). O quizás pensé, tontamente, que por esa ruta llegaría más rápido. No lo sé.

El caso es que llegué a ese cruce, doblé a la derecha y seguí de frente. Y todo era felicidad pura hasta que llegué a la altura de la cuadra 33 y me percaté de que había tres entradas: la de la izquierda la descarté instintivamente y la del medio decía “Panamericana Sur” (y deduje, estúpidamente, que si me iba por esa ruta, me alejaría y dirigiría a alguna playa), por lo que la descarté también. Así que seguí de frente y me metí en la entrada de la derecha para luego ver un gran letrero que me daba la bienvenida a una especie de un gran condominio de Monterrico. Avancé un poco más y me di cuenta de que todos los nombres de las calles comenzaban con “Monte”. Hice memoria sobrehumana y me acordé de que el papá de mi primer ex vivía en una calle llamada Monte Umbroso, ubicada cerca a Primavera y, relativamente, a Caminos del Inca, por lo que pensé que tan lejos no estaba. Seguí manejando, tratando de buscar la salida hacia Encalada, Caminos del Inca o Primavera y mantener la calma en el intento. Pero, a pesar de doblar a la derecha o izquierda, retroceder o avanzar, no conseguía librarme de los putos montes. Detuve el carro, respiré profundamente y pregunté a la primera persona que se me cruzó en el camino (un señor de unos 40 años, pituco y simpaticón) cómo librarme de las calles de montes. El señor me dio varias indicaciones que terminaron por confundirme, pero que, finalmente, hicieron que salga por la cuadra 17 de Caminos del Inca (cuando tenía que haber salido, según sus indicaciones, por Encalada). Cuando por fin me ubiqué, sonreí y vi el reloj: eran las 12:40 pm. Aceleré la marcha, llegué hasta el cruce de Caminos del Inca con Primavera y doblé a la derecha, con el propósito de seguir de frente hasta llegar a Encalada, voltear a la izquierda y seguir, de nuevo, de frente hasta llegar al Jockey Plaza, luego al Óvalo Monitor y, finalmente, a la cuadra 55 de Javier Prado Este.

Después de varios minutos, me encontraba en el Óvalo Monitor aferrándome al timón y puteando a todo carro que se acercara demasiado a Morris (ODIO, tener esto presente, manejar en óvalos). Cuando me libré de las combis y taxis asesinos, entré contenta y con tranquilidad a Javier Prado. Después de avanzar unas cuadras, paré en el semáforo rojo y cogí mi celular para llamar a mi padre, disculparme y comunicarle que estaba, por fin, a punto de llegar. Pero luego sentí algo que me hizo entrar en pánico y no me dejó pensar en una simple palabra que se adecuaba a la situación: el suelo se movía (temblor).

¡¿Y ahora qué carajo pasa?! ¿Y si es el motor advirtiéndome que algo anda mal con Morris? CARAJO. ¡¿Y SI ESTÁ A PUNTO DE EXPLOTAR?! ¡¿Y SI…?! Ah, chucha. Ya paró.

Más calmada (aunque todavía recelosa por si volvía a suceder), emprendí la marcha con el paso más ligero (pensando en la salud del motor) hasta llegar, después de casi hora y media manejando tratando de ubicarme, por fin, a la cuadra 55 de Javier Prado Este, en donde me esperaba mi padre parado en la puerta, impaciente y de mal humor, quien me dijo –apenas se fijó en mí–: “Te perdiste, ¿no? ¡No puedo creerlo! ¡Si te dije exactamente cómo tenías que llegar! Esto es el colmo, Alessandra. ¡Hasta una niña de tres años podría haber llegado sin problemas! Tu blog sí que tiene razón, hija mía: ¡Eres una desubicada!”

Ya lo sabía, papá. Todos lo sabíamos.

lunes, 22 de agosto de 2011

El regalo de Sonic


Algunos ya lo saben y otros, quizás, todavía no. En tal caso, lo repito y lo comento: tengo un erizo de mascota (pero prefiero el término “hijo”) llamado Sonic.

Sin embargo, cada día que pasa me convenzo a mí misma que Sonic es de todo un poco.

