jueves, 30 de diciembre de 2010

El último


Escribiendo el último post del año me he acordado de varias cosas escritas en mi blog a lo largo del 2010; por ejemplo, cómo el ex que me cagó fue el que me convirtió en esclava de las letras, cómo un corto pero efectivo ejercicio de mandar a la mierda a todos me relajó el sistema nervioso, cómo el hecho de no haber escuchado a mi madre terminó en mi primer choque, cómo sufrí por culpa de la hermana de Monique Pardo al sacar el examen médico para el brevete, cómo logré hacer llorar a algunos lectores de risa, nervios, tristeza y emoción, cómo robé risas con los videoposts, cómo fui el hazmerreír al publicar mi casi sacada de mierda después de una entrevista de trabajo y cómo una entrada sobre orinarme encima se convirtió en uno de mis textos más leídos.

¿Y cómo empezó todo? Hace poco más de cuatro años, cuando un enano me cagó la vida por varios meses (ahora te lo agradezco desde lo más profundo de mi ursulino ser), pero terminó inspirándome a plasmar mis sentimientos, emociones y experiencias en varios documentos de Word.

Nadie leía mis textos excepto yo, pues tenía la idea de que todo era un simple hobby, un gustito, una satisfacción y nada más. No sé cuánto tiempo transcurrió ni qué fue lo que pasó para darme cuenta de que ya era hora que alguien más leyera mis textos voluntariamente y no tras una carajeada de mi parte. “¿Por qué no te creas un blog?”, me preguntó alguien. “Es una buena idea. Lo haré”, respondí.

¿Y ahora? ¿Sobre qué escribo en el blog? ¿Cada cuánto tiempo posteo? ¿Cómo hago para promocionarlo? Y lo más importante, ¿cómo cuernos lo llamo? A ver, Alessandra. Tiene que ser una frase o una palabra que me defina y que, al mismo tiempo, llame la atención. ¿Qué es lo más característico o destacable de mi persona? ¿Cómo me defino a mí misma? ¿Qué es lo primero que se les ocurre cuando piensan en mí o cuando escuchan mi nombre? Fácil “desubicada”, porque salgo a la esquina y prácticamente ya perdí la noción de dónde estoy parada y porque a veces digo cosas tan fuera de lugar que el silencio incómodo es inevitable. “Desubicada”. Listo, queda. Pero ¿nada más? “Confesiones de una chica desubicada”. No, ya está muy comercializado. “Diario de una desubicada”. No llama la atención. Algo simple y corto. ¿Qué voy a hacer en el blog? Expresarme, narrar, escribir. “Escribe, desubicada”. No pone. Algo más general. De alguna manera voy a hablar, ¿no? Entonces, “habla, desubicada”. Perfecto.

Entré a la web de Blogspot (algo hizo que lo eligiera en lugar de Wordpress), escogí la plantilla prediseñada más simple que pude encontrar y metí unos cuantos textos que redacté en la universidad y que me parecieron lo suficientemente buenos como para compartirlos con los futuros lectores. Seguidamente, publiqué mi nuevo blog en mi estado de Facebook y en el nick de MSN y esperé por comentarios que no llegaron hasta semanas (¿o fueron meses?) después, cuando una chica de mi universidad me zamaqueó por varios minutos exigiéndome el número de la amiga que me hizo entrar gratis a un concierto. Casi llorando de la emoción –y un poco de dolor por la molestia que me dejó mi amiga en las costillas–, ese día me di cuenta de lo valioso que resulta que alguien lea mi blog sin yo pedírselo, suplicárselo o puteárselo. Claro que no siempre respeto esto y muchas veces me encuentro publicando mi blog por el tan amado Twitter -¿Qué? Soy desubicada, pues.

Por otro lado, recuerdo las madrugadas que me pasé en vela terminando de escribir los posts (y los exámenes que jalé por este mismo motivo), cómo estuve al borde de las lágrimas cuando cambié de plantilla y varias cosas desaparecieron por algunos minutos que se me hicieron eternos y cómo tuve que escribir en servilletas, papel higiénico, etiquetas o cualquier papel que estuviera a mi alcance a falta de tener cerca mi block o mi laptop.

A 10 meses de creado mi blog, con una plantilla aburridamente sencilla y con 82 valiosos seguidores que salen de no sé dónde, puedo decir que si este año fue un año de crecimiento, el próximo será de desarrollo (esperen varias novedades).

Fuiste bueno, 2010, pero sé que el 2011 será mejor. Hasta el próximo año, desubicado(a)s.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Pura coincidencia

Post dedicado a las insufribles festividades.


Hoy es 22 de diciembre, lo que equivale a decir que faltan tres días para la asquerosa Navidad. ¿Y por qué digo «asquerosa»? Porque para mí equivale a subir 10 kilos por todo el pavo, ensalada, arroz, panetón y chocolate caliente que me voy a embutir por los próximos 7 días posteriores al 25, porque a donde quiera que voy escucho los villancicos (me vacilan, pero que me persigan por todas partes me llega a hastiar) y porque soy víctima del engreimiento, materialismo y berrinches de niños y de hasta adultos inmaduros por querer abrir sus regalos en cuanto antes o porque no recibieron el regalo que formaba parte de su lista navideña –en otras palabras, esa frase de que “la Navidad no es regalos” se la pueden meter muy dentro por el culo, señoras y señores–. Sin embargo, soy consciente de que esta situación muchas veces está fuera del alcance de los niños, pues están expuestos a las superficiales publicidades navideñas (en donde se le ve a cada niño con 10 regalos para él solito. Por cierto, con el gordinflón de Papa Noel no me meto, pues aún siento un escaso cariño por este barbudo) y a los ataques de sus propios padres, al preguntarles constantemente «¿qué quieres que te regale por Navidad?». Entonces, no es de la nada que los critters se levanten a primera hora del 25 y despiertan a sus padres (y luego a todo vecindario) para abrir sus inmensos regalos colocados debajo del árbol que mami armó copiándose de los modelos vistos en las revistas de Saga Falabella o Ripley. En lo que a mí concierne, Navidad es ahora una fecha alejada de los regalos, pero que reúne a la familia como pocas festividades lo hacen.

14 de febrero. San Valentín. Diferentes nombres para la misma huevada. Una excusa para tener sexo, ser huachafo y usar la frase “mi media naranja”. Hoteles, hostales, hospedajes que revientan de tantos clientes arrechas. Mensajitos al celular y en el muro de Facebook diciendo “¡feliz día de la amistad y del amor!” –otra cosa para metérsela por el culo–. Globos rojos y demás formas en forma de corazón, enanos en pañales con flechas buscando a sus propias víctimas. Negocios de flores, peluches y condones llorando de la felicidad por el incremento de sus ventas. Para su información, yo no practico la celebración del amor y de la amistad una vez cada año; yo la practico todos los días –vale la cursilería.

Halloween. Poserismo. Para mí, ambas palabras equivalen lo mismo. Divertido cuando eres niño(a), sin sentido cuando eres adulto. Motivo de berrinche de los niños para obtener todos los dulces que quieran, pretexto para el género femenino de vestirse como putas (colegialas, enfermeras, policías, etc.) y excusa de los hombres de vestirse como sus figuras a seguir y de hacer el ridículo en el intento. En cada 31 de octubre, algunos celebran Halloween, otros celebran el Día de la Canción Criolla; yo celebro que el día siguiente es feriado.

Pascua. Sobre esta festividad no hablaré mucho, pues no sé de dónde proviene ni qué es exactamente lo que se celebra. Yo me centraré en los huevos (de Pascua, para aclarar). Aquellos que pintas y que escondes para que grandes y chicos inicien la búsqueda/carrera por toda la casa. Otro motivo para unir a la familia. Única fecha en la que frases como «no encuentro mis huevos» o «a tu hermano le falta un huevo» no tienen doble sentido –¿o es que sí las tienen?

¿La Desubicada = el Grinch de las festividades? Yo digo que no, ¿y ustedes? Vean las imágenes y respóndase a sí mismos. Por cierto, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.


lunes, 20 de diciembre de 2010

Ubicada -o al menos eso creí


Estoy chambeando desde hace ya tres semanas y siento que estoy a punto de agarrarle el ritmo a todo. Me he aprendido todas las complejas entradas, las aburridas ensaladas, los guiltless (que aún no sé con exactitud qué son), las escasas sopas, las complicadas hamburguesas y los simples sánguches –por si acaso, con mis adjetivos calificativos no me refiero a que la comida en la vida real sea así, sino que así es cuando está descrita por escrito–, el vocabulario de la chamba (comanda, rameking, sizzle, etc.), los nombres de los gerentes y trabajadores de la empresa, la
numeración de mesas y más.

Por otro lado, ya sé maquillarme sin verme como travesti (con «maquillaje» entiéndase únicamente como delineador negro y brillo para los labios), ya plancho solita mi uniforme, ya aprendí a llevar las charolas sobre la cabeza (pero aún pido socorro para bajarla y entregar los platos a los clientes), ya hablo el mismo lenguaje que la gente de producción y de servicio (“papi, véndeme un Blue Cheese y luego préstame atención que te canto un nuevo pedido”) y ya sé cómo ingresar pedidos en la Micros.

Como lo leen, desubicad@s, yo, Alessandra Cavagnaro, más conocida como La Desubicada, estoy en camino a convertirme una experta en la chamba en menos de un mes. Y este pensamiento seguiría conmigo si el día de hoy Amador no me hubiera cagado con la siguiente petición: "Mami, por si acaso desde hoy tenemos 10 platos nuevos. Pásame el Chipotle Blue Cheese Bacon Burger". ¡¿EL QUÉÉÉ?!


Carajo, me olvidé de todo.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Descerebrada


Miércoles 04 de diciembre del 2010.

Hoy es el examen final de mi curso más temido, Historia Contemporánea –no saben lo inútil que puedo ser para retener cualquier tipo de información relevante a cualquier tipo de historia–, y de mi chamba. Ilógica y estúpidamente, le presto más atención al segundo, poniendo en riesgo mi pase del curso. Así que mientras el profesor me pide mi opinión sobre la Guerra Fría –¿qué es eso? ¿Tipo la guerra de La era de hielo?–, yo en lo único que pienso es en “mis” platos, sus descripciones y abreviaciones. Termino el examen, rogando que esté apto para una nota de dos dígitos, me dirijo rápidamente al estacionamiento, monto a Abelardo e inicio el camino hacia mi dulce hogar.

