miércoles, 26 de septiembre de 2012

Sueños


Me pareció curioso apuntar mis sueños de cada día y luego ver cómo iban cambiando: de más a menos pastrulo, de menos a más cursi, de más a menos complejo, de menos a más irreal. Y toda viceversa.

Aquí el resultado.

20/08. Ni mierda. O no recuerdo nada. Buen inicio de semana, ah.

21/08. No estoy en Lima, no estoy en Perú, no estoy en Latinoamérica. Creo que estoy en Europa, en la ciudad de un país llena de bosques. Estoy paseando y escuchando música. Mientras veo todo verde, canto y acaricio a los animales que se me acercan (ya parezco la jodida Blancanieves). Y, de pronto, cae –literalmente– una bola de fuego del cielo azul. Todo comienza a arder rápidamente. Los animales buscan refugio y las personas a mi alrededor buscan mangueras para acabar con el fuego antes de que este acabe con nosotros. Pocos minutos después, lo logramos. Todos se abrazan y lloran de felicidad. Veo a un señor que había encerrado a varias palomas durante el incendio para que no les pasara nada, pero estas han muerto asfixiadas. Él las mira indignado, se aleja y se va. Un grupo de extranjeros se asoma a lo lejos. Todos jóvenes, todos bellos. Una pelirroja que los acompaña me mira y sonríe. Los demás extranjeros esquivan a las palomas, pero ella no: ella se percata de su existencia y no se inmuta cuando pisa a una de ellas al querer avanzar. Le grito “¡ESTÚPIDA!” mientras, poco a poco, todo vuelve a la normalidad.

22/08. Me levanto de mi cama y ya no recuerdo nada. ¿Así va a ser esta mierda? ¿Intercalada (y rimada)?

23/08. Estoy en mi casa con mis flacas de colegio, cagándonos de risa, cuando suena el timbre. Como la persona que contesta tiene acento inglés, no me importa quién rayos es y le abro la puerta al instante. Veo a cuatro chicos medio churros, medio cabros. Son los integrantes de One Direction, quienes ven a mis flacas, se enamoran instantáneamente y a mí me dejan foreveralone. Uno de ellos se da cuenta y me dice que lo mejor está por llegar: “No te preocupes. Hemos traído a alguien especialmente para ti”. Se me paran los pezones de la emoción, imaginándome a alguien similar a Ryan Gosling. Lo que veo, en realidad, es un tío de cuarenta y tantos años, bastante subido de peso, nada agraciado y con la cara cubierta de granos. El amor es ciego, pero no tanto.

25/08. Soñé con el Nono, mi abuelo paterno. Pero no recuerdo dónde estábamos, qué decíamos o qué hacíamos. Sólo recuerdo que nos mirábamos y eso me parecía suficiente.

03/09. Después de varios días, sueño. O recuerdo lo que sueño. Y de lo que me acuerdo es que tenía vellos en el vientre. Debajo del ombligo, negros, gruesos y suaves. Y no sé cómo, pero eran mi mayor atractivo.

05/09. Como ayer me quedé leyendo hasta tarde sobre asesinos (mi mayor morbo), hoy sueño con ellos. Sueño que todos asistían al baby shower de Mary Bell, quien, a sus 11 años, se convirtió en una famosa infanticida. Todos alegres y con sus familias presentes, llevándose y pasándola bien, pero con una sombra a su alrededor que les recordaba su pasado.

26/09. Oficialmente, mi experimento se fue al carajo. Casi tres semanas después y no recuerdo ni siquiera que se hayan formado imágenes o diálogos en mis nubecitas soñadoras.

Curiosos los sueños, ¿no? Los irreales o pastrulos los recuerdas a la perfección, mientras que, para los reales y sentimentales, tienes que romperte el cráneo tratando de recordar quiénes estaban ahí, qué hacían, qué se dijeron y qué pasó. Bastardos.

lunes, 17 de septiembre de 2012

''Tenemos que hablar''


Desde agosto del 2010, Twitter ha sido una especie de catarsis para mí, aparte de mi blog.

Sí, tengo amigos para llamar (creo), pero me resulta más cómodo coger mi celular o laptop, abrir Tweetdeck, desfogarme con una frase, cerrar la aplicación y olvidarme del tema.
Eso fue lo que hice el martes de la semana pasada.

Tenía que ir al Centro de Atención al Alumno de la universidad y lo que vi apenas entré me estropeó el ánimo en segundos (tengo el defecto de molestarme en menos de lo que dura una eyaculación precoz): ocho ventanillas y sólo tres personas atendiendo. Por supuesto, lo primero que se me ocurrió hacer fue descargar mi ira por Twitter, cometiendo el error de decir el nombre de la universidad (lo bueno de ser impulsiva es que, al momento de hacerlo, te sientes jodidamente bien. Lo malo es que después puedes arrepentirte).

Llegué a mi casa a las 9 pm y mi mamá, preocupada, me comunicó que había llamado un representante de la universidad preguntando por mí. “Es por el tuit”, pensé automáticamente. Y la paranoia me invadió.

¿Me sancionarán? ¿Me expulsarán? ¿Harán público mi caso? ¿Podré denunciarlos por violar mi libertad de expresión? ¿Mi papá me desheredará? ¿Mi mamá me botará de la casa?

“Tranquila. No creo que sea por eso. Si fuera el caso, te llamarían de parte del rector o un jefe superior. ¿No has hecho otra cosa? Fácil es por tus notas o algún trámite pendiente”, me dijo Juan Eduardo.

Automáticamente, pensé en todas las barbaridades que he cometido a lo largo de mi vida universitaria, y me di cuenta de lo común que es esta reacción.

Cuando alguien te dice “tenemos que hablar”, pocas veces piensas en que es una buena noticia. En lugar de ello, te rompes el cerebro tratando de descifrar qué es aquello que tienen que decirte, a pesar de estar 99.9% segura de que no has hecho nada malo. Repasas mentalmente todas tus acciones pasadas, tus intenciones, las reacciones de la gente y preparas tu floro barato, tu cara de sufrida o arrepentida y tu autoestima.

Al final, si es que tienes suerte, la noticia es mejor de la que creías. Ya puedes respirar tranquila.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Mucho gusto

Llevábamos poco tiempo juntos. Creo que ni siquiera llegábamos al mes.

Era un día de verano y estábamos solos en su casa. Después de ver una película en el sofá, decidimos hacer una pequeña siesta (sí, siesta).

No mucho rato después, yo desperté. Él ya se había levantado y había salido del cuarto, pero me había dejado un delicioso beso de moza.

Lo comí en dos segundos y me dirigí a la cocina, en donde pensé que él estaría. De puntitas, abrí la puerta exclamando, con mucha emoción, “fue la mejor siesta de la vida”.

Pero él no era quien estaba en la cocina. Quien estaba ahí giró y me saludó de manera extraña, como si yo tuviera un moco pegado en la cara.

Preocupada, volteé hacia la izquierda y vi mi reflejo en la ventana. No era un moco lo que tenía en la cara: era crema blanca.

Entendí su reacción y pensé: “Esta no es la mejor manera de conocer a tu suegra”.