Olfatea como roedor, camina como ratón y corre como rata (aunque con más elegancia, claro). También le gusta jugar con cascabeles, que le rasquen detrás de las orejas y tratar de atrapar toda cosa que pongo sobre su cabeza y tiene bigotitos como un gato (ya sé que hay otros animales que tienen bigotes, pero, para seguir con el orden “usual”, me referiré a esta última característica como si fuera exclusiva de un gato, ¿ya?). A su vez, le gusta lamer las manos de su mamá y abuelo (los únicos miembros de la familia Desubicada que le hacen caso, pobrecito) y, como hacen los perros, llevarle cosas a su amo.

Hace un par de días, me encontraba en la mini terraza que hay en mi casa con mi rata punk para que esta explorara y se vaya haciendo familiar con otros ambientes. Mientras yo me quedaba sentada y aplastaba a las hormigas con mi potasio, Sonic corría de un lado para el otro y, de vez en cuando, se acercaba a mí y dejaba algo en mi mano, luego de lamerme. Después de tres cuartos de hora, cuando decidí que ya hacía mucho frío para que mi trinchudo esté al aire libre, lo llamé por su nombre y esperé a que viniera. Cuando lo hizo, lo tomé por su pancita hasta postrarlo en la palma de mi mano, lo acaricié y lo dejé en su casita. Luego de hacerlo, sentí algo en mi mano, pero tuve miedo de mirar. Cerré los ojos y deseé, por todos los santos, que aquello que sentía fuera una pequeña piedra, un adorno de la terraza o su nuevo juguete.

Pero abrí los ojos y vi que no era ni la piedra ni el adorno ni el juguete. Era caca.

domingo, 14 de agosto de 2011

Abelardo


Queridos desubicados:

Nos hemos reunido hoy en este post para honrar la partida de mi antiguo carro, Abelardo, quien pasó a manos de otros entes este último sábado.

Si bien no estuvo conmigo por tanto tiempo, Abelardo fue un buen compañero, tanto en las buenas como en las malas.

Se extrañará su color guinda, sus abolladuras laterales, su suciedad, la malograda puerta de su maletera, los papeles tirados en su piso, el capó rayado, el parachoques cagado, los recorridos de la casa a la universidad o a la Mamina, las alfombras polvorientas, las puteadas que le di por apagarse de la nada o por no querer encender en ocasiones, los besos y caricias que di y recibí ahí, comer pizza y ver películas en la maletera, los paseos turísticos que hice con él, las incontables veces que me perdí buscando una calle (aunque esto seguirá sucediendo, tenga el carro que sea), las confusiones de los limeños pensando que yo era taxista, las ofertas de la gente para adquirirlo, los esfuerzos que hacía para estacionarlo en paralelo sin chocar con los otros carros, su entrada para cassettes y, por supuesto, el asiento del piloto meado.

Donde sea que estés ahora, Abelardo, espero que te estén cuidando y que te libren de los peligros de las combis y los taxis asesinos (al menos durante las primeras semanas). Y si algún día te veo pasar, te contemplaré, te sonreiré y te agradeceré por los orgásmicos meses que me hiciste pasar.

Por cierto, compenso tu partida con un carro más pequeño, limpio, colorido y sano (al menor por ahora) al que, por algún motivo, lo llamo, momentáneamente, Marcelino.

Hasta otra vida, Abelardo. Serás eternamente extrañado.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Voilà


Varias veces me han hecho la siguiente pregunta: “¿Cuál es el proceso por el que pasas para escribir un post?” La respuesta es simple: depende de la circunstancia.

Si estoy en alguna clase aburrida, saco mi cuaderno y lapicero azul y comienzo a escribir lo primero que se me venga a la mente y no paro hasta escribirlo todo, sin importarme que el/la profesor(a) esté cerca y que puede llamarme la atención por no escuchar sus “sabias” palabras. Llego a mi casa, prendo mi laptop y transcribo el texto del papel arrugado a Word. Cuando termino, leo el nuevo post mentalmente tres veces. La primera vez, simplemente lo leo; la segunda, lo leo pausadamente, revisando la ortografía y gramática, asegurándome de que las oraciones tengan ritmo, que cada palabra sea la adecuada y que no falte nada para agregar; la tercera, lo leo en voz baja y, normalmente, la lectura termina con una sonrisa de satisfacción, pues el post suele quedar exactamente como quería. Luego lo copio a Blogspot, hago click en "publicar entrada" y vuelvo a leer el post, ahora con ojos de lectora. Si estoy contenta, recién ahí lo promociono en Twitter y Facebook.

