Se conocieron de la manera no
convencional, pero no diré cuál.
Ella estudiaba comunicaciones; él
estudiaba administración. Ella quería encontrar a alguien. Él necesitaba
encontrar a alguien. Ella estaba confundida y atrapada en una coraza, pero él
estaba determinado a atacarla.
Comenzaron a hablar seguido hasta conocerse. Luego comenzaron a verse para comprenderse.
Iban a comer juntos, a conocer
nuevos puntos limeños (y los antiguos también) y a besarse por ahí.
Poco a poco fue ocurriendo lo
inevitable: cada uno pensaba más en el otro, se imaginaban la vida con él/ella,
ponían sus prioridades antes que las propias, sentían huevaditas en el
estómago, se extrañaban si no se tenían cerca y anhelaban el día en que se
volvieran a ver.
Y lo obvio no se hizo esperar,
porque la maldita incógnita “¿qué somos?” los comenzó a atacar.
Sin embargo, pasado un buen
tiempo, se dieron cuenta de que no tenían que decirlo, porque todo había caído
solo en su lugar.
Supongo que así es el amor.