jueves, 25 de agosto de 2011

Desubicada


Tenía que ir a la cuadra 55 de la Avenida Javier Prado Este para pedir el duplicado de la llave de mi nuevo carro (que ahora se llama Morris). Como tenía una vaga idea de cómo llegar desde mi casa hasta allá, le pregunté a mi querido padre cuál era la ruta que más me convenía para llegar a mi destino. “Pasa el Jockey Plaza, llega hasta el Óvalo Monitor y métete por la entrada que dice Javier Prado Este. No hay forma de que no la veas, a menos que seas ciega. Avanza un par de cuadras hasta llegar a la 55, voltea en U y busca la tienda. Te espero ahí mañana al mediodía”.

Ese día me desperté a las 10:30 am con la idea de que, si me perdía, al menos tendría tiempo suficiente para ubicarme y llegar a tiempo al encuentro con mi padre. Me desperecé, bañé, cambié, acicalé y salí de mi casa. Pero no con dirección al Jockey Plaza desde la Calle Encalada, sino con dirección al cruce de Aviación con Javier Prado para, luego, voltear a la derecha y seguir de frente hasta la cuadra 55.

¿Qué me llevó a tomar esta (en mi condición de desubicada) estúpida decisión? No estoy segura. Quizás quería darle la contra a mi padre y demostrarle, indirectamente, que me podía ubicar yo sola (a pesar de que había sido yo quien le preguntó cómo llegar a esa dirección). O quizás pensé, tontamente, que por esa ruta llegaría más rápido. No lo sé.

El caso es que llegué a ese cruce, doblé a la derecha y seguí de frente. Y todo era felicidad pura hasta que llegué a la altura de la cuadra 33 y me percaté de que había tres entradas: la de la izquierda la descarté instintivamente y la del medio decía “Panamericana Sur” (y deduje, estúpidamente, que si me iba por esa ruta, me alejaría y dirigiría a alguna playa), por lo que la descarté también. Así que seguí de frente y me metí en la entrada de la derecha para luego ver un gran letrero que me daba la bienvenida a una especie de un gran condominio de Monterrico. Avancé un poco más y me di cuenta de que todos los nombres de las calles comenzaban con “Monte”. Hice memoria sobrehumana y me acordé de que el papá de mi primer ex vivía en una calle llamada Monte Umbroso, ubicada cerca a Primavera y, relativamente, a Caminos del Inca, por lo que pensé que tan lejos no estaba. Seguí manejando, tratando de buscar la salida hacia Encalada, Caminos del Inca o Primavera y mantener la calma en el intento. Pero, a pesar de doblar a la derecha o izquierda, retroceder o avanzar, no conseguía librarme de los putos montes. Detuve el carro, respiré profundamente y pregunté a la primera persona que se me cruzó en el camino (un señor de unos 40 años, pituco y simpaticón) cómo librarme de las calles de montes. El señor me dio varias indicaciones que terminaron por confundirme, pero que, finalmente, hicieron que salga por la cuadra 17 de Caminos del Inca (cuando tenía que haber salido, según sus indicaciones, por Encalada). Cuando por fin me ubiqué, sonreí y vi el reloj: eran las 12:40 pm. Aceleré la marcha, llegué hasta el cruce de Caminos del Inca con Primavera y doblé a la derecha, con el propósito de seguir de frente hasta llegar a Encalada, voltear a la izquierda y seguir, de nuevo, de frente hasta llegar al Jockey Plaza, luego al Óvalo Monitor y, finalmente, a la cuadra 55 de Javier Prado Este.

Después de varios minutos, me encontraba en el Óvalo Monitor aferrándome al timón y puteando a todo carro que se acercara demasiado a Morris (ODIO, tener esto presente, manejar en óvalos). Cuando me libré de las combis y taxis asesinos, entré contenta y con tranquilidad a Javier Prado. Después de avanzar unas cuadras, paré en el semáforo rojo y cogí mi celular para llamar a mi padre, disculparme y comunicarle que estaba, por fin, a punto de llegar. Pero luego sentí algo que me hizo entrar en pánico y no me dejó pensar en una simple palabra que se adecuaba a la situación: el suelo se movía (temblor).

¡¿Y ahora qué carajo pasa?! ¿Y si es el motor advirtiéndome que algo anda mal con Morris? CARAJO. ¡¿Y SI ESTÁ A PUNTO DE EXPLOTAR?! ¡¿Y SI…?! Ah, chucha. Ya paró.

Más calmada (aunque todavía recelosa por si volvía a suceder), emprendí la marcha con el paso más ligero (pensando en la salud del motor) hasta llegar, después de casi hora y media manejando tratando de ubicarme, por fin, a la cuadra 55 de Javier Prado Este, en donde me esperaba mi padre parado en la puerta, impaciente y de mal humor, quien me dijo –apenas se fijó en mí–: “Te perdiste, ¿no? ¡No puedo creerlo! ¡Si te dije exactamente cómo tenías que llegar! Esto es el colmo, Alessandra. ¡Hasta una niña de tres años podría haber llegado sin problemas! Tu blog sí que tiene razón, hija mía: ¡Eres una desubicada!”