Tres horas más tarde, me encuentro en mi chamba (cómo me encanta esa frase) dando el examen de menú. Mientras los clientes van y vienen y los server se mueven de aquí para allá con diez platos encima, yo me rompo el cerebro tratando de recordar cada uno de los ingredientes de los quince platos que me tocan hoy. Luego de 40 minutos y de revisar cada pregunta unas tres veces, le entrego el examen a mi entrenadora, y me entero luego de que he tenido una de las mejores notas que alguno de sus entrenados ha tenido en mucho tiempo (98/100; sin duda, el mejor final de este ciclo).

Bajo al sótano, me pongo mi look de hostess (al castellano: «anfitriona», esa flaca obligada a estar parada por seis horas, que recibe a los clientes en la puerta y se gana con el malhumor e impaciencia de los mismos cuando están en lista de espera), que equivale a pantalón, blusa y zapatos (y con tacos, maldita sea) negros y maquillaje y tomo mi posición hasta la medianoche.

A pesar de ser viernes por la noche, mi turno nocturno transcurre de manera tranquila (poco movimiento), solitaria (me ha tocado trabajar sin entrenadora) y dolorosa (uso zapatos de taco 2 y, aun así, siento que mis pies no podrán caminar en dos días enteros). Pero todo esto cambia y y/o es dejado de lado en el momento en que una tía cuarentona invade mi zona solo para quejarse de que he ubicado en “su” mesa a una señora embarazada antes que a ella.

- Señorita, no me parece justo que a esa chica le haya dado mi mesa. Yo he estado aquí mucho antes que ella.
- Lo que pasa, señora, es que la chica está embarazada, por lo que tiene atención preferencial. Es política de la empresa.
- ¿Por qué? Ni que fuera minusválida…

Con todas las fuerzas humanas que habitan en mi cuerpo, trato de no perder la compostura frente a este desubicado ente dándole un par de cachetadas (que no le vendrían nada mal, así gana cachete, de paso), por lo que respiro una, dos, tres veces, hasta que llega mi entrenadora, escucha la situación y le repite exactamente lo mismo a la señora cuarentona, quien, finalmente, se da cuenta de que ha perdido la batalla y se sienta nuevamente a esperar “su” mesa –vale decir que, cuando por fin fue su turno de ubicarla en alguna mesa, mi entrenadora y yo la ubicamos en la más alejada y en donde más aire acondicionado cae–. “Acostúmbrate, Ale, que como ella hay muchas más y peores”, me dice mi instructora. Si esto es verdad, por favor, que Dios me ampare.

Nota: Flaca, no sé quién habrás sido ni me interesa un carajo, solo quiero decirte que si, por casualidades de la vida, alguna vez te topas con este blog y te acuerdas de esta situación, quiero que se te quede grabada una palabra en tu diminuto cerebro, la misma que deberías aumentar cuando alguien te pida describirte en el futuro: descerebrada.

domingo, 5 de diciembre de 2010

¿La hago?


Miércoles 01 de diciembre del 2010. Me encuentro echada en mi cama como morsa web-eando –para variar–, cuando mi cerebro hace memoria y recuerda que hoy es mi primer día de entrenamiento en la chamba. ¡Chucha! Me pongo las zapatillas, me acicalo, enciendo a Abelardo y salgo disparada de mi casa. Justo antes de entrar a la Aviación, considero inventarme un atajo para llegar más rápido (no recomendable, dado lo desubicada que soy) y evitar el tráfico, pero por cojuda –por no arriesgarme– y confianzuda –por creer firmemente que llegaré a tiempo– decido seguir el camino de siempre, el único que conozco. Pero apenas doblo a la derecha para ir todo de frente hasta llegar al Óvalo Higuereta, me percato de la estupidez que acabo de cometer: no sólo la pista está infectada por combis, taxis y carros particulares, sino que una frasecita (ya conocida por mí) comienza a taladrarme el cerebro: “Me hago la pichi”.

¡No, puta madre! ¡Ahora no, por favor! Vejiga, te juro que llegando al local te consiento en lo que quieras, pero ahora te exijo que no me jodas y no te aflojes, ¿ok?

Gracias a una fuerza sobrehumana, mi vejiga hace caso, por lo que llego sana y seca a la chamba. Toco el timbre, pregunto por mi jefa, me la encuentro, la saludo y, sin más preámbulos, le digo “por favor, necesito ir al baño”. Bajo al sótano, hago la pichi, subo y me vuelvo a encontrar con mi jefa, quien me entrega mi uniforme y me ordena que me vaya a maquillar.

¿Maquillar? ¿Cómo le explico que yo jamás en mi vida me maquillo, que sólo he estado maquillada cinco veces en mis 20 años, que parezco travesti con maquillaje y que, resumiendo todo, no sé maquillarme?

“Este… ¿Podrías maquillarme tú? No he traído maquillaje y…bueno, no sé maquillarme”, le explico, más roja que un tomate. “Claro, no te preocupes, Ale. Ven, siéntate. Yo te maquillo –después de 5 minutos–. Listo. Ahora ve al sótano a planchar tu camisa para que puedas empezar”.

Este… ¿Cómo le digo que no sé planchar?

Para no pasar más roche, me ahorro mis vergüenzas, bajo al sótano, estiro la camisa, enchufo la plancha y me quedo parada frente a la tabla de planchar, craneando cómo cuernos alisar la camisa sin hacerle un agujero negro. Como no se me ocurre ni un carajo, me quedo ahí, parada como estúpida, esperando a que un alma baje al sótano y se apiade de esta pobre desubicada. Quien termina apareciendo es el jefe de cocina, quien, con sólo mirarme, deduce la situación que está frente a sus ojos: “No sabes planchar, ¿no? Dame que te ayudo”. Aliviada y, a la vez, apenada, observo cómo plancha mi uniforme en menos de un minuto, al mismo tiempo en que navego en mi memoria, tratando de recordar si es que hay algo “casero” que sepa hacer (la respuesta sigue pendiente hasta el día de hoy).

Guardo mis cosas en el locker, me amarro el pelo por primera vez en el año, me encuentro con mi entrenadora y estoy lista para la acción nocturna.

Caos, ruido, platos, aroma, suciedad, agua, máquina, números, gritos, vasos, movimiento. Mucho movimiento.

- Ale, ven y mira ese cuadro. Necesito que te aprendas el número de mesas en 10 minutos para que ayudes a llevar platos.
- ¿Qué? ¿Estás segura? No te lo recomiendo. Mi memoria suele ser bastante frágil a veces. Y hoy es una de esas veces.
- No importa. Es tu primer día; te tienes que equivocar de todas maneras.
- Pero…
- Toma. Lleva esto a la mesa 33.
- Ok…

Veo el cuadro de la ubicación de mesas por última vez antes de salir de la cocina, pero apenas cruzo la puerta, me olvido por completo de la ubicación de la mesa.

¿Dónde cuernos estaba? Sé que es por el lado izquierdo, pero ¿pegada a la pared o un poco más allá? ¡Chucha! Deberían tener un mini cartel con el número de mesas, caray… A ver, investiguemos. “Hola, ¿qué tal? ¿Pidieron una hamburguesa con papas?” ¿No? Ok, siguiente. “Chicos, ¿pidieron una hamburguesa con papas? ¿Tampoco? “¡Hola! ¿Pidieron este plato para compartir? No. ¡Coño!

Resignada, regreso a la cocina, en donde comunico mi clara afirmación a mi entrenadora:

- No existe la mesa 33.
- ¿Cómo que no?
- De verdad, no existe. Creo que te confundiste y quisiste decir, en realidad, mesa 23 o 43.
- Ale, llevo 4 años trabajando aquí y me vienes a decir a mí que no existe la mesa 33. Ven que te enseño. Es la mesa que está a la derecha de la 32, la que está pegada a la pared de la izquierda. ¿La ves?
- Sí… Enseguida les llevo el plato.

Muerta de la vergüenza, esquivo la mirada burlona de los cocineros y demás meseros y me dirijo a la mesa 33, de quien recibo un “pensamos que se habían olvidado de nosotros” como respuesta. Les regalo una sonrisa fingida y desaparezco rumbo a la cocina, en donde recibo otra orden de mi entrenadora: llevar una bandeja grande (de esas que se tienen que llevar sobre la cabeza) a otra mesa. “Tampoco te lo recomiendo. Mi equilibrio no es muy bueno, por lo que es muy probable que toda la bandeja me caiga encima. ¿Te soy sincera? Yo creo que hoy debería sólo escucharte y no hacer nada, así yo me evito roches y tú te evitas molestias. ¿Qué te parece?” “Ay, Ale. Te encuentro muy divertida, ¿sabías? Pero tú estás acá para aprender todo lo que yo te enseñe. Y ahora quiero que aprendas a llevar una bandeja sobre la cabeza. Ven, ponte frente a mí y alza las manos”. Con las manos y el cuerpo temblando, logro poner, con ayuda de mi entrenadora, la bandeja de 10 kilos sobre mi cabeza. Acto seguido, sigo cada paso de mi entrenadora (a velocidad de tortuga) hasta llegar a la mesa, bajar la bandeja de mi cabeza, entregarle los platos a los clientes y regresar a la cocina, mi única zona segura del local, en donde permanezco por el resto de la noche.

Después de 6 horas de entrenamiento en la chamba, y de enterarme de que usé una camisa para hombres durante toda la noche, me encuentro en la cocina de mi casa escribiendo esto, con dolor de brazos de tanto secar platos y con los ojos a punto de cerrarse, pero aún consciente para repasar mis tareas pendientes:

- Aprender a maquillarme
- Aprender a planchar
- Aprender una nueva ruta para ir a la chamba
- Aprenderme los nombres de mis compañeros de trabajo (e inventar una nueva forma de decir “compañeros de trabajo”)
- Aprender los nombres, ingredientes y abreviaciones de 15 platos.

