sábado, 23 de julio de 2011

La década del rayo


No recuerdo si fue para mi cumpleaños o para Navidad, pero sé que fue hace 11 años atrás.

Armandi compartía (o, mejor dicho, entendía) mi gusto por la lectura desde ese entonces, por lo que supo que sería el regalo perfecto para mí. “Toma –me dijo–. No sé si ya lo conoces, pero este libro es una sensación en Inglaterra”. Terminé de desenvolver el regalo y lo vi: era un libro relativamente delgado, con borde amarillo y letras doradas y un chico cuatro-ojos montado en una escoba en la reluciente portada; era un libro que, sin saberlo, marcaría el inicio de una década llena de espera, imaginación, emoción y magia: era el primer libro de la saga de Harry Potter.

Me devoré Harry Potter y la piedra filosofal en menos de tres días y, desde ese momento, supe que tenía algo especial en mis manos (ya sé que suena cursi, pero jódanse: esto merece que sea cursi).

Porque nunca antes (me) había emocionado tanto leyendo algo, elegido no salir para quedarme en casa imaginando cómo combatir a un perro gigante de tres cabezas o deseado tanto cambiarme de sexo (porque, más que Hermione, yo deseaba ser Harry). Fue orgásmico el momento en el que los medios comunicaron que habría hasta 6 libros más de Harry Potter y que cada uno tendría su película correspondiente. Grité de la emoción y dije "hay HP para rato".

Apenas terminado de leer cada libro, esperaba con ansias la película correspondiente, la que, a pesar de saber que nunca satisfacería mis expectativas ni superaría la genialidad del libro, me hacía llorar y gritar de la emoción si las imágenes sobre tal escena o personaje eran iguales a las que yo había imaginado o si había un giro inesperado.

Sin estar consciente de lo rápido que se pasaba el tiempo, las publicaciones de los libros y los estrenos de las películas llegaron a su fin y, con ellos, mi adolescencia inundada en el mundo de Harry Potter.

Porque sólo los que hemos leído –apenas llegaron a nuestro país– y crecido con los 7 libros de HP sabemos lo que es esperar varios y largos meses por algo que leeremos en no más de una semana (asumo que los seguidores de El señor de los anillos me entienden en este punto), imaginar cada pequeño detalle y palabra nueva de cada página de cada libro, desear ser, en algún momento de tu vida, un determinado protagonista, aplicar en la vida real hechizos para convertirte en un animal o para hacerle una maldad a alguien, desear volar en una escoba, amanecerte leyendo el libro porque sientes que no vas a poder dormir si no sabes qué pasará a continuación, anhelar la llegada de una carta que, en el fondo, estás consciente de que nunca llegará o ser el/la amigo(a) de alguien que no existe ni nunca existirá.

Así, después de 10 años (la mitad de mi vida) de leer las vivencias de Harry Potter y sus amigos, todo llegó a su fin el miércoles 20 de julio del 2011 (no vi nunca las películas en el día del estreno porque me rehusé rotundamente a hacer colas por horas y a tener que callar a cada fanático cada 2 minutos en plena película), fecha en la que fui al cine a ver la última película con la persona que me compró el primer libro de la saga 10 años atrás. Grité, lloré, reí, estuve a punto de comerme la servilleta de los nervios, se me pararon los pezones y se me puso la piel de gallina de la emoción, pateé varias veces el asiento de adelante (también por la emoción), arrugué la camisa de mi tío y volví a llorar una y otra vez.

Dos horas después, oficialmente, todo había acabado y mi adolescencia se había ido al carajo. Me invadió la depresión post-potter al percatarme de que había concluido ya una década llena de imaginación, pasión, legado, aventura, fantasía, amistad, perseverancia, magia, pero recordé lo que esto significó, significa y significará en mi desubicada vida.

Finalmente, después de agradecer a mi tío por haberme introducido a este mundo mágico, cerré los ojos y sonreí.








Nota 1: Gracias, Maño, por sugerirme el título de este post. Se te estima cada día más.
Nota 2: Les dejo tres imágenes de mi Tumblr con las que, creo, todos los fanáticos de Harry Potter se relacionarán. Disfrútenlas.

La reacción de muchos durante la última película de Harry Potter.


 Her skeleton will lie in the cinema forever.

viernes, 15 de julio de 2011

Masoquismo


Terminar una relación nunca es fácil, sobre todo cuando tú eres la persona que ha tenido el “placer” de ser la cagada y no la cagona. Aunque hay varias y distintas formas de reaccionar ante esta situación, hay un caso que sobresale ante todos y por el que muchos hemos pasado: el caso del masoquista.

Porque puedes ser la persona más fuerte que conozcas, pero cuando las cosas no resultan como tú quieres, todo en ti cambia radicalmente: pataleas, lloras, gritas, exiges, te desfogas. Y cuando sientes que ya has hecho lo último, todo vuelve a cambiar: ahora te lamentas, pides perdón sólo porque sí, te rompes el cráneo tratando de descubrir qué hiciste mal y preguntas y/o le suplicas qué puedes hacer para arreglar el problema o para que todo siga igual. Pero tu ya ex pareja ha dejado de quererte, y tú te quedas ahí solo(a) derramando lágrima tras lágrima, con la sensación de que te acaban de dejar abandonado(a) en un desierto.

