Desubicada Producciones presenta dos historias de…
Las bellas también son bestias.
I.
Era viernes por la noche cuando
papá se detuvo en Vivanda de Pezet para comprar pan antes de ir a la casa de la
Mamina.
Yo me sentía cansada, por lo que
me quedé en el carro mientras mis papás me dejaron sola en el estacionamiento.
A los pocos minutos, llegó un ficho carro gris, del cual se bajó un ente más
ficho aun. Lo miré, me volteé y cerré los ojos hasta que escuché que el
conductor había apretado el botón para poner los seguros, pero que el carro
seguía prendido (o, al menos, sonaba como si lo estuviera).
Preocupada, me disponía a
avisarle al conductor que había dejado su carro prendido cuando me di cuenta de
que lo que sonaba no era el motor; era el ventilador. Sin embargo, pensar esta
burrada no fue lo peor.
Lo peor fue que esto no pasó
cuando era chibola. Esto pasó ayer, con mi brevete en la cartera.
II.
Esto sí pasó cuando era chibola.
Tenía unos 12 años y estaba en la
cocina de mi casa tratando de abrir un empaque de Nesquik sin ayuda de la
tijera (estaba lejos y tenía flojera de caminar 10 pasos). Descartado también
el cuchillo (tenía miedo de cortarme), decidí optar por lo más básico,
divertido y sano: abrir la bolsa golpeando el centro con ambas manos (hazaña
que aprendí de la Mamina cuando coge la bolsa del pan VACÍA y nos asusta a
todos).
El –obvio– resultado fue mi cara embarrada
con Nesquik y mi familia burlándose de mí.