Siempre he pensado que, más que los profesores, los verdaderos maestros son los papás. Nos dan las herramientas básicas para nosotros trabajarlas y formar las personas que en el futuro seremos. Sobrevivir.
Ok, basta de cursilería.
Hoy, después de mucho tiempo sin tocar el blog, quiero aprovechar para contar lo que no me enseñaron.
No me enseñaron a hablar italiano, pero sí a decir "por favor", "gracias", "perdón" y "te quiero".
No me enseñaron a cocinar, pero sí a usar las ollas para subirme a ellas y llegar más alto.
No me enseñaron a dibujar, pero sí a plasmar las cosas por escrito.
No me enseñaron a creer que caer estaba mal, sino que lo malo está en no levantarse.
No me enseñaron a no hacer travesuras, sino a hacer travesuras inteligentes.
No me enseñaron origami, pero sí a doblar una hoja bond como envase triangular para la canchita.
No me enseñaron a ver la temperatura en el termómetro, pero sí varios remedios caseros para bajar la jodida fiebre.
No me enseñaron a tocar ningún instrumento, pero me contagiaron el gusto por la música clásica hasta hacer que se me erice la piel cada vez que la escucho.
No me enseñaron a tejer, pero sí a separar la ropa por colores o por estación.
No me enseñaron a ver televisión; me enseñaron a disfrutar de mi niñez armando rompecabezas y volando cometas caseras.
No me enseñaron a hablar siempre, pero me enseñaron a notar esos detalles que muy pocos notan.
Me enseñaron a crecer.
Gracias por enseñarme que las cosas chiquitas son, en realidad, las cosas grandes.