Las experiencias
personales son, en mi caso, lo más fácil para escribir, así que hoy aprovecharé
para contarles algo que me pasó el fin de semana.
Aprovechando que
hacía tiempo que no me compraba nada, fui a una de las tiendas en las que
normalmente encuentro ropa de mi agrado y compré un BVD, una blusa (en una
bolsa) y 3 bóxers (en la otra), decidiendo, antes de abandonar el sitio, poner
todo en la misma bolsa y botar la otra.
Después del merecido
shopping, me acerqué con Claudia a tragar comer en el food court combos agrandados
junior del Burger King (si le voy a hacer publicidad a algo, que sea de la
comida chatarra), deteniéndome, en repetidas ocasiones, por culpa de la bolsa de plástico
resbalándose de mis piernas una y otra vez.
A las 7:25 pm nos
sentamos en nuestros asientos de la sala de cine y, mientras disfrutaba de la
película, nuevamente la bolsa se escapaba de mis piernas y botaba mis calzones
y demás prendas al suelo.
Dos horas después, me
levanté de mi asiento dándole una rápida mirada al mismo y, al ver que no había
ropa, confié en que todo estaría en mi bolsa y salí de ahí (ay, Alessandra,
¿por qué serás tan confiada?).
Al llegar a mi casa,
emocionada por ver mis nuevas prendas y ponerlas en su sitio, me di con la gran
sorpresa: “¡¿DÓNDE ESTÁN MIS CALZONES?!”
Al ver que no había
rastro de ellos en los pasillos ni en la maletera de Morris, pensé en las
posibles opciones:
1) No
me di cuenta de que los bóxers seguían en la bolsa y los boté a la basura
2) Los
dejé en el piso de la sala de cine
3) Se
me cayeron mientras comía y alguien los cogió sin que me diera cuenta
Como no podría
regresar al centro comercial porque estaba a punto de cerrar, le escribí a
ambas marcas por Facebook resumiendo “creo que dejé mi nueva ropa interior en
tu tienda/sala”.
Domingo a las 4 pm y
no obtenía respuesta, así que decidí ir al mall en el orden establecido. Primero fui a la
tienda, donde hablé con una chica y le expliqué la situación (soportando su
expresión atónita y sus ganas de reír): “Déjeme hablar con el personal de
limpieza, porque ellos son los que limpian los tachos”.
La chica desaparece
y, al rato, reaparece con una señora quien me dice “No encontré nada, pero si
gusta puede rebuscar en la basura para que vea que no le miento”. “No es necesario;
le creo”, respondo (ay, Alessandra, ¿por qué serás tan confiada? Parte 2).
Desesperada y
extrañando mis calzones, me acerqué al personal del cine, esta vez un chico:
- Esto es algo vergonzoso, pero creo que ayer pude
haber dejado ropa recién comprada en una de sus salas.
- Voy a preguntar, señorita. ¿Exactamente qué
eran?
- (Por algún motivo, la palabra “bóxers” no
llegaba a mi mente y era reemplazada repetitivamente por “trusas”) Trusas…tres…sueltas
(sin bolsa).
-
Ok, preguntaré.
El chico regresó al
rato con una expresión despreocupada y cómica:
-
Lo siento, señorita, pero el personal que limpió
la sala no encontró nada.
-
Me lo imaginaba. Gracias igual.
-
De nada; cuídese.
Decepcionada por
segunda vez, me acerqué al food court
sin éxito y enfrentando la realidad: en esos momentos, alguien más tenía mis
bonitos bóxers.
Picona como siempre,
regresé a la tienda a comprar las mismas prendas y tres más (para aliviar el
dolor de la pérdida), pero el sentimiento seguía igual: “¡Devuélvanme mis
calzones!”
Aunque, pensándolo bien, mejor quédatelos.
Aunque, pensándolo bien, mejor quédatelos.