Todo esto en no más de tres horas. ¿La hago?

viernes, 5 de noviembre de 2010

Penosa realidad


Ayer me vi con un excelente amigo a quien no veía desde hacía meses. El plan era este: recogerlo en su casa (la cual queda relativamente cerca a la mía), acompañarlo a Polvos Rosados y encontrar polos para su sesión de fotos y, finalmente, dejarlo en un local al frente de la UPC. Todo aquello en no más de dos horas –idea que me había hecho yo solita.

Llegué a su casa a las 16:15, aproximadamente, y terminamos saliendo de la misma a las 18:30. ¿Por qué? Porque el señorito se demoró una eternidad en meterse a la ducha, porque, al salir de la ducha, se demoró una eternidad para cambiarse, porque, después de cambiarse, se demoró una eternidad para ponerle el pasador a su zapatilla (hecho con el que salió la frase “no soy yo; es él”), y porque, después de ponerle el pasador a su zapatilla, se demoró una eternidad en afeitarse. Mientras todo esto sucedía, yo me dispuse a quedarme en la cama, echada como morsa, viendo cómo Cosmo Kramer (Seinfield, para los incultos) era dopado por su dentista.

“¿Estás lista?”, me preguntó antes de abandonar el cuarto. “Sí, vámonos de una vez; te lo ruego” respondí. Pero la desubicada (yo) no estaba tan lista: ligeras ganas de ir al baño atentaban contra mi cuerpo, pero decidí aguantarme y salir de ahí. Por apurada, por impaciente, por cojuda.

El camino desde su casa hasta la UPC duró media hora y estuvo lleno de desvíos para evitar el tráfico, indicaciones de mi amigo para no perdernos y con tres posibles accidentes con otros carros.

Al pasar por la entrada principal de mi universidad, él me dice que no me preocupe, que lo deje ahí nomás, pero yo, por buena gente y por cojuda, le digo que “no hay forma; te voy a dejar en la puerta del local”. Así que doblo en U (dándole la contra a mi ruta conocida, en la cual no sufro por el tráfico), dejo a mi amigo en el local de las fotos, avanzo unos cuantos metros y me topo con lo peor: un tráfico de mierda.

¡Puta madre! ¡Por cojuda estoy acá! ¡Lo hubiera dejado en la esquina, así me iba por la ruta de siempre! ¡Encima estoy sola, con las emisoras limeñas que me ponen de mal humor y la pichi que se me sale!

Avanzando dos pasos cada 30 minutos, mi sistema nervioso está al borde del colapso, con los carros que se pegan como moscas, los taxis y combis que tocan el claxon cada dos segundos, el flaco mandándome mensajes y preguntándome por qué había tomado esa ruta y la pichi a punto de desprenderse de mi cuerpo.

Casi llegando a la altura de Bembos, pienso en doblar a la izquierda, estacionarme por un momento, subir las escaleras como loca y vaciar mi vejiga hasta quedar satisfecha, pero la realidad me hace aterrizar: no hay ninguna forma de que pueda llevar a cabo mi plan dada la cercanía que hay entre los carros (con las justas hay espacio para las motos), así que aprieto el estómago, dejo de pensar en ello y me concentro en llegar a casa antes de la medianoche.

Por lo que más quieras, Alessandra, no te hagas la pichi; aguántate hasta llegar a la casa o hasta que te libres de este puto tráfico, pero NO te mojes los pantalones ni ensucies al pobre Abelardo.

Juro por mi blog que usé todos mis poderes para evitar que eso pasara, pero, al caer en la cuenta de que no estaba cerca de librarme del tráfico, de que el interior de Abelardo es cero iluminado y de que los conductores a mi costado estaban muy fastidiados como para prestarme atención, me di por vencida y me liberé; en otras palabras: me hice la pichi encima.

Sí, como lo leen: yo, Alessandra Cavagnaro, a mis 20 años de edad, me mojé los pantalones (mi malla negra, en realidad) con varios litros de pichi –así se sintió–, y la cara de placer y satisfacción que puse al terminar (como si acabara de tener el mejor orgasmo de mi vida) fue, creo yo, bastante parecida a esta:


Cerré por un momento los ojos, vacié todos mis pensamientos, abrí los ojos y, nuevamente, la realidad me tocó:

No. No había sido un sueño.

domingo, 31 de octubre de 2010

Inentendiblemente feliz


Ayer pregunté, vía Twitter, por algún tema interesante para escribir en mi blog, y tres fueron las respuestas que recibí (o que llegué a leer, por desubicada): la primera sugería escribir sobre el primer amor colegial; la segunda, hablar sobre la Navidad; la tercera, explicar cómo entender a los hombres.

Sinceramente, ninguna de las tres respuestas me llamó mucho la atención, pero, por algún motivo, la tercera opción se quedó taladrándome el cerebro, haciendo que dejara de lado lo que estaba haciendo (nada productivo, vale decir) para ponerme a escribir esto.

Abrí Google Chrome, tipeé la tercera respuesta para inspirarme un poco, y un sinfín de páginas con el mismo nombre, más una palabra clave, aparecieron como resultado: manual para entender a los hombres.

Lo leí en voz alta. ¿Manual para deducir a la especie varonil? ¿Acaso hay leyes que las mujeres tenemos que aprender para poder llevarnos bien con los hombres, como si todos fuesen exactamente iguales?

No sé ustedes, pero yo discrepo, señores. Hay cosas que no entiendo de los hombres, como por qué dejarse el pantalón a la altura del culantro (vómito visual, a mi parecer), por qué apoyar al fútbol peruano si es una mierda, por qué la obsesión con su pene, por qué creen que son los reyes al volante si la mayoría de accidentes lo causa su propia especie e infinitas cosas más. Tampoco entiendo la razón de algunas mujeres de maquillarse hasta para ir a la bodega del chino de la esquina, por qué dejan que los hombres les paguen todo (¿acaso son inútiles y no pueden pagarse sus propias cosas?), por qué abusan de la posería y se toman fotos hasta en el baño, por qué no dejan la envidia a un lado y admiten que una flaca está buena y más.

En fin, yo no entiendo y soy feliz. Porque si entendiera todo, no habría misterio ni sorpresas y todo sería monótono. Si entendiera todo, las relaciones con otras personas serían robóticas.

Así que no se gasten, flacas. Dejen de perder su tiempo tratando de entender a los hombres. Total, los hombres fueron creados para amarlos; Dios nunca dijo que teníamos que entenderlos.

Nota: si no te convencen mis sabias palabras, lee este manual que encontré en Internet para ti y sé feliz.

Manual para entender a las mujeres:

• No = Sí
• Sí = No
• Tal vez = No
• Tú verás… = Como lo hagas, te mato
• Lo siento, pero… = Lo volveré a hacer igual…
• Decide tú = Pero haz lo que yo digo
• Eres libre de hacer lo que quieras = Ni se te ocurra hacerlo
• Haz lo que quieras = Pero lo pagarás caro
• No, no estoy enfadada = Por supuesto que estoy encabr…… ¡IMBÉCIL!
• ¿Te estás durmiendo? = No te duermas
• Esta noche estás muy cariñoso = No tengo ganas de hacer el amor, pesado
• No me mires de esa manera = Me encanta que me mires con esa cara de salido
• ¿Estoy gorda? = Dime que estoy buenísima
• Apaga la luz = Tengo celulitis
• Quiero cambiar estas cortinas = Y las alfombras, y la pintura, y los muebles…
• Es que esta cocina es tan pequeña… = Quiero una casa nueva
• ¿Me quieres? = Te voy a pedir algo
• ¿Cuánto me quieres? = Y cuesta mucho dinero
• Necesitaríamos… = Yo quiero
• Tenemos que hablar = Necesito quejarme de algo
• Creo que no nos comunicamos lo suficiente = Tienes que estar de acuerdo conmigo

Manual para entender a los hombres:

• Sí = Sí
• No = No
• Tengo hambre = Tengo hambre
• Tengo sueño = Tengo sueño
• Estoy cansado = Estoy cansado
• Hablemos = Estoy tratando de impresionarte para que pienses que soy un hombre profundo y accedas a tener sexo conmigo
• Pareces tensa. ¿Te doy un masaje? = Primero te meto mano, después quiero sexo contigo
• ¿Me concedes esta pieza? = Quiero sexo contigo
• ¿Te gustaría ir al cine? = Quiero sexo contigo
• ¿Quieres cenar conmigo hoy? = Quiero sexo contigo
• ¿Te puedo llamar el viernes? = Te voy a llevar a mi casa para tener sexo contigo
• ¿Te quieres casar conmigo? = Quiero que sea ilegal para ti acostarte con otro hombre que no sea yo
• (De compras) Sí, te queda muy bien = ¡¡Cómpralo de una vez y vámonos ya de aquí!!
• Qué bien te queda… = ¡Qué buena estás!
• Sí, te queda bien el nuevo corte de pelo = Mierda… ¡¡30€ a la basura!!
• Pero ¿cuál es el problema? = No entiendo la tragedia…
• ¿Qué te pasa? = ¿Qué trauma psicológico inventado te afecta hoy?
• ¿Estás enfadada? = Me imagino que esta noche nada de sexo…
• Estoy aburrido = ¿Tenemos sexo?
• Yo también te amo = ¿Estás contenta? ¿Podemos empezar con el sexo ya?

miércoles, 27 de octubre de 2010

Crónica de una noche en cuatro ruedas


- ¿Aló?
- Desubicada, ¿estás ocupada?
- No, Rasu. Vente nomás.

Después de 20 minutos (que, inicialmente, eran sólo 5), me encuentro con el señorito Carlos Herrera (más conocido como Rasu, para mí) en la entrada de La Ratonera (UPC). Él, con jean oscuro, polo ancho y Converse; yo, con el único jean que tengo, polera blanca (camino a ser gris) y Converse con figuras de cupcakes.

- ¿Quieres entrar?
- Ya, pues. A ver dónde estudia la desubicada.
- Ok. Saca tu carné universitario para que entres con eso.
- ¿No debería enseñarles el tuyo?
-Claro, como nos parecemos tanto... Tú solo enséñales tu carné como si entraras con él todos los días.
- Si tú lo dices...

