Precisamente hoy, Día del Padre, tenía que leer este mensaje de la página Brevete regalado (nada que ver con el texto, pero la atinaron).
Al leerlo recordé en cómo se fue mi abuela paterna y en cómo se han ido y se seguirán yendo más abuelos sin que nosotros, a veces, nos demos cuenta. Por eso lo que en el texto mencionan es esencial: paciencia.
Querido hijo:
El día que me veas mayor y ya no sea igual que antes, ten paciencia. Cuando comiendo me ensucie o cuando me cueste vestirme, ten paciencia. Recuerda las horas que pasé enseñándotelo.
Si repito las mismas cosas, mil y una veces, no me interrumpas y escúchame. Cuando eras pequeño, te expliqué mil y una veces el mismo cuento para dormirte.
No te molestes cuando me cueste bañarme. Recuerda las mil y una excusas que tenías cuando eras niño para no hacerlo.
Cuando en algún momento pierda el hilo de mi conversación, dame tiempo. Seguramente lo más importante no era lo que te decía, sino estar contigo y que me escucharas.
Si alguna vez no quiero comer, no me fuerces: conozco bien cuándo lo necesito y cuándo no.
Cuando mis piernas estén cansadas y no me dejen caminar, dame tu mano amiga. Como yo lo hice cuando tú dabas los primeros pasos.
Y cuando llegue a decirte que ya es hora de irme de esta vida, no te enfades. Algún día entenderás que esto no tiene nada que ver contigo, ni con tu amor ni con el mío. Simplemente que ya entregué todo lo que la vida esperaba de mí.
Algún día descubrirás que, pese a mis errores, siempre quise lo mejor para ti y que intenté preparar el camino que tú debías seguir.
No te sientas triste o enfadado o impotente por verme de esta manera. Simplemente acompáñame e intenta comprenderme, como yo lo hice cuando tú empezaste a vivir. Ahora te toca acompañarme en mi difícil caminar.
Ayúdame a terminar este camino con amor y paciencia. Yo te pagaré con mi sonrisa y con el inmenso amor que siempre te he tenido.
Te amo, hijo.
Te amo, hijo.