Sin embargo, el siguiente día siempre es el peor. Porque en este día te choca todo y porque recién asimilas y ves claramente lo que pasó el día anterior. Y porque, en lugar de salir con tus amigos(as) para distraerte, te quedas en tu casa, te encierras en tu cuarto e inicias el ritual masoquista que incluye básicamente lo siguiente: te echas en tu cama y recuerdas todo (repito: TODO; es decir, desde que se conocieron y tu mundo gris se volvió rosa hasta que todo se fue a la mierda y tu mundo se volvió ahora negro, según tú), revisas cada una de las fotos que te tomaste con él/ella –recordando lo bien que la pasaron ese día– y lees las conversaciones y cartas que te mandó/dio.

Pero lo peor de todo (sí, todavía hay algo peor) son las canciones. Porque tú no escuchas una canción alegre o que te empile, NO; tú eres masoquista, te gusta sufrir como yo, por lo que escuchas la canción más triste jamás inventada, la corta-venas, la que, según tú, describe a la perfección lo que estás sintiendo. Resultado: te bañas de lágrimas y de moco, duermes pésimo ese día y te levantas con unas ojerazas a la mañana siguiente.

Las actividades del tercer día y de los días siguientes pueden variar, pero entre las más comunes se encuentran las siguientes:

1) Lloras y hablas con medio mundo para conocer su punto de vista, pero, aun así, no les haces caso porque piensas/sientes que no te entienden porque ellos no han vivido lo que tú estás viviendo.
2) Lo(a) stalkeas por Facebook o alguna otra red social y revisas sus fotos, sus nuevos posts y los comentarios que hace y recibe. Y te preguntas quién es la perra o el hijo de puta (porque, aunque no sepas quién es, siempre usarás estos adjetivos y similares) que ahora está rondando a alguien que tú consideras sigue siendo tuyo (porque, de todas formas, él/ella sigue siendo “tu” ex).
3) Piensas en buscarlo(a) y hablar con él/ella, porque sientes que aún tienes muchas cosas por decirle y porque, ilusamente, sientes que, a pesar de todo, aún hay posibilidades de regresar con esa persona tan adorada.

Pasan los días, semanas, meses (y años) y te das cuenta de que, rápido o lento, todo va volviendo a la realidad. Sin embargo, cuando piensas que ya lo has superado todo, que ya estás listo(a) para volver a conquistar y ser conquistado(a), que ya nada podrá derrumbarte, todo vuelve a comenzar al darte cuenta de que él/ella está ahora con nueva pareja. Y ya sea de cólera, burla, tristeza, nervios, etc., sólo te queda una cosa por hacer: cagarte de risa.

domingo, 10 de julio de 2011

Sonic


Había una vez, una desubicada, llamada Alessandra, a la que le provocó tener un erizo de mascota tan sólo viendo fotos de estos animalitos en su Tumblr.

No quería un perro para cargar o un gato para fotografiar, no: quería un erizo para acariciar. Y se encaprichó tanto que, instantáneamente, se puso a ver todas las fotos existentes de erizos en Internet y a buscar posibles nombres para su nuevo hijo. Y se obsesionó tanto con su futuro trinchudo, que se fue a la búsqueda de uno, yendo desde el mercado central hasta el centro comercial, pero todo fue en vano: parecía como si Lima, la gris ni siquiera estaba enterada de la existencia de ellos.

Así que Alessandra tuvo una idea: buscaría en todas las páginas conocidas de compra y venta por Internet hasta conseguir algún aviso de un buen samaritano que satisficiera su deseo de tener un erizo por fin. Y así fue cómo encontró a Sonic: en un aviso de Mercado Libre.

Llevada por el impulso (y enamorada por la foto de aquel erizo), dio click a la opción de “comprar”, apuntó el nombre y número de la vendedora y, acto seguido, corrió al teléfono más cercano.

Ariana le explicó que su pareja de erizos había tenido crías, pero que ya no era capaz de cuidar a más erizos, por lo que ahora les estaba buscando un nuevo hogar. Luego de algunas palabras, ya todo estaba planeado: el trinchudo llegaría a la casa de Alessandra un domingo 29 de mayo, el mismo día que su cumpleaños.

Dos días después, Sonic llegó a casa metido en una caja de papas fritas (tipo las que vienen en Pardo’s Chicken), tan asustado que se erizaba o trataba de morder apenas le acercaba el dedo su nueva mamá.

Ahora, casi dos meses después, Sonic sólo trata de morder a aquel ente cuyas manos huelan a comida (o sea, a quien no se haya lavado las manos, ¡cochin@s!) y se eriza cuando está molesto, asustado o nervioso. Duerme casi todo el día, come comida para gato y Gerber de manzana, le gusta olfatear todo y meterse en cualquier lugar donde vea que hay un hueco oscuro, tiene la panza tan suave como el algodón y las patitas bastante dóciles, su flaca es una muñeca de porcelana que hay en la cocina, a la que siempre le huele el pelo y se mete a dormir debajo de su vestido, si eres mujer y estás con un polo semi-escotado, Sonic trepará hasta tu pecho y tratará de meterse en tu escote (así que cuida a tus lolas siempre), se hace bolita a la hora de dormir, lo baño una vez al mes con shampoo para bebé y un cepillo de dientes, le gusta correr, no quepa en su rueda y siempre, siempre hace caca en los lugares más preciados de la casa.

Ese es mi Sonic, señoras y señores.