Ya lo sabía, papá. Todos lo sabíamos.

lunes, 22 de agosto de 2011

El regalo de Sonic


Algunos ya lo saben y otros, quizás, todavía no. En tal caso, lo repito y lo comento: tengo un erizo de mascota (pero prefiero el término “hijo”) llamado Sonic.

Sin embargo, cada día que pasa me convenzo a mí misma que Sonic es de todo un poco.

Olfatea como roedor, camina como ratón y corre como rata (aunque con más elegancia, claro). También le gusta jugar con cascabeles, que le rasquen detrás de las orejas y tratar de atrapar toda cosa que pongo sobre su cabeza y tiene bigotitos como un gato (ya sé que hay otros animales que tienen bigotes, pero, para seguir con el orden “usual”, me referiré a esta última característica como si fuera exclusiva de un gato, ¿ya?). A su vez, le gusta lamer las manos de su mamá y abuelo (los únicos miembros de la familia Desubicada que le hacen caso, pobrecito) y, como hacen los perros, llevarle cosas a su amo.

Hace un par de días, me encontraba en la mini terraza que hay en mi casa con mi rata punk para que esta explorara y se vaya haciendo familiar con otros ambientes. Mientras yo me quedaba sentada y aplastaba a las hormigas con mi potasio, Sonic corría de un lado para el otro y, de vez en cuando, se acercaba a mí y dejaba algo en mi mano, luego de lamerme. Después de tres cuartos de hora, cuando decidí que ya hacía mucho frío para que mi trinchudo esté al aire libre, lo llamé por su nombre y esperé a que viniera. Cuando lo hizo, lo tomé por su pancita hasta postrarlo en la palma de mi mano, lo acaricié y lo dejé en su casita. Luego de hacerlo, sentí algo en mi mano, pero tuve miedo de mirar. Cerré los ojos y deseé, por todos los santos, que aquello que sentía fuera una pequeña piedra, un adorno de la terraza o su nuevo juguete.

Pero abrí los ojos y vi que no era ni la piedra ni el adorno ni el juguete. Era caca.

domingo, 14 de agosto de 2011

Abelardo


Queridos desubicados:

Nos hemos reunido hoy en este post para honrar la partida de mi antiguo carro, Abelardo, quien pasó a manos de otros entes este último sábado.

Si bien no estuvo conmigo por tanto tiempo, Abelardo fue un buen compañero, tanto en las buenas como en las malas.

Se extrañará su color guinda, sus abolladuras laterales, su suciedad, la malograda puerta de su maletera, los papeles tirados en su piso, el capó rayado, el parachoques cagado, los recorridos de la casa a la universidad o a la Mamina, las alfombras polvorientas, las puteadas que le di por apagarse de la nada o por no querer encender en ocasiones, los besos y caricias que di y recibí ahí, comer pizza y ver películas en la maletera, los paseos turísticos que hice con él, las incontables veces que me perdí buscando una calle (aunque esto seguirá sucediendo, tenga el carro que sea), las confusiones de los limeños pensando que yo era taxista, las ofertas de la gente para adquirirlo, los esfuerzos que hacía para estacionarlo en paralelo sin chocar con los otros carros, su entrada para cassettes y, por supuesto, el asiento del piloto meado.

Donde sea que estés ahora, Abelardo, espero que te estén cuidando y que te libren de los peligros de las combis y los taxis asesinos (al menos durante las primeras semanas). Y si algún día te veo pasar, te contemplaré, te sonreiré y te agradeceré por los orgásmicos meses que me hiciste pasar.

Por cierto, compenso tu partida con un carro más pequeño, limpio, colorido y sano (al menor por ahora) al que, por algún motivo, lo llamo, momentáneamente, Marcelino.

Hasta otra vida, Abelardo. Serás eternamente extrañado.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Voilà


Varias veces me han hecho la siguiente pregunta: “¿Cuál es el proceso por el que pasas para escribir un post?” La respuesta es simple: depende de la circunstancia.

Si estoy en alguna clase aburrida, saco mi cuaderno y lapicero azul y comienzo a escribir lo primero que se me venga a la mente y no paro hasta escribirlo todo, sin importarme que el/la profesor(a) esté cerca y que puede llamarme la atención por no escuchar sus “sabias” palabras. Llego a mi casa, prendo mi laptop y transcribo el texto del papel arrugado a Word. Cuando termino, leo el nuevo post mentalmente tres veces. La primera vez, simplemente lo leo; la segunda, lo leo pausadamente, revisando la ortografía y gramática, asegurándome de que las oraciones tengan ritmo, que cada palabra sea la adecuada y que no falte nada para agregar; la tercera, lo leo en voz baja y, normalmente, la lectura termina con una sonrisa de satisfacción, pues el post suele quedar exactamente como quería. Luego lo copio a Blogspot, hago click en "publicar entrada" y vuelvo a leer el post, ahora con ojos de lectora. Si estoy contenta, recién ahí lo promociono en Twitter y Facebook.

