sábado, 22 de enero de 2011

Perfecta


Sus cabellos negros y rizados, su piel blanca y suave, sus hermosos ojos verdes, sus uñas perfectamente cuidadas, sus manos tan delicadas, su melodiosa voz, su ternura, su amor, su alegría, su afecto, su cariño, su simpatía, su pasión, su inmensa habilidad para cocinar y para hacerse querer apenas uno la conoce, sus cambios de nombre, sus abrazos, sus besos, su paz, su tranquilidad, su confianza, su paciencia, su preocupación, su dedicación, su ardor.

Sus llamadas de felicitaciones, sus tarjetas de Navidad bajo el nombre de "el niño Dios", su uso de because? en lugar de why?, sus villancicos que duran hasta marzo, su vestido de novia, su bata de seda, sus faldas coloridas, sus canciones. Su ser.

Eres perfecta, Mamina. Realmente perfecta.

viernes, 21 de enero de 2011

Carlitos lo soluciona todo


¿Veían o vieron alguna vez ese programa llamado Clarissa lo explica todo en Nickelodeon de los 90 –cuando el canal era de puta madre; ahora…no lo es–? Si la respuesta es “sí”, déjenme decirles que en mi trabajo existe la versión masculina de Clarissa, cuyo nombre, extraordinariamente, también comienza con “c”: Carlos (mejor Carlitos, porque suena más bonito). Pero Carlitos, además de explicarlo todo, lo soluciona todo.

Hace poco tuve el peor día de chamba desde que empecé a trabajar: me demoré tres eternos minutos (sí: en este tipo de trabajo, 3 minutos es una eternidad) en llevar los cubiertos a las mesas, me equivoqué en ingresar los pedidos a la Micros, cobré de más, cobré de menos, perdí vouchers y casi me cachetean por tomarme unos minutos para respirar y reaccionar. ¿Y qué pasó? Carlitos lo solucionó todo –y a la velocidad de un rayo.

¿Estás atravesando por una situación difícil con tu pareja? No te preocupes, ¡Carlitos lo soluciona todo! ¿Tienes miedo a los clientes porque piensas que te dirán que nunca lo habían atendido tan mal? Descuida, ¡Carlitos lo soluciona todo! ¿Te da vergüenza admitir a los consumidores que acabas de inventarte un plato o trago nuevo, simplemente para no quedar como un(a) inculto(a)? Calma, ¡Carlitos lo soluciona todo!

Así que ya saben, chocheritas: no gasten una fortuna en el psicólogo o en alguna brujita ni jodan a su amig@ para que les arregle sus metidas de pata. ¡NO! Carlitos B. es la nueva solución para tus problemas.

Sin embargo, la emoción termina cuando Carlitos me pide algo imposible: “Ale, ahora que ya te enseñé a trabajar en el restaurante, ahora tengo que enseñarte a ubicarte”.

No, Carlitos. Eso nunca.

Por cierto, Carlitos, quise acompañar este post con una foto tuya, pero ya que carezco de una, tendrás que conformarte con esta:



Hasta la próxima.

jueves, 6 de enero de 2011

Inmovilidad


Nunca me gustó hacer ejercicio ni tampoco fui buena haciéndolo. En el colegio –buenos tiempos aquellos–, era una de las peores del salón en clase de Educación Física. Cuando la profesora ordenaba dar tres vueltas alrededor del patio caminando, trotando y luego corriendo, yo hacía caso omiso a las dos últimas palabras y el número tres lo convertía en uno, o sea, una vuelta caminando alrededor del patio. Y cuando el mismo ente ordenaba que nos echáramos en el piso para hacer abdominales, yo me dedicaba a tomar sol o a hacer una mini siesta. Como si esto fuera poco, era una acomplejada de mierda. Aun así estuviésemos en verano y calcinándonos la piel a 30°, yo me negaba a mostrar mis yucas en público, por lo que usaba un pantalón de buzo con complejo de horno y sudaba la gota gorda con tan sólo agacharme. Para no sentirme tan mal, me dedicaba a rajar de las chicas de mi salón: que Pancracia parece embarazada, que Lucrecia tiene las piernas chuecas, que Alejandrina parece una tabla de surf, etc.

Van un poco más de tres años desde que salí del colegio y todavía mantengo algunas de estas costumbres. Por ejemplo, el último lunes comencé gimnasio y, en vez de ir vestida con short y BVD para no empapar la ropa, me puse una malla morada oscura y un polo de manga corta morado claro (sí, encima de acomplejada, huachafa por haber ido al gimnasio al estilo Barney). También dediqué varios minutos de mi tiempo a rajar de las señoras de 60 que se visten como si tuvieran 30, de las de 30 que se creen modelos de pasarela y que buscan igualar a las de 20 y a las de 20 que son unas putas regias (¡váyanse a su casa, malditas!). Luego me di cuenta de mi estúpido comportamiento: como si hablar mal de las demás me vaya a dar el cuerpo perfecto o hacer que no tenga roches en mostrar mis yucas en público (me palteo; no puedo evitarlo).