Confiando en la actuación merecedora al Oscar de Rasu, camino hacia el interior de la universidad, comentando en voz alta el motivo de mis ojeras al estilo mapache, cuando escuchamos una voz detrás de nosotros.

- Joven, ¿su TIU?
- No lo he traído. Sólo tengo mi carné universitario.
- ¿De dónde viene usted?
- Es mi invitado -intervengo.
- Señorita, no está permitido el ingreso de alumnos de otras universidades al campus.
- ¿Por qué no?
- Porque así lo dice el reglamento. ¿Lo ha leído?
- No, señor, por eso le estoy preguntando el motivo por el que se prohíbe la entrada a invitados.
- Es su deber informarse, señorita.

"Lástima. Y yo que pensé que les pagaban por algo más que estar parados todo el día. Qué ingenua", murmuro en un tono de voz que sólo yo soy capaz de percibir y me alejo con Rasu. Como faltan pocos minutos para las tres de la tarde, nos sentamos en una banca a conversar sobre la vida, nos cagamos de risa de la misma y, finalmente, convenzo a Rasu de regresar a las 7 pm para pasear en Abelardo e irnos a tragar a un lugar cercano.

A las 6:30 pm, después de babear dormida en clase de Gerencia de Productos, me encuentro nuevamente con Rasu en otra entrada de La Ratonera, nos dirigimos al estacionamiento, enciendo y caliento a mi pobre Abelardo y decidimos ir al Papa John's (sí, tuiteros, más pizza) de
Guardia Civil, aprovechando mis vales de promoción y mi aún antojo pizzero.

Todo marcha de la refurinfunflai hasta que llegamos al cruce de la muerte: un cruce en no sé exactamente dónde, antes de llegar a la Avenida El Polo y cerca a la Embajada de Gringolandia, en el cual los carros aparecen de todos los puntos posibles, sin semáforo que funcione y sin policía que dirija el tránsito (¿sorprendente? NO).

Habremos estado estancados entre 20-30 minutos, sin posibilidad de movernos ni de hacer nuevos amiguitos(as) a través de la ventana (salvo unas señoras que se burlaban de mi cara de sufrimiento y desesperación). Abelardo fue azotado por un cobrador que se dispuso a darnos órdenes a todos como si ese pedazo de mierda fuera el rey al volante y yo solté un par de insultos, mientras que Rasu entre que puteaba conmigo y se entretenía grabando aquel acontecimiento.

No me di cuenta en qué momento apareció el Moisés del tránsito, alzó sus brazos y despejó mi camino para que pudiera llegar sana y salva a Papa John's, pero te lo agradezco desde lo más profundo de mi ursulino ser, quien quiera que hayas sido.

Antes de despedirme y de que vean los videos como prueba de aquel día, me tomaré un segundo (ojo, solo uno) para agradecer a mi querido copiloto Rasu, porque sin él hubiera entrado en pánico esa noche, haciendo que no sea capaz de hacer ningún movimiento y provocara el segundo estancamiento de la noche.

Ahora sí me callo. Disfruten.


jueves, 21 de octubre de 2010

Las Cavagnaro invaden Cusco


He decidido variar un poco esta vez y no concentrarme en una sola experiencia, sino citar brevemente las más importantes con sus respectivas fotos, así que, para el deleite de todos, he aquí una pequeña lista de lo que les pasó a las hermanas Cavagnaro en Cusco:

Jueves

- Andrea y yo sufrimos en el vuelo Lima - Cusco por la turbulencia y tenemos que respirar con ayuda de la bolsa de papel (y no: no estábamos exagerando).



- La guía que nos recoge del aeropuerto y nos lleva al hostal escribe nuestro apellido de manera inusual.

- Pagamos por todos los tours y yo me quedo con 60 soles para sobrevivir hasta el martes.

- Arianna presenta los primeros síntomas de soroche.

Viernes

- Arianna agoniza por el dolor de cabeza.

- Pago un sol por tomarme esta foto.



Sábado

- Arianna está en coma por el dolor de cabeza.

- Bajo hasta el último nivel de Moray, lo que termina destrozándome las piernas.

El punto blanco de la izquierda soy yo

Domingo

- Arianna se orina los pantalones y se corta el labio superior con una cuchara de plástico.

- Andrea y Arianna tienen que llevarme, a escondidas, comida de un buffet, porque si yo lo pago, me quedo más misia que el Chavo del 8.

- Primer contacto con testosterona (turistas brasileros).

Lunes

- Estamos en la cima de Machu Picchu.



- Me mecho con unas escolares.

- Por sentarme en una piedra de Machu Picchu, tendré trillizos, según el guía.

- Compro un paquete de 252 gramos de galletas Doré como almuerzo.

- Tengo tendencias suicidas porque no hay absolutamente nada que hacer en Aguas Calientes.



- El tren de Aguas Calientes a Ollantaytambo se atrasa media hora.

- Me meto al baño de hombres (sin querer queriendo, claro).


Martes

- Desayuno galletas Doré con mayonesa casera.

- Dos personan piensan que somos de Chile, una que somos de Argentina y otra que somos brasileras.

- Lima, somos tuyas.

En el taxi, camino al aeropuerto de Cusco

martes, 19 de octubre de 2010

Declaración


14 de octubre del 2010. Me despierto a las 5:30 de la madrugada para ir a mis clases de Instrumentos para la Gestión de 7 a 9 am, pero termina siendo por las huevas, porque Homero sólo se digna a entregar el examen parcial y corregir el mismo. Salgo del salón a las 8:10 am y me encuentro con Motta, quien me pregunta si quiero ir a Starbucks para desayunar. “No puedo, Mottilla. Me voy a Cusco”, le respondo.

A las 9 am ya estoy de vuelta en mi dulce hogar, terminando de armar mi maleta y despidiéndome de mis queridos tuiteros. Media hora después, llega mi Mamina y mi madrina Cheli, por lo que sé que, apenas llegue el taxi a mi casa, esta se convertirá en un lloriqueo total. Y, efectivamente, apenas el conductor de un carro blanco toca el timbre, las primeras lágrimas comienzan a dibujarse en nuestros rostros, al mismo tiempo en que mamá pregunta «¿qué voy a hacer sin mis niñas?».

Yo no sé qué voy a hacer sin ti, mami. Yo no sé.

Camino al aeropuerto, cuando aún sigo luchando contra el llanto y el moco, Andrea me desconcentra al preguntarme si he traído mi tarjeta de crédito. “¡¡¡Puta madre!!!”, es lo único que logro soltar. “Ah, no sé cómo haces, pero te tiene que durar todo el efectivo hasta el martes (asumiendo que has traído efectivo, hermanita)”, me dice ella. Sí había llevado efectivo, lo que me había faltado era idear un plan, como todos mis familiares me habían dicho. “A la mierda –les había respondido–, seguiré fiel a mi estilo desubicado y no planearé nada”.

Llegamos al aeropuerto a las 11:10 am, dejamos las maletas en el contador, subimos al segundo piso y nos sentamos en una mesa del food court a esperar la primera llamada que, supuestamente, era a las 11:55 am. Para el mediodía, ni la llamada ni mi flaquito lindo daban señales de aparición, hasta que, pocos segundos después, lo vi: Diego Huamantica se distinguía entre el mar de gente que se dirigía a la zona de embarque a despedir a sus papás, hijos, sobrinos, amantes, etc. Entonces corrí, no como la forma en que corren los flacos y flacas arrechos en las películas, pero corrí, lo abracé y fui feliz.

A las 12:10 pm, preocupadas porque no nos llamaban, decidimos dirigirnos a la sala de embarque, así que me despido del flaco, pagamos el impuesto (al mismo tiempo que escuchamos la ÚLTIMA llamada) y corremos hacia la zona donde nos revisan el equipaje de mano, y en donde una señorita nos dice que «son las 12:16 pm y su vuelo sale a las 12:30 pm. Deberían haber llegado antes». Debido a la poca paciencia que habita en mi cuerpo, pongo mi conocida cara de culo y le digo lo siguiente a la tarada cucufata: “Señorita, no se desubique. Ustedes tienen toda la culpa por no haber hecho la primera llamada, así que ahórrese sus reproches”. Sin dejarle tiempo para responder, me alejo de la perra esa, me encuentro con mis hermanas, dejo que me revisen el equipaje y corremos las tres hacia la puerta 8. Ellas, trotando como señoras; yo, corriendo como si estuviera en la maratón de mi vida, tan desesperada que comienzo a gritar, por todo el aeropuerto, «¡no se vayan! ¡¡¡Espérennos!!!». Sin aliento, llego a la puerta 8, espero a las tortugas de mis hermanas, nos sentamos en el avión y en 10 segundos ya estamos volando hacia la tierra de los incas.

En todos mis viajes en avión (que no son infinitos, pero tampoco escasos), jamás había vivido tanta turbulencia y sufrido tanto dolor de cabeza y mareos, y mucho menos tenido la necesidad de coger la bolsita blanca de papel y tener que respirar por ahí. Hasta ese momento.

Felizmente, el viaje a Cusco sólo llega a durar poco más de una hora, por lo que, al aterrizar, sólo tengo una declaración para dar: Cusco, somos tuyas.

domingo, 10 de octubre de 2010

Desubicándome con Ginnoceronte


Ginno Melgar ha sido la primera persona que he conocido personalmente después de haberla conocido por una red social (Twitter, en nuestro caso).

Una hora antes del encuentro, desubicada y desconfiada, pensé en la posibilidad de que el pata sea un maniático, violador o pedófilo (muchas personas son lo contrario a lo que aparentan en el mundo virtual), y caí en la cuenta de que, dada mi ingenuidad, yo no haría nada y dejaría que él hiciera lo que quiera conmigo (secuestrarme, fugarse con mi carro, cortarme en pedacitos, etc.).

Pero la realidad fue otra: Ginno Melgar (Gin-Gin, de cariño) resultó ser una excelente persona y terminó cayéndome de la putísima madre. Y como no teníamos nada mejor que hacer (yo sí), grabamos nuestras ocurrencias, disparates, sandeces ocurridas ese día. Disfruten.