Si las palabras, oraciones o ideas me taladran el cerebro (de la nada) apenas despierto o no me dejan concentrar en lo que estoy haciendo, dejo todo a un lado y cojo lo primero que esté a mi alcance para escribir, ya sea una servilleta, un rollo de papel higiénico, un post-it o, si no encuentro nada, mi propio brazo. En estos casos, el tiempo que transcurre, desde que comienzo a redactar el nuevo post hasta que lo publico, suele ser entre 2-5 horas, dependiendo de qué tan inspirada esté. Caso contrario es aquel en donde me ha pasado algo muy estúpido, bonito, ridículo, etc. y siento que debo compartirlo lo más rápido posible para que la gente se ría o llore conmigo. Aquí las palabras vuelan, lo cual puede resultar a mi favor (hacen que termine de escribir en no más de una hora, al tener todas las ideas frescas) o en mi contra (¿no les ha pasado que saben exactamente qué decir, pero, a la hora de escribirlo o decirlo, se les hace demasiado difícil?).

Si estoy frente a la laptop, viendo televisión o una película, echada en mi cama o leyendo y algo me hace acordar a alguna experiencia pasada, la revivo mentalmente, la analizo y descifro si aquella historia es lo suficientemente buena como para relatarla. Si es así, pongo manos a la obra. Abro Word y comienzo a escribir lo más importante (que no necesariamente es el principio), deteniéndome en cada nuevo párrafo que coloco. Vuelvo a leerlo y, como en la primera circunstancia, me aseguro que tenga un bonito ritmo y que todo esté en su lugar. Pero como mi cerebro se cansa rápido, me tomo un “pequeño” descanso cada media hora, aproximadamente, para despejarme un poco y buscar inspiración. Me conecto a MSN para preguntarle a la gente por algún ejemplo (si es que lo requiero), tuiteo un poco y/o reviso mi TimeLine, escucho música y me pongo a cantar para desestresarme, juego con Sonic, busco posts pajas en Tumblr y hasta me pongo a ver un poco de porno para luego cerrar todo y seguir con la chamba hasta la madrugada.

Cuando creo que he acabado, vuelvo a leer el post con ojos de escritora y de lectora y, si estoy conforme, por fin puedo decir voilà.

lunes, 1 de agosto de 2011

La cruda verdad


No sé ustedes, pero a mí me encanta la sensación que te embarga y las conductas que te poseen cuando comienza a gustarte alguien nuevo.

Vuelves a sentirte ilusionado(a) y a percibir mariposas en el estómago, te vuelves en la persona más distraída y torpe del planeta, tienes una excusa válida (según tú) por tu estúpido comportamiento, sonríes todo el día como si tuvieras calambre en la boca, escuchas canciones alegres/cursis/melosas y las cantas a todo pulmón y con la mayor emoción posible (y piensas en dedicárselas, de alguna manera), tienes ganas de hablar con él/ella las 24 horas del día (por lo que te gastas todo tu saldo mandándole mensajes o llamándolo(a) sin ningún motivo en especial), no te concentras ni mierda en nada porque lo único que ocupa tu mente es en lo “perfecta” que es esta persona, tu cuerpo y voz tiemblan como si estuvieras teniendo un ataque epiléptico cada vez que lo(a) tienes frente a ti o cuando hablan por teléfono, tienes insomnio o sueños locos con este ente, te sonrojas y no puedes dejar de mirarlo(a) cuando está cerca a ti, piensas en mil formas para descifrar cuál es la más adecuada para acercarte, lo(a) acosas en Facebook u otra red social en la que esté metido(a), ves absolutamente TODAS sus fotos y buscas qué le interesa, sus gustos y pasatiempos, cómo y a quién le escribe, quiénes y cómo son los que conforman su círculo social, le preguntas a gente que lo(a) conoce cómo es él/ella, te quedas todo el día sentado(a) frente a la computadora esperando a que se conecte (sabiendo que puede ser dentro de los próximos 5 minutos o durante las próximas 5 horas, pero a ti no te importa) y hasta comienzas a frecuentar los lugares a los que él/ella suele ir.

Y todo es color de rosa hasta que el tiempo pasa y tú, por fin, pisas tierra y te enfrentas con la cruda realidad:

1) Reaccionas y te preguntas “¡¿en qué estaba pensando?!
2) Tus tácticas, inexplicablemente, funcionaron y ahora estás con esa persona
3) Te confiesa (porque te ha agarrado confianza) que le gusta otra persona
4) Te cuenta, después de ilusionarte y llevarte a las nubes, que tiene pareja
5) Te enteras de lo peor: es gay/lesbiana

Cualquiera que sea tu situación, sólo hay una cosa que me queda por decirte: “buena suerte”.