Si las palabras, oraciones o ideas me taladran el cerebro (de la nada) apenas despierto o no me dejan concentrar en lo que estoy haciendo, dejo todo a un lado y cojo lo primero que esté a mi alcance para escribir, ya sea una servilleta, un rollo de papel higiénico, un post-it o, si no encuentro nada, mi propio brazo. En estos casos, el tiempo que transcurre, desde que comienzo a redactar el nuevo post hasta que lo publico, suele ser entre 2-5 horas, dependiendo de qué tan inspirada esté. Caso contrario es aquel en donde me ha pasado algo muy estúpido, bonito, ridículo, etc. y siento que debo compartirlo lo más rápido posible para que la gente se ría o llore conmigo. Aquí las palabras vuelan, lo cual puede resultar a mi favor (hacen que termine de escribir en no más de una hora, al tener todas las ideas frescas) o en mi contra (¿no les ha pasado que saben exactamente qué decir, pero, a la hora de escribirlo o decirlo, se les hace demasiado difícil?).

Si estoy frente a la laptop, viendo televisión o una película, echada en mi cama o leyendo y algo me hace acordar a alguna experiencia pasada, la revivo mentalmente, la analizo y descifro si aquella historia es lo suficientemente buena como para relatarla. Si es así, pongo manos a la obra. Abro Word y comienzo a escribir lo más importante (que no necesariamente es el principio), deteniéndome en cada nuevo párrafo que coloco. Vuelvo a leerlo y, como en la primera circunstancia, me aseguro que tenga un bonito ritmo y que todo esté en su lugar. Pero como mi cerebro se cansa rápido, me tomo un “pequeño” descanso cada media hora, aproximadamente, para despejarme un poco y buscar inspiración. Me conecto a MSN para preguntarle a la gente por algún ejemplo (si es que lo requiero), tuiteo un poco y/o reviso mi TimeLine, escucho música y me pongo a cantar para desestresarme, juego con Sonic, busco posts pajas en Tumblr y hasta me pongo a ver un poco de porno para luego cerrar todo y seguir con la chamba hasta la madrugada.

Cuando creo que he acabado, vuelvo a leer el post con ojos de escritora y de lectora y, si estoy conforme, por fin puedo decir voilà.

lunes, 1 de agosto de 2011

La cruda verdad


No sé ustedes, pero a mí me encanta la sensación que te embarga y las conductas que te poseen cuando comienza a gustarte alguien nuevo.

Vuelves a sentirte ilusionado(a) y a percibir mariposas en el estómago, te vuelves en la persona más distraída y torpe del planeta, tienes una excusa válida (según tú) por tu estúpido comportamiento, sonríes todo el día como si tuvieras calambre en la boca, escuchas canciones alegres/cursis/melosas y las cantas a todo pulmón y con la mayor emoción posible (y piensas en dedicárselas, de alguna manera), tienes ganas de hablar con él/ella las 24 horas del día (por lo que te gastas todo tu saldo mandándole mensajes o llamándolo(a) sin ningún motivo en especial), no te concentras ni mierda en nada porque lo único que ocupa tu mente es en lo “perfecta” que es esta persona, tu cuerpo y voz tiemblan como si estuvieras teniendo un ataque epiléptico cada vez que lo(a) tienes frente a ti o cuando hablan por teléfono, tienes insomnio o sueños locos con este ente, te sonrojas y no puedes dejar de mirarlo(a) cuando está cerca a ti, piensas en mil formas para descifrar cuál es la más adecuada para acercarte, lo(a) acosas en Facebook u otra red social en la que esté metido(a), ves absolutamente TODAS sus fotos y buscas qué le interesa, sus gustos y pasatiempos, cómo y a quién le escribe, quiénes y cómo son los que conforman su círculo social, le preguntas a gente que lo(a) conoce cómo es él/ella, te quedas todo el día sentado(a) frente a la computadora esperando a que se conecte (sabiendo que puede ser dentro de los próximos 5 minutos o durante las próximas 5 horas, pero a ti no te importa) y hasta comienzas a frecuentar los lugares a los que él/ella suele ir.