Y justo cuando monto la bicicleta y comienzo a pedalear para encender la máquina, se acerca un entrenador preguntándome por mi rutina. “No tengo –respondo–; es mi primer día”. “Entonces tienes que ir al área de evaluación para que te tomen tus medidas y podamos hacerte una rutina”, me dice. ¿Medidas? ¡Ni muerta! –no tengo miedo ni roche en decir que tengo 20 años cuando el mundo me alucina de 23 ni que mido (casi) orgullosamente 1.65 m., pero que me pregunten cuánto peso o intenten subirme a la balanza me trauma completamente, mismo motivo por el cual desconozco mi peso desde hace casi dos años–. Gileo, suplico, pataleo y hago berrinches, pero todo es en vano: he perdido la batalla, pues, diez segundos después, me encuentro siendo mañoseada por la nutricionista y su cinta métrica (yo con los ojos cerrados o puestos hacia otra dirección en todo momento). Al terminar de medirme los muslos, glúteos, pecho, cadera, cintura y ya no recuerdo qué más, me pregunta qué es lo que quiero lograr en mi cuerpo. “Quiero bajar esto de aquí, reducir esto, tonificar lo de acá, remover todo este sebo y…¿sabes qué? Creo que dándome un cuerpo nuevo nos ahorraríamos mucho tú y yo”, le digo. Ella, recontra aguafiestas, sólo se dispone a fingir una sonrisa y a apuntar mis barbaridades en el mismo papel donde un entrenador escribirá mi tortura durante los próximos tres meses.

Me entrega el papel –el cual volteo rápidamente para no ver ningún número–, me cita para el viernes (así me entrega mi dieta) y llama a un trainer para que me oriente con las máquinas.

Dos horas después, me encuentro echada en el sofá de mi casa con las piernas puestas sobre el regazo de mi madre, posición en la cual permanezco por al menos una hora y con tres palabras que se convierten en mi respuesta a absolutamente todo por esa noche y por el día siguiente y siguiente: “no puedo moverme” –lo chistoso es que hoy no he hecho ni mierda.

martes, 4 de enero de 2011

RT

Hace no más de cinco meses que me creé Twitter.

No planeaba hacerlo. Pensaba que, con Facebook, MSN y mi blog, mi vida ya estaba saturada de las redes sociales y que la relación con mi flaco estaba peligrando. Pero un día, a Adrián, el pejelagarto tuitero, poco le faltó para lanzarme contra la pared, sacudirme el cuerpote y carajearme, ordenándome que entrara a este universo desconocido. Lo que ocurrió en la realidad no fue muy diferente: una “simple” sacudida de hombros por parte de Adrián, junto con la clara afirmación del día: “Créate Twitter, mierdecita”.

Le hice caso unos días después (un 06/08/10, para ser más exactos), en una tarde en la que no tenía nada más que hacer y en el que me dije a mí misma el típico «¿por qué no?». Abrí la página de Twitter, clickeé la opción sign up, pensé en un nombre para mi persona, elegí una foto como ávatar –al mismo tiempo que aprendí que “ávatar” no es solamente la película de James Cameron– y voilà, el show ya podía comenzar. Y comenzó con un simple, pero efectivo, “hola”.

Hola, universo inexplorado; hola, gente conocida; hola, gente desconocida; hola, nuevos seguidores; hola, nuevos “siguiendo”.

Por más triste y patético que suene, mi relación con Twitter es una de las más entretenidas que he tenido (hablando virtualmente, vale resaltar). Y es que en esta dimensión desconocida ocurre de todo: muerte de artistas conocidos cada mes, datos de empresas vendedoras de juguetes sexuales, invenciones de “cueros” mexico/peruanos, rajes y confesiones al aire libre, transmisiones en vivo de un brasilero gay con complejo de diva y otras especies raras –pero que, al fin y al cabo, humanos a quienes les importa un rábano lo que piensen los demás y eso es lo genial.

Lo bacán es cuando te lees con un usuario por largo tiempo y luego se te presenta la oportunidad de conocerlo en vivo y en directo. Lástima que no pueda decir lo mismo de mi encuentro con el querido Ginnoceronte (mentira). Confirmas que son personas reales y no figuritas sacadas de Google Images o de alguna novela mexicana (o quizás un windsurfer gringo). Para mí, esto termina siendo, en la mayoría de casos, un placer orgásmico.

Retuitéalo –después de ver los videos.