Y bueno, como estoy afanada con esto de los videos, creo que empezaré una especie de tradición y lo haré más seguido. ¿Quién quiere ser el próximo?

sábado, 2 de octubre de 2010

Tarde con un pejelagarto y una desubicada


"¿Qué hay de nuevo, viejos?"

Primera vez que hago esto y, dependiendo del feedback de la gente, decidiré si lo vuelvo a hacer o no. Es un video sencillo, de dos tuiteros comunes y corrientes llamados @adrianssp y @alecavag, mejor conocidos como ''pejelagarto'' y ''desubicada''.

Tras ver el video (o si quieren leen esto primero, como prefieran), podrán sacar las siguientes conclusiones y más:

1) No soy buena editando y me importa un carajo.
2) Me divierte hacerle muecas a la cámara.
3) Adrián y yo somos expertos (o sea, pésimos) enfocando.
4) Soy el jorobado de Notre Dame, versión femenina.
5) Claramente, Adrián NO confía en mí detrás del volante.
6) Encima que mi compañero Adrián tiene cabeza de pollo, me hace sentir como si estuviera loca al casi convencerme de que no le había contado algo, cuando lo había hecho en menos de 24 horas antes (3:11).
7) Mientras que Adrián se alucina con sus cachetes y tiene complejo de chancho (3:34), yo tengo complejo de cholita (5:03).
8) ¿Seré el amor frustrado del pejelagarto?
9) Alessandra al volante (no) es un peligro andante (saquen sus propias conclusiones).




Siguiendo con la temática inicial de Bugs Bunny, me despido diciendo "¡Eso es todo, amigos!"

Estén atentos para el próximo video de la desubicada en desconocida fecha e indeterminado día, pero siempre, siempre por el mismo canal.

viernes, 1 de octubre de 2010

Dimensión desconocida


Son las 17:08 y el profesor de Gerencia de Productos acaba de cruzar la puerta del salón. Y apenas su potasio ha estado a pocos centímetros de la silla, yo me he ido. Pero no del salón; me he ido a una dimensión desconocida –¿no les ha pasado que están en el salón de clases, en el trabajo o en donde fuera, y les importa más la mosca que vuela a su costado que lo que está hablando el profesor o la autoridad presente? Bueno, eso me pasó–, y he aquí la enumeración de todas las (no) pastruladas que me han visitado en esta ocasión.

1) Soñé que Angelina Jolie y Brad Pitt eran mis papás y que tenía tantos hermanos critter de todos los rincones del mundo que ya había perdido la cuenta del número exacto y, además, yo era la oveja negra de la familia.

2) Recordé mi viaje a Europa y maldije haber pasado mucho tiempo en Monleone, Italia (que ya conocía) y poco tiempo en Londres, Inglaterra (que no conocía). Puteé no haber planeado mejor las cosas ni haberme organizado más eficazmente. Y me frustré al pensar en las cosas que pude haber dicho o hecho y no las hice por tonta, por desubicada, por tímida y por falta de tiempo.

3) Me percaté de que extrañaba a horrores los abrazos y besos de mi flaquito lindo. También, que de mis 158 seguidores de Twitter (sí, presto atención a la cantidad) personalmente conozco a menos de 10 (probablemente sólo a 5).

4) Me imaginé desubicándome por completo, parándome y gritándole al profesor que me importa un rábano su curso (mentira: sí me importa e interesa el curso, pero el profesor lo hace tan aburrido que quiero largarme apenas iniciada la clase).

5) Caí en la cuenta de que hace casi una semana que hice el papelón en Friday’s, que Diego me dijo "te llamaremos" y que, hasta el momento, no me ha llamado ni el vigilante.

6) Aterricé, saqué los cálculos y me di cuenta de que, mientras yo busco algún tema o experiencia paja para escribir en el blog o tuiteo todo el día, como el conejito de Duracell que nunca se cansa, los parciales han llegado de lo más caleta posible para empezar este lunes. Sí, Alessandra: ESTE lunes.

7) Me pregunté, egocéntrica yo, si algún día mi blog será famoso, cruzará fronteras y la dueña será entrevistada por algún ente conocido (inter)nacional.

8) Me visitó aquel deseo mío que tuve alguna vez de probar por primera vez algo de “polvo de la felicidad” y de ir a algún stripclub (esto último aún tengo ganas de hacer. ¿Vao?).

Y antes de seguir recordando más, el profesor, parecidísimo a este, me miró con cara de culo, me exigió que guardara la laptop y me botó del salón.

No importa –pensé–, regresaré, huevón.

viernes, 24 de septiembre de 2010

El espectáculo del día


Haciendo caso omiso a las recomendaciones de AR (sí, tú, Rodrigo) y a las de algunos tuiteros, mando un mail a Starbucks, Chili’s y Friday’s con la carta de posible salvación a mi vida (para los que se perdieron la carta, esta era, básicamente, una súplica a estas empresas para que me acojan en sus establecimientos). Y, milagrosamente, recibo la respuesta del tercero al día siguiente con este mensaje:

Hola, Alessandra. Recibimos tu correo y, pues, debo decir que nunca habíamos recibido uno así. Nosotros solemos descargar los CV desde la web para que sean evaluados y luego convocamos a los candidatos para una entrevista. Sin embargo, haremos una excepción contigo. Preséntate mañana a las 10 am en el Friday’s del Óvalo Gutiérrez con tu CV impreso. Si a esa hora te es imposible venir, puedes hacerlo a las 4 pm. Pregunta por Bárbara. Te esperamos.

Sin creerlo a primera vista, vuelvo a leer el mensaje una, dos, tres veces más hasta que las palabras cobran vida en mi mente. ¿De verdad tengo una entrevista de trabajo mañana? ¿Y en Friday’s, aquel sitio que siempre me ha llamado la atención? “Sí, Cavag, créetelo de una vez”, me responde Ximena.

23 de setiembre del 2010. Salgo de mi examen de Instrumentos para la Gestión –el cual hice pésimo por estar más preocupada por la entrevista que por aprobarlo–, converso un rato con Adrián (quien prácticamente me putea por querer ir con polo, leggins y botas negras, casaca de jean y chalina verde), regreso a mi casa, almuerzo, hago tiempo, imprimo mi triste CV, salgo de mi casa a las 14:30, siendo mi entrevista a las 4 (más vale prevenir que lamentar, ¿no?), y llego al Óvalo Gutiérrez a las 15:20. Falta todavía un buen rato, pero estoy tan nerviosa que termino yendo al baño de Wong no tres, no cuatro, sino cinco veces (sí, las conté). A las 15:50 entro al local de Friday’s. Lo contemplo, me persigno internamente, me acerco a los meseros reunidos cerca del bar y pregunto por (Doña) Bárbara.

- ¿Para qué la buscas? ¿Familiar? ¿Reservación? ¿Consulta? ¿Entrevista?
- Entrevista.
- Ah, ok. ¿Ya llenaste la hoja de solicitud?
- No, aún no.
- ¿Cómo es que estás acá, entonces?
- Le mandé un mail a Bárbara y me citó hoy a las 16:00.
- Manya. Todo lo que tuve que esperar yo para que me llamen y a ti te liga con un correo. En fin, iré a llamarla. Si gustas puedes tomar asiento. Ah, y llena esto, por favor.
- Ok, gracias.

Me dirijo a la mesa más cercana, acomodo bien mi potasio y me dispongo a llenar la hoja de solicitud que me acaban de entregar hasta que me topo con la peor sorpresa del mundo (para mí): la carencia de tildes en TODA la hoja de solicitud. ¿¿¿Acaso esta gente no sabe que existen las tildes??? ¡¡¡Me suicido!!! Como sea, trato de mantener la compostura hasta "olvidar" aquel inconveniente. Y todo bacán hasta que llego a dos incógnitas que me alteran el sistema nervioso: estatura y peso. “Chucha –pienso–, soy chata y con kilos de más. Si pongo mis medidas reales, ¿querrán todavía contratarme?” Como no quiero ahondar en esas interrogantes, desubicándome, y haciéndome la loca, dejo ambas preguntas en blanco, termino de llenar la solicitud y espero a que algún ente humano vuelva a acercarse a mí.

Y como nadie se digna a aparecerse durante los próximos 10 minutos, y porque no han prendido el televisor, no he traído mi MP3 (sí, sigo usando MP3) y he olvidado mi Nextel en casa, saco mi agenda y comienzo a escribir esto. Después de unos minutos, a eso de las 16:20, veo acercarse a mi mesa uno de los bartenders con hoja y lapicero en mano. Es joven, simpático y tienes el permiso de tu flaco para gileártelo. ¡Aplica, Alessandra! De manera que le sonrío de oreja a oreja, a pesar de que hable huevada y media y suelte lisuras cada dos palabras, busco identificarme con él y le hago saber que soy perfecta para el ambiente de Friday’s. Después de unos fugaces 15 minutos, Diego (casualmente, tocayo de mi flaco) da por concluida la “entrevista”.

- Bueno, Ale, eso es todo. Sería paja que trabajes aquí. Me parece que encajarías bastante bien. En fin, hoy mismo hablaré con Bárbara. Te llamaremos.
- Gracias. A mí también me gustaría, Diego. Hasta pronto.

Nos despedimos, hago una última recorrida visual al local, doy media vuelta, camino hacia la puerta, obvio el aviso que dice «caution, wet floor» más los pequeños escalones que se encuentran a un palmo de mis pies y la imagen (exagerada, vale decir) del espectáculo con la que se ganan los empleados de Friday’s del Óvalo Gutiérrez es la siguiente:


Seguro les habré alegrado el día con esto. Y espero que a ustedes también.

Hasta la próxima, desubicad@s.

martes, 7 de septiembre de 2010

Yo no necesito GPS; yo necesito GPD


- ¿Practicaste manejo hoy día?
- No, papá.
- ¿Por qué? ¿Qué esperas? Acuérdate que es tu última oportunidad. Si vuelves a jalar, tienes que esperar 3 meses más y volver a ser un ave de corral. ¿Es eso lo que quieres?
- No, papá.
- ¿"No, papá?" ¿No tienes algo más que decir que “no, papá”?
- No, papá.