Y todo es color de rosa hasta que el tiempo pasa y tú, por fin, pisas tierra y te enfrentas con la cruda realidad:

1) Reaccionas y te preguntas “¡¿en qué estaba pensando?!
2) Tus tácticas, inexplicablemente, funcionaron y ahora estás con esa persona
3) Te confiesa (porque te ha agarrado confianza) que le gusta otra persona
4) Te cuenta, después de ilusionarte y llevarte a las nubes, que tiene pareja
5) Te enteras de lo peor: es gay/lesbiana

Cualquiera que sea tu situación, sólo hay una cosa que me queda por decirte: “buena suerte”.

sábado, 23 de julio de 2011

La década del rayo


No recuerdo si fue para mi cumpleaños o para Navidad, pero sé que fue hace 11 años atrás.

Armandi compartía (o, mejor dicho, entendía) mi gusto por la lectura desde ese entonces, por lo que supo que sería el regalo perfecto para mí. “Toma –me dijo–. No sé si ya lo conoces, pero este libro es una sensación en Inglaterra”. Terminé de desenvolver el regalo y lo vi: era un libro relativamente delgado, con borde amarillo y letras doradas y un chico cuatro-ojos montado en una escoba en la reluciente portada; era un libro que, sin saberlo, marcaría el inicio de una década llena de espera, imaginación, emoción y magia: era el primer libro de la saga de Harry Potter.

Me devoré Harry Potter y la piedra filosofal en menos de tres días y, desde ese momento, supe que tenía algo especial en mis manos (ya sé que suena cursi, pero jódanse: esto merece que sea cursi).

Porque nunca antes (me) había emocionado tanto leyendo algo, elegido no salir para quedarme en casa imaginando cómo combatir a un perro gigante de tres cabezas o deseado tanto cambiarme de sexo (porque, más que Hermione, yo deseaba ser Harry). Fue orgásmico el momento en el que los medios comunicaron que habría hasta 6 libros más de Harry Potter y que cada uno tendría su película correspondiente. Grité de la emoción y dije "hay HP para rato".

Apenas terminado de leer cada libro, esperaba con ansias la película correspondiente, la que, a pesar de saber que nunca satisfacería mis expectativas ni superaría la genialidad del libro, me hacía llorar y gritar de la emoción si las imágenes sobre tal escena o personaje eran iguales a las que yo había imaginado o si había un giro inesperado.

Sin estar consciente de lo rápido que se pasaba el tiempo, las publicaciones de los libros y los estrenos de las películas llegaron a su fin y, con ellos, mi adolescencia inundada en el mundo de Harry Potter.

Porque sólo los que hemos leído –apenas llegaron a nuestro país– y crecido con los 7 libros de HP sabemos lo que es esperar varios y largos meses por algo que leeremos en no más de una semana (asumo que los seguidores de El señor de los anillos me entienden en este punto), imaginar cada pequeño detalle y palabra nueva de cada página de cada libro, desear ser, en algún momento de tu vida, un determinado protagonista, aplicar en la vida real hechizos para convertirte en un animal o para hacerle una maldad a alguien, desear volar en una escoba, amanecerte leyendo el libro porque sientes que no vas a poder dormir si no sabes qué pasará a continuación, anhelar la llegada de una carta que, en el fondo, estás consciente de que nunca llegará o ser el/la amigo(a) de alguien que no existe ni nunca existirá.

Así, después de 10 años (la mitad de mi vida) de leer las vivencias de Harry Potter y sus amigos, todo llegó a su fin el miércoles 20 de julio del 2011 (no vi nunca las películas en el día del estreno porque me rehusé rotundamente a hacer colas por horas y a tener que callar a cada fanático cada 2 minutos en plena película), fecha en la que fui al cine a ver la última película con la persona que me compró el primer libro de la saga 10 años atrás. Grité, lloré, reí, estuve a punto de comerme la servilleta de los nervios, se me pararon los pezones y se me puso la piel de gallina de la emoción, pateé varias veces el asiento de adelante (también por la emoción), arrugué la camisa de mi tío y volví a llorar una y otra vez.

Dos horas después, oficialmente, todo había acabado y mi adolescencia se había ido al carajo. Me invadió la depresión post-potter al percatarme de que había concluido ya una década llena de imaginación, pasión, legado, aventura, fantasía, amistad, perseverancia, magia, pero recordé lo que esto significó, significa y significará en mi desubicada vida.

