Ya sea consciente o
inconscientemente, hay ciertas cosas que hacemos porque forman parte de una
especie de rutina.
Como poner el despertador a una
hora determinada, apagarlo cuando suena, despertarte media hora después y
putearte porque llegarás tarde. O echarle el ojo a la “fruta prohibida”: a tu
amor platónico, al ex de tu amiga, a la hermana o mamá de tu pata, a tu
profesora. O drogarte con la gasolina cuando estás en el grifo, con el Liquid
Paper cuando la cagaste en el papel y con el pasillo de barniz y cera de Metro.
No olvidar mirarte en el espejo o
pensar que tienes un moco pegado en la cara cuando notas que alguien no deja de
mirarte, escuchar canciones corta-venas cuando más deprimido(a) estás, quitarte
los pellejos del labio y, acto seguido, tomar jugo de naranja, empujar cuando
dice “jale”, preguntar “¿qué?” cuando has escuchado perfectamente bien, llegar
a la cocina y olvidar lo que ibas a hacer (pero lo solucionas porque comes lo
primero que encuentras), decir mil y una vez “el lunes empiezo dieta”, “este
ciclo voy a estudiar a conciencia” y el infaltable “hoy sí duermo temprano”.
Cantar o ver porno como si nadie
estuviera en casa (y alguien está en el cuarto del costado), que tu estómago
ruja del hambre desde las 11 de la mañana, regresar con quien te hace mierda,
preguntarte qué será con tu vida cuando terminas de leer un libro, cabecear en
clase porque ayer te quedaste despierto(a) hasta tarde viendo películas estudiando,
sacar pica cuando lograste lo que querías y picarte cuando no lo hiciste,
entrar y salir caletaza del telo por pensar que, mágicamente, pasará un
conocido por ahí justo en ese momento, decir que nada pasa cuando pasa todo,
ponerte exquisito(a) cuando alguien quiere entrar en tu vida y luego quejarte
de que estás más solo(a) que la primera rebanada del pan de molde, que sueltes
un eructo o te tires un pedo cuando todos los demás están en silencio,
presionar infinitas veces el botón del ascensor como si este fuera a llegar más
rápido, querer algo o a alguien cuando ya no lo puedes tener, poner los ojitos
del Gato con Botas para conseguir de los demás lo que quieres, valorar lo que
tuviste cuando ya se ha ido de tu lado, acomodarte el calzón o los huevos en la
calle, decir que llegas en 5 minutos cuando ni siquiera te has bañado o bailar
como si nadie te estuviera mirando.
Que se pierda la virginidad, las
llaves o el celular, pero que nunca, nunca se pierdan estas hermosas costumbres.