Dije «no, papá» cuando, en realidad, era «sí, papá». Sí he practicado, papá; sí sé que es mi última oportunidad, papá; y sí quiero dejar de ser un ave de corral, papá. Así que después de cuatro largos meses y dos estúpidos intentos, me animé a dar el examen de manejo por última vez y zafarme, al mismo tiempo, de mi situación de trica.

04 de setiembre del 2010. Me despierto nerviosa, confundida, insegura y con la frase «no quiero dar hoy el examen de manejo» taladrándome el cerebro. Sin embargo, una especie de fuerza se apodera de mí, haciendo que salga de mi casa con papá rumbo al Touring 15 minutos después y calle una, dos, tres veces mi inseguridad.

A las 8 de la madrugada llegamos al circuito alterno (como no me quiero fiar, decido practicar primero en un circuito que se encuentra a unos cuantos metros del Touring). Pago 10 soles (manejo libre, sin instructor) y comienzo el circuito, pero estoy tan nerviosa que apenas recuerdo poner las luces direccionales, cuál es mi derecha e izquierda y cómo estacionar en paralelo y diagonal, por lo que, contra mi voluntad, pago 20 soles más y “contrato” un instructor, lo que significa someterme a su detestable machismo y su obvia impaciencia. No recuerdo el nombre del instructor, pero recuerdo perfectamente escucharle decir repetidamente «si haces eso, te van a jalar», y yo responderle silenciosamente «y yo te voy a jalar las pelotas si vuelves a decir eso, caray».

A las 9:20 de la madrugada, después de rodear unas 10 veces el circuito, evalúo la posibilidad de no dar el examen hoy. No me siento segura, se me cierran los ojos por haber dormido 5 horas, estoy a punto de orinarme encima y la posible cara de decepción de mi padre me atormenta, pero digo «a la mierda, Alessandra, no has dejado de dormir ni hecho que tu pobre padre madrugue un sábado por las huevas. Da el maldito examen de una vez y olvídate del asunto». Así que regreso las manos al volante, manejo hacia donde está mi querido padre y le digo, firme pero ridículamente, «estoy lista, papá».

30 minutos después, luego de que el policía de la entrada, la encargada de los registros y la guía del circuito me miraran con compasión y me desearan buena suerte, me encuentro en la caseta inicial del circuito, con las piernas tensas, las manos sudando, el corazón palpitando y rezando a la virgencita una, otra y otra vez.

Lenta pero segura, Alessandra. Avanza unos cuantos pasos y sube a segunda. Direccional para la curva de la izquierda; sigue de frente y sube a tercera. Fíjate bien en el semáforo. Puta madre. ¿En qué color está? ¡No veo! ¡¿Es verde o rojo?! De tín marín, de do pingüé. Verde. Avanza. Maneja lento mientras estás en el óvalo, sin olvidarte de poner direccional izquierda, frena si está en rojo. ¿Lo está? Sí. Direccional izquierda. Te toca estacionamiento diagonal. ¡Mierda! ¿No era primero el paralelo, según Inka Games? No, no no. Te estás hueveando. Al carajo con Inka Games. ¡Concéntrate! “Estaciónese en el casillero 3, Nissan”. ¿Nissan? ¿Esa soy yo? “Nissan guinda, estaciónese en el casillero 3”. Sí, soy yo. Concéntrate, Alessandra. Avanza lento y guíate de la piedrita de la derecha. ¡Puta madre! ¡Pisé la piedrita! ¡¡¡Ya jalé, ya jalé!!! No, imposible. La guía dijo que esa es una falta leve. ¡Sí se puede! “Nissan guinda, salga del estacionamiento”. Pon en retroceso, mira hacia atrás, sácate el mechón grasiento de la cara y retrocede con calma. ¿Ya salí? Sí, sí. Sigue de frente y voltea a la izquierda. Dale vuelta al óvalo, direccional a la derecha. ¡Estás yendo de frente; sube a tercera! ¿Y el estacionamiento paralelo? ¿Me lo pasé? ¡¡¡Ya jalé!!! Ah, no. Acá está. “Nissan guinda, estaciónese en el casillero 5”. ¡Acá la tienes que romper! Avanza de frente, lento, ubícate entre el 4 y 5, guíate de la flecha, para, voltea el timón, retrocede, para, voltea el timón hacia el otro lado, enderézate. ¡Listo! “Salga del estacionamiento, Nissan”. Mierda. ¿Cómo era que se salía? “Nissan, salga del estacionamiento”. ¿Volteo el timón o primero retrocedo? “¿Me escucha, señorita del Nissan? ¡Salga del estacionamiento!” “¡Ya, señor; no me grite!” Ya jalé. Le he dicho que no me grite. ¡Que me grite todo lo que quiera con tal de que me apruebe! Sal bonito, avanza, pasa a segunda, a tercera, frena en la rampa, espera 8 segundos, vuelve a avanzar, direccional a la derecha. ¡¡¡Terminó!!!

Chorreando de sudor, estaciono chuecamente el carro y me dirijo a la sala 2 a esperar mi veredicto: ser un peligro al volante o ser un ave de corral indefinidamente. Después de dos posibles infartos (Satanás llamó a Caballero y Cabanillas como jalados), Madre Teresa aparece como un ángel caído del cielo y pronuncia bellamente mi nombre completo como parte de la lista de aprobados. “¡Estoy aprobada! ¡Al fin tengo brevete!” Como no aguanto la emoción, en lugar de ir a recoger el papel donde dice que ya soy apta para manejar, corro hacia donde está mi querido padre y le doy un abrazo de oso, de esos que uno da cuando no ha visto a una persona después de largo tiempo, y tal es la emoción que estás al borde de las lágrimas y no quieres soltarte por un largo rato.

Al separarme, regreso rápidamente a la fila de los aprobados, recojo mi papel de aptitud (luego de escuchar a Madre Teresa decir que me guarde mis emociones para después) y recibo, después de 10 minutos, 4 meses y 2 intentos, mi tan esperada licencia de conducir.

07 de setiembre del 2010. Como no deseo regresarme sola a mi casa, le ofrezco a Motta jalarla hasta la proximidad de su casa (un poco de compañía cuando estás al volante nunca cae mal, sobre todo si eres una desubicada como yo), pero algo sale terriblemente mal al inicio: confiando en las palabras de mi querida amiga, doblo a la izquierda en lugar de seguir de frente en determinada calle para “acortar camino”, lo que termina haciendo que me desubique por completo sin saber qué dirección tomar. Entro en pánico, pero en pocos segundos encuentro la solución: regresar a la universidad para volver a comenzar la ruta, obviando la recomendación de Motta.

Y es que hoy me di cuenta de tres cosas:

1) Nunca debo escuchar las recomendaciones que me dan. Debo seguir la ruta que yo conozco, aun así me demore el triple de tiempo en llegar.
2) Al menos por ahora, debo evitar escuchar música a todo volumen para impedir algún choque o atropello hacia alguien más.
3) Debo seguir al pie de la letra lo que dice esta imagen:


4) Yo no necesito un GPS; yo necesito un GPD: Guía Para Desubicadas. ¿Alguien me colabora?

08 de setiembre del 2010. Hoy es el segundo día en que voy a la universidad manejando. Y estoy tan emocionada por tener, finalmente, brevete y tan excitada escuchando a todo volumen Meet me halfway de Black Eyed Peas que, sin darme cuenta, ya estoy dentro del estacionamiento de la UPC, a punto de subir al segundo nivel cuando sucede lo peor: sin querer queriendo, me he pegado más de lo debido a la curva, haciendo que mi carro roce “levemente” la pared de cemento y ocasione mi segundo choque desde que sé manejar y el primero desde que tengo brevete. Me traumo por algunos segundos, pero luego recuerdo la frase de mi padre, dicha algunos meses atrás: “¿Para qué voy a mandar a arreglar el carro si todavía le faltan varios choques más?” Sonrío, me tranquilizo, voy a mis clases de Introducción a los Medios Digitales con el gemelo de Edwin Sierra, salgo, regreso al estacionamiento con Cesarín y le ofrezco dejarlo en la puerta de la universidad, no sin antes contarle mi experiencia matutina (metida de pata).

- Cesarín, no pienso arrancar hasta que no te hayas colocado el cinturón de seguridad y puesto seguro a la puerta.
- Voy a morir, ¿no?
- No. Sólo pasearás por unos segundos conmigo y vivirás para contarlo. Tranquilo.

Lamentablemente, Abelardo no lo hizo -al menos por hoy.

sábado, 4 de septiembre de 2010

La importancia de los 10 minutos

Gracias al sueño que tuve hace poco, me apeteció indagar en mi memoria y desenterrar el momento de mi primera vez: las cosas que dije, que pensé, que hice y que sentí (o que nunca llegué a sentir, quizás), por lo que forcé, durante varios minutos, mi memoria para recordar, y el recuerdo no tardó en llegar.

Desperté ansiosa, nerviosa, emocionada. Sabía que hoy era el día. Hoy cambiaría mi vida para siempre.

Como ya le había comentado mi plan a mis queridos padres, ese día, durante el desayuno, papá me hablaba de las precauciones que debía tener y mamá me decía que tuviera cuidado y me deseaba suerte (“no se necesita suerte para eso”, pensé yo). De cualquier forma, las palabras que ambos soltaban de sus bocas me entraban por un oído y me salían por el otro: él estaba tatuado en mi mente.

Habíamos tenido problemas en el pasado (él me había cagado dos veces y se había ido con otra flaca), pero todo había quedado atrás. Esta vez, seríamos solo él y yo –aunque si alguien quisiera acompañarnos alguna vez, no me negaré. Y no creo que él tampoco lo haga.

Después de 30 minutos de viaje, había llegado, finalmente, a mi destino. Nerviosa hasta más no poder, tomé aliento y me arriesgué. Y aquella experiencia no duró más de 10 minutos –“¿tanta preparación por 10 putos minutos?”, reclamé–.