Finalmente, después de agradecer a mi tío por haberme introducido a este mundo mágico, cerré los ojos y sonreí.








Nota 1: Gracias, Maño, por sugerirme el título de este post. Se te estima cada día más.
Nota 2: Les dejo tres imágenes de mi Tumblr con las que, creo, todos los fanáticos de Harry Potter se relacionarán. Disfrútenlas.

La reacción de muchos durante la última película de Harry Potter.


 Her skeleton will lie in the cinema forever.

viernes, 15 de julio de 2011

Masoquismo


Terminar una relación nunca es fácil, sobre todo cuando tú eres la persona que ha tenido el “placer” de ser la cagada y no la cagona. Aunque hay varias y distintas formas de reaccionar ante esta situación, hay un caso que sobresale ante todos y por el que muchos hemos pasado: el caso del masoquista.

Porque puedes ser la persona más fuerte que conozcas, pero cuando las cosas no resultan como tú quieres, todo en ti cambia radicalmente: pataleas, lloras, gritas, exiges, te desfogas. Y cuando sientes que ya has hecho lo último, todo vuelve a cambiar: ahora te lamentas, pides perdón sólo porque sí, te rompes el cráneo tratando de descubrir qué hiciste mal y preguntas y/o le suplicas qué puedes hacer para arreglar el problema o para que todo siga igual. Pero tu ya ex pareja ha dejado de quererte, y tú te quedas ahí solo(a) derramando lágrima tras lágrima, con la sensación de que te acaban de dejar abandonado(a) en un desierto.

Sin embargo, el siguiente día siempre es el peor. Porque en este día te choca todo y porque recién asimilas y ves claramente lo que pasó el día anterior. Y porque, en lugar de salir con tus amigos(as) para distraerte, te quedas en tu casa, te encierras en tu cuarto e inicias el ritual masoquista que incluye básicamente lo siguiente: te echas en tu cama y recuerdas todo (repito: TODO; es decir, desde que se conocieron y tu mundo gris se volvió rosa hasta que todo se fue a la mierda y tu mundo se volvió ahora negro, según tú), revisas cada una de las fotos que te tomaste con él/ella –recordando lo bien que la pasaron ese día– y lees las conversaciones y cartas que te mandó/dio.

Pero lo peor de todo (sí, todavía hay algo peor) son las canciones. Porque tú no escuchas una canción alegre o que te empile, NO; tú eres masoquista, te gusta sufrir como yo, por lo que escuchas la canción más triste jamás inventada, la corta-venas, la que, según tú, describe a la perfección lo que estás sintiendo. Resultado: te bañas de lágrimas y de moco, duermes pésimo ese día y te levantas con unas ojerazas a la mañana siguiente.

Las actividades del tercer día y de los días siguientes pueden variar, pero entre las más comunes se encuentran las siguientes:

1) Lloras y hablas con medio mundo para conocer su punto de vista, pero, aun así, no les haces caso porque piensas/sientes que no te entienden porque ellos no han vivido lo que tú estás viviendo.
2) Lo(a) stalkeas por Facebook o alguna otra red social y revisas sus fotos, sus nuevos posts y los comentarios que hace y recibe. Y te preguntas quién es la perra o el hijo de puta (porque, aunque no sepas quién es, siempre usarás estos adjetivos y similares) que ahora está rondando a alguien que tú consideras sigue siendo tuyo (porque, de todas formas, él/ella sigue siendo “tu” ex).
3) Piensas en buscarlo(a) y hablar con él/ella, porque sientes que aún tienes muchas cosas por decirle y porque, ilusamente, sientes que, a pesar de todo, aún hay posibilidades de regresar con esa persona tan adorada.

Pasan los días, semanas, meses (y años) y te das cuenta de que, rápido o lento, todo va volviendo a la realidad. Sin embargo, cuando piensas que ya lo has superado todo, que ya estás listo(a) para volver a conquistar y ser conquistado(a), que ya nada podrá derrumbarte, todo vuelve a comenzar al darte cuenta de que él/ella está ahora con nueva pareja. Y ya sea de cólera, burla, tristeza, nervios, etc., sólo te queda una cosa por hacer: cagarte de risa.