Hay temas de los que casi siempre he evitado hablar o he preferido mantenerme al margen, como religión, política o mi cuerpo. Si lo he hecho, siempre ha sido en persona con alguien más, así que hoy será mi primera vez.
Nunca me han gustado mis piernas. En clases de Educación Física, por ejemplo, prefería ponerme buzo y morir de calor antes que mostrarlas. Si alguien me preguntaba, les decía que no había traído mi short o que no tenía tanto calor.
Si iba a la playa o a la piscina, era de esas personas que se envuelven en la toalla apenas salen del agua. "Para secarme más rápido", decía. Y si usaba faldas, tenían que ser las que cubrían hasta el tobillo porque "los diseños son más bonitos".
El problema era la calle, porque mi casa era mi lugar seguro. En verano podía estar con mi pijama de tiritas y short frente a mis papás y hermanas y no había ningún problema. Supongo que confiaba en que ellos no me dirían nada (y nunca lo hicieron, felizmente).
Pero la idea de mostrar mis piernas en el mundo exterior me aterraba. Siempre les encontraba algún defecto: que parecen de Gasparín de lo blancas que son (y broncearlas no era ni es una opción porque no me gusta estar bicolor), que son muy gruesas, que son muy fofas, que no tienen forma. ¿Quién va a querer verlas?
Hasta hace poco pensaba así. Desde hace unos meses voy a clases de baile en las tardes y el pantalón largo, mi buen amigo, me acompañaba. Claro que no había problema en invierno: lo jodido empezó en diciembre con los días cada vez más calurosos.
No importaba que me sofocara ni que se me bajara la presión. No importaba que gente mayor usara shorts sin ninguna preocupación. El problema era yo: pensaba que le haría daño a la gente si mostraba mis piernas, pero no me daba cuenta de que a la única persona a la que le hacía daño era a mí.
Eso pasó un día de enero y me dije que ya no quería ser más esa persona. Tengo shorts, ¿por qué no puedo usarlos? ¿A quién perjudico con mis piernas? ¿Por qué debo pensar en los demás antes que en mí? ¿Dónde queda mi comodidad?
Así que un bonito día de enero decidí ir a las clases en short por primera vez en mi vida y lo amé. Me sentí como solo me había sentido en mi casa hasta ese momento: libre y cómoda (y, como puntos bonus, los pasos me salieron mejor que nunca).
Y sí, ya sé que en la foto no es que muestre mis piernas por completo, pero estoy en un proceso. Poco a poco.