De regreso a casa seguía pensando en él y contando los minutos para volver a verlo. ¿Habrá llegado antes que yo? ¿Me estará esperando o se habrá ido con otra flaca? A medida que me iba acercando, mi corazón comenzaba a latir salvajemente; mi cuerpo, a temblar incontrolablemente. ¿Estará él tan excitado como yo por nuestro encuentro?

Ya estaba casi ahí, y en lo único que pensaba era en tocarlo, olerlo, besarlo, acariciarlo, montarlo y disfrutarlo por 10 minutos, 10 horas, 10 días, 10 meses y etcétera.

Cuando llegué finalmente a la casa, él ya estaba ahí, quietecito, esperándome. Lo miré y supe que él también había estado esperando con ansias ese día.

No era su primera vez; sin embargo, sería la primera vez de los dos. La primera vez en que ambos disfrutaríamos del mutuo placer sin preocuparnos de lo que pasaría después, porque él y yo sabemos que la protección (y quizás unos cuantos billetes) nos salvaría siempre.

Era la primera vez. Mi primera vez en que, por fin, manejaría el carro con brevete.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Amén


Cuando tenía 8 años, quería ser como Britney Spears, porque me enamoré perdidamente de ella con el video de Baby, one more time y luego de todos los que le siguieron. Quería cantar como ella (aunque estaba consciente de su mediocre voz), bailar como ella, tener tantos fans como ella y ser tan rica como ella (esto en todos los sentidos).

Cuando tenía entre 9 y 10 años, no pretendía ser nadie en la vida (en cuanto a carrera y profesión se refiere, vale decir). Mi sueño consistía en vivir en una casa con jardín y piscina, tener un esposo simpaticón y lleno de billetes y que, mientras el pobre se sacaba la mugre trabajando, yo cumplía el papel de la mujer mantenida más convenida: que la alfombrita de diez dígitos, que las sábanas de algodón egipcio, que joyitas por aquí y joyitas por allá y que el resto del día me la pasaba en mi casona cuidando a los critters.

A los 11 años evolucioné y, gracias a Dios, mis gustos musicales también, cambiando a mi blonda ídola por la melena oscura y “gallosa” voz de Alanis Morissette. En esta época, también anhelé ser alguna vez la líder y única mujer de un grupo de rock, tipo Dolores O'Riordan de The Cranberries, así era automáticamente deseada por la especie varonil.

A los 14 años cambié mi deseo de relacionarme con la música por la vida del espectáculo, y soñaba ser como Jessica Alba, quien, aunque hasta el día de hoy no se desprende de su imagen de sex symbol ni se destaca como buena actriz, es reconocida por su sencillo estilo de vestir y su apariencia de niña buena.

A los 15 años seguía apegada al mundo del espectáculo, específicamente a la actuación, gracias a Rachel McAdams y su papel en The Notebook. De ella lo quería todo: su físico, sus millones, su desempeño para actuar. Y hasta alguna vez pensé pasarme al otro bando para conseguirme alguien como ella (qué desubicada, lo sé).

Cuando tenía entre 16 y 17 años, gracias a una tarde de zapping en la que me topé con Girls of the Playboy Mansion en E! Entertainment Television, deseé ser una de las novias de Hugh Heffner (por el estilo de vida, ojo) y…de esto no diré más.

Desde los mismos 17 años hasta el día de hoy, dejé toda esa mierda atrás y ya sé lo que quiero hacer por el resto de mi vida: escribir. Ya sea en el papel higiénico, en los cuadernos de la universidad o en mi queridísimo blog, quiero escribir de nada y de todo hasta que termine mi juventud para relatar mis experiencias y que la gente se relacione con ellas, hasta que me case o conviva algún tiempo para rajar públicamente de mi consorte, hasta que tenga un par de critters para descargar en mi blog sobre sus malcriadeces, hasta que me convierta en una pasita y mis manos pierdan la agilidad hasta ser capaces de escribir un simple, pero siempre bien recibido, «hola».

En resumen, quiero escribir por siempre y para siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

sábado, 21 de agosto de 2010

Sin título


Había tenido dolor de panza desde hacía varios días que no tardaron en convertirse en semanas. De hambre no era, de eso estaba segura. ¿De tensión? Quizás. ¿De estrés? Probablemente. ¿De alguna infección? No podía confirmarlo, pero podía ser. Después de descartar varios posibles factores, me iluminé. ¿Y si el dolor se debía a lo que más temía? ¿Y si alguien, a mis 20 años, desubicada y desempleada, estaba creciendo dentro de mí? “No –pensé–. Imposible. No siento fatiga, ni náuseas, ni vértigo ni otros síntomas típicos de la palabra que por este momento no me atrevo si quiera a escribir. Pero ¿y si soy la excepción? ¿Y si puedo estarlo aun sin presentar todos esos síntomas? ¿Y si el brother de arriba se quedó picón porque alguna que otra vez lo puteé y ahora quiere vengarse de mí?” Suplico y resuplico que este dolor de panza se vaya ya o que descifre de una buena vez a qué se debe antes de perder el control. Y siguiendo los típicos ejercicios para mantener la calma, inhalo y exhalo unas 20 veces hasta que me “tranquilizo” y me decido a comprar, por primera vez en mi vida, un test de (lo haré lento) em…ba…ra…zo.

Sin decirle ni una palabra a alguien, salgo veloz de mi casa rumbo a la farmacia, con el corazón latiendo a mil por hora y el cuerpo temblando como si tuviera principios de epilepsia. Llego en 5 minutos y regreso en 20, porque con los nervios con las justas he podido movilizarme. Me dirijo al baño, cierro la puerta bruscamente, me siento en el trono, expulso unas cuantas gotas, cierro los ojos suplicando por ver un signo negativo en lugar de uno positivo y espero durante los 5 minutos más largos de mi vida. Al abrir los ojos con la mayor dificultad posible, me doy con la peor sorpresa de toda mi vida: el maldito signo es positivo.

“Embarazada. Estoy embarazada. Embarazada estoy”. Repito esta frase varias veces y de distintas formas en mi mente, pero sé que el significado es el mismo. Entro en pánico. ¿Qué carajo voy a hacer con mi vida? ¿Cómo se lo digo a mis papás y al flaco? ¿Cómo voy a mantener al critter? Sin encontrar una respuesta a estas incógnitas, salvajemente abro la puerta del baño y corro a mi cuarto con el propósito de meter todas mis cosas en una maleta y desaparecer de esta vida y pasar a otra junto a mi critter, donde no tenga que darle ninguna explicación a nadie y nadie, a su vez, me moleste.

Y justo cuando logré cerrar la maleta, cuando planeé a dónde dirigirme, cuando estaba a punto de enfrentar a mi madre que violentamente golpeaba mi puerta preguntándome qué rayos pasaba, abrí los ojos y desperté.

miércoles, 11 de agosto de 2010

A sonreír se ha dicho


¿Cuántas veces hemos escuchado o leído las famosas frases cliché? “Las cosas pasan por algo”, “todo va a estar bien” o “el que no arriesga, no gana’’ son, en mi caso, las más sonadas. Y hasta hace no mucho, automáticamente las palabras métete tu cliché por el culo se unían en mi mente cada vez que escuchaba o leía alguna de estas frases. Pero a mi pesar, me di cuenta de que, por más que estas malditas frases sean de lo más cursis, son, a su vez, tan increíblemente ciertas que se vuelven parte del fenómeno «es tan malo que ya es bueno».

¿Y cómo funciona dicho fenómeno? Simple:

1) Repudias la frase cliché apenas la escuches o la leas
2) Te sucede algo que te hace relacionar el evento con la frase cliché, dándote cuenta de que es completamente cierta
3) La frase cliché se vuelve parte de tu vida, haciendo que la relaciones con diversos eventos de tu día a día.

Y es que, como dice otro conocidísimo cliché, muchas personas necesitamos «ver para creer». Sí, ya sé que no se pueden ver los clichés, pero se sienten, de alguna u otra manera. Es como cuando tu amigo te dice que puede doblar hacia atrás el pulgar hasta tocar su brazo, y tú, de lo más incrédulo, juras y rejuras que no es capaz de hacerlo, que te está metiendo el floro de su vida, sólo para que tu amigo haga la acción y te cague en una.

El otro día (o sea, hace semanas) tuve un problema personal que me dejó hasta las huevas, moqueando por todos los rincones de la casa y con tendencias suicidas (mentira, nunca tanto). Necesitaba inspiración, motivación, estimulación y demás sinónimos que terminan en ación. ¿Y saben qué fue lo que al final me hizo despertar de mi estado de coma? Sí: el maldito cliché. Aquel que dice que “todo va a estar bien” y que, si te lo dicen de la forma correcta, a pesar de que el mundo se esté cayendo en pedazos, funciona a la perfección porque te lo crees desde la T inicial hasta la N final. Pero ese día, además de percatarme de lo poderosas que pueden llegar a ser las frases cliché, reparé algo más poderoso aun: la sonrisa. Porque no sé ustedes, pero para mí la sonrisa lo puede (casi) todo, sobre todo transmitir emociones o lo que uno está pensando en el momento.

Dicho aquello, me tomé el tiempo de revisar cada una de las fotos que tengo guardadas en mi laptop, buscando algún mensaje que haya logrado transmitir con tan solo despegar mis labios y abrir mi boca. Y esto fue con lo que me topé:

- “Caballo, eres el amor de mi vida”


- “Mírame. Aprecia mis sombras…y de paso mi sonrisa”


- “Parezco feliz, pero por dentro estoy maldiciendo el maldito frío”


- “¡Qué emoción! ¡Estoy mojada!”


- “Vine aquí porque no tenía otra cosa más que hacer”


Díganle a su mejor amigo(a) que lo(a) quieren a horrores, díganle a papi que lo extrañan mientras está en el trabajo, díganle a mami que nadie cocina mejor que ella, díganle a la hermana lo mucho que la admiran, a la pareja lo mucho que les gusta, al perro un «gracias» por acompañarlos siempre. Cojudeces o coherencias, no dejen de decir las cosas con una sonrisa. Se sorprenderán el efecto que puede provocar en los demás.

Los dejo con unas frases que encontré web-eando sobre la sonrisa. Tomen nota, por favor.

