Alguna vez leí (o alguien me dijo) que todos los escritores deberían tener una musa. No soy escritora ni -creo que- tengo una musa, pero si hay alguien de quien podría escribir siempre es mi papá, una de las pocas personas que me hacen mirarlo y pensar "qué paja tenerlo en mi vida".
Dos de las cosas que más sé de su infancia son estas: que mi abuela lo metió a clases de acordeón, a las cuales acudía a pie con el instrumento en la mano, y que mi abuelo le enseñó a volar cometa y luego, con el tiempo, a fabricarlas.
Aunque no tengo recuerdos de que mi papá nos haya llevado al parque a mis hermanas o a mí a volar cometa, sé que es algo que él añora hasta ahora (tengo el presentimiento de que está esperando hacerlo con sus nietos).
Y lo sé porque, desde hace buen tiempo, mi padre guarda en la maletera de su carro una cometa que adquirió hace unos años y una lonchera mía de colegio en la que guarda los materiales necesarios: guante para no rasparse la mano, pabilo para volarla al infinito y otras cosas que ahora no recuerdo.
Suele sacarla los domingos luego de almorzar, cuando estamos en el carro pensando adónde ir a pasear, y él, sin que nadie se dé cuenta, maneja hasta el parque más cercano y con voz emocionada dice "¡Ya sé! ¡Voy a volar cometa!".
Acto seguido se estaciona, pregunta quién quiere acompañarlo y se pone en acción. Normalmente lo acompaño yo. La preparación es muy corta, porque a los pocos minutos la cometa ya está camino al cielo. A veces nos quedamos en silencio viendo cómo se aleja; otras veces, me cuenta sobre el Nono al que nunca conocí, las clases para armar cometas y a quién le enseñó a armarlas, los modelos de cometa que tenía y las veces en que alguna se fue lejos y no regresó más (o las que se le quedaron atoradas en algún árbol y nunca pudo recuperar).
La gente camina a nuestro lado y algunos pasan de largo, mientras que otros (papás con hijos) se detienen y exclaman "¡Mira lo que hay en el cielo, hijo!" o (mi favorita) "Hoy en día ya no se ve volar cometas. Lo felicito".
Y yo lo miro de lo más emocionada, esperando que llegue el día en que alguna de mis hermanas o yo tenga un hijo al que enseñe a volar cometa y, por qué no, a tocar el acordeón.