Imagínate que se te apague el
carro en una calle transitada, en hora punta, que te dé ganas de ir al baño y
que no haya un restaurante cercano al que puedas ir para descargarte.
Todo eso me pasó,
simultáneamente, hace algunas semanas.
Estaba manejando mi carro con
Ximena camino a nuestras casas en San Borja cuando, sin que me diera cuenta, se
me apagó el carro (me quedé sin gasolina por bestia, pero obviemos este tema)
al costado del Jockey Club (poco antes del rompemuelles para subir al puente)
en un día de concierto (gracias otra vez, vida). Puse las luces de emergencia y
entré en ataque de nervios, como me pasa siempre cuando me siento observada y
cuando los faltosos hicieron acto de presencia con comentarios como “¡muévete,
mierda!” y “mujer tenías que ser” hasta que puse el triángulo de emergencia y
los comentarios cambiaron a “flaca, ¿te ayudo?”.
Como sabía que estaría cerca,
llamé a mi papá para decirle que me había quedado varada al costado del Jockey
Club y que, por favor, trajera un poco de gasolina para Morris.
Pasaban los minutos y la espera disminuía, pero mis ganas
para orinar aumentaban junto con la desesperación al notar que no había una
tienda o restaurante para ir a orinar.
Solo tenía una opción (y bautizar a Morris no era ella): el
Jockey Club.
- Disculpe, ¿puedo usar el baño, por favor? Es
urgente.
- Aquí no hay baño, señorita.
- Señor, ¿cómo quiere que crea que en este lugar
inmenso no hay baño? Se lo ruego; ¡mi vejiga no puede más!
- Es que…
- ¡Por favor! Solo quiero orinar, señor. Mi carro
está afuera varado. Solo voy a estar unos minutos y luego desaparezco de su
vista.
- Ya, está bien, señorita, pero apúrese.
Recordando las clases de Educación Física, corrí con todas
mis fuerzas (y kilos de más) hasta los baños que el señor me había indicado
solo para darme cuenta de que estaban cerrados.
¡NOOOOOOOOOO!
- Señorita, ¿qué pasó? ¿Por qué grita? Apúrese que
mi jefe me va a regañar.
- ¡Están cerrados! ¿Tiene papel? Orinaré detrás de
los carros en las piedritas; no me importa.
- Asu, ¡realmente tiene ganas!
- (No, huevonazo, te ruego porque me da la gana)
Al cabo de unos segundos que se me hicieron eternos, el
señor regresó con harto papel y yo me fui atrás de los carros, mirando hacia
todos lados para asegurarme de que nadie estuviera mirándome mientras me bajaba
el pantalón y el calzón, pensando en por qué rayos nunca iré al baño cuando
tengo uno cerca.
Después de casi un minuto, salí de mi escondite, agradecí al
señor y regresé adonde estaban Ximena y mi papá con un Morris funcionando de
maravilla.
- ¿Adónde te fuiste?
- Al baño, pa. ¡¡¡Gracias!!!
- Bueno, última vez que te salvo. Para la próxima llenas el tanque con pichi o ya tú ves qué haces.
- Bueno, última vez que te salvo. Para la próxima llenas el tanque con pichi o ya tú ves qué haces.
Lo peor es que, con la vejiga que tengo, no creo que eso sea
difícil.