- “La sonrisa cuesta menos que la electricidad y da más luz”.
- "Comienza tu día con una sonrisa y verás lo divertido que es ir por ahí desentonando con todo el mundo".
- “Una sonrisa no cuesta nada, pero vale mucho. Enriquece a quien la recibe, sin empobrecer a quien la da. Dura solo un instante, pero el recuerdo de esa sonrisa dura para siempre”.
- “Sonríe siempre, aunque sea una sonrisa triste, porque más triste que una sonrisa triste, es la tristeza de no saber sonreír”.

jueves, 5 de agosto de 2010

La pequeña desubicada


Post dedicado a mi infancia, a mi inocencia, a mi ingenuidad, a mi estupidez y a la niña que aún alberga en mí.

El martes pasado, conversando con Diego, confesamos anécdotas, experiencias, secretos, frases, palabras, y todo lo demás que nos haya marcado durante nuestra infancia. Empecé confesándole que de pequeña solía ver las típicas novelas mexicanas, que me alucinaba ser la protagonista de las mismas y que, obviamente, lloraba a mares cada vez que las veía. Me alucinaba también ser una actriz y cantante de pop tan famosa que me alucinaba ganar todos los premios de todas las premiaciones existentes y salir a la calle, que la gente me reconociera y me pidiera autógrafos. Le confesé también que me gustaba jugar con las barbies y crear mis propias historias: que Barbie se fue de compras, que Barbie conoció a su príncipe azul llamado Ken, que Barbie se casó con Ken y tuvieron a Barbicita y a Kensito, que Barbie lleva a los bebés al doctor, que Barbie y Ken viven felices para siempre y colorín colorado.

Como el tema me dejó intrigada y pensativa, ese mismo día, camino a mi dulce hogar, hice un buceo cerebral, buscando otros recuerdos que hayan marcado mi infancia. Después de varios minutos taladrando mi cerebro, pude recordar dos experiencias que marcaron mi niñez (y que alguna vez fueron motivo de burla durante los viernes de la Mamina, en donde tomaron lugar) y algunas frases y conductas célebres de mi infancia:

- A los 2 años, aproximadamente, me encontraba en el comedor buscando con qué entretenerme cuando me percaté del cadáver de una cucaracha en el piso. Después de hacerle saber a los demás mi gran descubrimiento, mi tío Armandi me dijo algo que me marcaría hasta el día de hoy: “¿Sabías que las cucarachas son riquísimas con chancaca?”. Yo, toda ingenua, recuerdo perfecto ir a la cocina, abrir la refrigeradora, sacar la chancaca, regresar a la sala, agacharme y estar a punto de echar la chancaca a la cucarachita. Obviamente, me detuvieron antes de hacerlo, pero hasta hoy me pregunto si de verdad las cucarachas son ricas con chancaca.
- A los 3 años, aproximadamente, me encontraba en la sala, con mamá y Mamina al lado. “Mami, ¿juegas conmigo?”, pregunté. “Ahorita no, hijita. Estoy hablando con la Mamina”, respondió mamá. “Pero no tengo nada que hacer, mami”. “Anda a comprar papas donde el chino”, respondió mi señora madre, sin percatarse de que su pequeña hija entendería sus palabras al pie de la letra: me levanté del piso, me acomodé mi vestidito con bobos y mis zapatitos de charol, bajé las escaleras, abrí la puerta y salí a la calle, determinada a cumplir con el encargo de mamá, con dirección a la bodega de la esquina del chino (¿se han dado cuenta de que {casi} SIEMPRE hay una bodega en la esquina de su casa y {casi} SIEMPRE el dueño es chino?). Después de pocos segundos de caminar y de que mamá en casa soltara un «¡¿dónde se ha metido esta niñita del demonio?!», me encontraron a pocos pasos de la casa, mamá preguntándome adónde me dirigía y yo respondiendo, simplemente, «a comprar papas donde el chino».
- Recuerdo ir todas las mañanas al cuarto de mis papás a ver Nubeluz con mamá, mientras papá se bañaba, y desear ir algún día a su programa.
- Recuerdo que no me gustaba Yola Polastri, pero que me gustaba verla porque anhelaba ser una de sus burbujitas.
- Recuerdo que me fascinaba El narrador de cuentos, a pesar de que algunos cuentos me daban pesadillas luego.
- Recuerdo tener una pelota morada del Coronel Sanders (el viejito de KFC, para los incultos) y creer firmemente que la pelota era mágica, puesto que cada día “alternaba caras” (si la pelota estaba derecha, veía al Coronel Sanders; si estaba al revés, veía una especie de monstruo).
- Recuerdo que cada vez que compraba helado, me lo untaba en los labios como si fuera lápiz labial, y le preguntaba a papá, toda coqueta, «papi, ¿te gustan mis labios?»
- Recuerdo que me encantaba tanto Cebollitas que no me lo perdía ni una sola vez, que me empecinaba en no salir o hacer otra cosa hasta que no acabara la serie y que me sabía todas las canciones al pie de la letra (Olé-ola (x3), ¡Cebollitas, sí!).
- Recuerdo hacer el primer papelón consciente de mi vida, a los 9 años, estando en D’nnos Pizza: preguntarle al mesero si tenían chicha morada y que, ante la cara de burla de este, mi papá me preguntara «¿no quieres wantán también?».

Taladrando un poco más mi cerebro, recordé los juguetes que tenía, que tanto me gustaban, y me preocupé al desconocer su paradero. Así que llegué a mi casa y comencé a interrogar a mamá:

- Má, ¿dónde está mi conejo que roncaba?
- Se regaló.
- ¿Y mi muñeca que daba volantines y que tenía…?
- Se regaló.
- ¿Y mi peluche de perro que…?
- Se regaló.
- ¡¿Quéee?! ¡¿Acaso ya no quedan más juguetes de mi infancia?!
- Ay, hijita, no sé. Fíjate en el cuarto de Arianna. Ahí debe haber algo.

Asustada y traumada, corro al cuarto de Arianna y me dispongo a revisar centímetro por centímetro su clóset, en busca de algún juguete o de algún recuerdo de mi niñez.

Y no se imaginan la decepción que sentí al encontrar no más de ocho recuerdos en aquel rincón de madera. Sentí vacío, sentí que me habían quitado una parte de mi vida y sentí tremendo egoísmo al desear, por un momento, que mis adorados juguetes regresaran a mí y que huyeran de las manos del niño o niña que ahora los tendría en su poder. Pero aterricé, y recordé que, en muchos casos, cuando uno da, siempre recibe algo a cambio tarde o temprano.

Si por casualidad se quedaron con las ganas de saber sobre los pocos recuerdos (materiales, vale decir) que pude encontrar, no se preocupen que aquí están las fotos con una pequeña descripción. Disfruten.

1) Así como papá tenía un cajón repleto de herramientas, yo tenía las mías de Plaza Sésamo, y juraba y rejuraba que con ellas podía construir un palacio para mis princesas.


2) Mi mini proyector de Plaza Sésamo y mi Gusano iluminado. El primero contiene una canción de cuna (que aún suena y que casi me produce lágrimas cuando lo escuché por primera vez después de más de 15 años) y una especie de película que se proyectaba a las paredes de mi cuarto y mostraba diferentes imágenes de los personajes de Plaza Sésamo; el segundo era mi muñeco para dormir, al que apretaba en la pancita y se iluminaba su carita.


3) Los componentes (o mobiliarios, como dijo mi madre) para la casa. Tenía el televisor, la sala de estar, la cómoda, el sofá, el radio. Todo lo que en ese entonces albergaba en mi casa lo tenía yo en tamaño miniatura y creaba, como mencioné antes, mis propias historias con Barbie y adorado su Ken. También tenía la cocinita, que compartía con mi hermana Andrea y todos los días soltaba la típica frase: “Mami, ¿qué quieres comer hoy?”


4) Mi lego. Carajo, ¡cómo me gustaba el lego! Miraba las imágenes y me proponía a hacer exactamente las mismas figuras. Y las volvía a armar una y otra vez por diversión (o aburrimiento, quizás). Creo que también deseé alguna vez ser la niña de la foto. Anhelé aparecer en una foto como aquella, junto con todas mis construcciones.


5) Mis cuentos de Disney y los rompecabezas. Siempre me gustó leer, desde chiquita, y todos los días leía (nunca nadie me leyó) uno nuevo, hasta acabar todos los de una colección, para luego volver a empezar. Pero los rompecabezas eran lo que más me gustaba. Hasta me atrevo a decir que eran mi actividad favorita. Podía pasarme todo el día uniendo las piezas y, al igual que con los legos, al terminar uno, lo desarmaba y volvía a empezar.


Como me quedé con ganas de compartir con ustedes algunas fotos, revisé detenidamente mis álbumes y escogí las relacionadas a lo comentado en este post. Vuelvan a disfrutar.

1) Amaba los regalos, por lo que mis cumpleaños y Navidad eran mis fechas favoritas de todo el año. Me despertaba ansiosa al amanecer, esperando que mis papás dejaran de roncar para poder destrozar el papel de regalo y descubrir lo que escondían. En esta foto cumplía 4 años y mi cara de emoción es innegable. ¿Materialista yo? Jamás.


2) Como me alucinaba cantante y, además, bailarina, me gustaba soltar gallos y mover el esqueleto frente a la familia. Mis ídolas fueron alguna vez las Dalinas, para luego pasar a ser Shakira y Britney Spears.


3) “Mami, ¿qué quieres comer? Tengo pizza, hamburguesas, lasagna, pollo, papas fritas, ¡uf! Y no te preocupes, ¡yo lavo los platos!”


4) ¿Se acuerdan que anhelaba tener una foto con mis legos? Pues, al parecer, mi sueño se hizo realidad.

Y colorín colorado, esta entrada se ha acabado. Lamento desde el fondo de mi ursulino ser si los aburrí en algún momento con la entrada más larga en la historia de este blog. Lo peor, queridos desubicados, no es que alguna vez haya hecho o dicho todo lo que han leído ni el hecho de que se los esté contando en este momento pensando que esto es de su interés, es el hecho de admitir que aún cometo varios de estos delitos. Espósenme, por favor.