Eran las tres de la mañana.
Sólo me faltaba cerrar la ventana de Twitter cuando leí su mensaje. “Hola, necesito ayuda”, decía. Invadida por la curiosidad y por mi lado Madre Teresa, le mandé un mensaje directo.
- Todo tiene solución. Trata de calmarte. Deja lo que estás haciendo y respira. No cometas estupideces. Sigue llorando. Eso te va a calmar bastante. Trata de desahogarte lo más que puedas. Grita, llora, patalea, putea.
- Nunca me he sentido así y estoy hablando con una desconocida y desubicada, jaja... No puedo parar de llorar.
- A veces es mejor hablar con alguien que no conoces o lejano a ti porque puede ver las cosas desde otro punto de vista.
- Son las 2.30 y no puedo llamar a mi psicólogo. ¿¿¿Qué hago??? Te juro que me quiero morir.
- ¿Cómo puedo ayudarte?
- No sé. Te vi tuiteando y te hablé. Nunca he sentido tantas ganas de morir como ahora. No puedo parar de llorar.
- Se supone que los psicólogos deben ayudar siempre. ¡Llámalo! ¿No tienes mejor amiga? ¿Hermanas? ¿Tus padres?
- No. Me da roche que me veas así. Son casi las 3... Hombres... Imbéciles... ¡¡¡Aj!!! Ya fue. No sé qué hacer. Me siento la más looser del mundo.
En ese momento borré el mensaje que le estaba escribiendo (en donde le estaba dando mi número de celular para tranquilizarla de manera “más directa”) y analicé la situación.
No conozco a esta chica, no sé cómo se llama y ni siquiera tengo por seguro que es una chica (mandé mi lado Madre Teresa al carajo). ¿Y si es una cuenta de ladrones y me está manipulando para que le dé mi celular y luego me extorsione? ¿Y si averiguan dónde vivo y nos roban todo? ¿Y si me secuestran y salgo en las noticias del día siguiente calata y muerta?
Dejé el drama de lado y me fui al otro extremo. ¿Y si de verdad es una chica que está tan desesperada que literalmente se quiere morir? ¿Cómo puedo no hacer nada? ¿Y si me buscó por alguna razón? No creo en el destino, pero sí en las coincidencias.
- ¡Bah! Los hombres son la peor excusa para llorar. NINGÚN HOMBRE merece tus lágrimas. Eso tienes que tenerlo bien claro. Si uno te hace llorar o sufrir, no vale la pena. Mándalo bien lejos y a seguir con tu vida.
- Pero 7 años después…
- Quizás con más razón, ¿no? 7 años es un culo de tiempo, pero si, con tanto tiempo juntos, te puede hacer tanto daño, entonces no vale la pena.
- Pensé en morir. Te lo juro. Gracias por hablarme. He querido morir. Mañana me levanto... ¡Te juro!
- Sé que suena muy cliché, pero todo va a estar bien y cuando te levantes te sentirás mejor. Al menos una pizca, pero estarás mejor. Desahógate y ve a descansar. ¡No hagas tonterías! Descansa y un fuerte abrazo.
- Gracias... Literalmente me has salvado la vida... Sigo llorando, pero haré caso a tu frase cliché... Mañana será mejor. Te juro que estaba a punto de tirarme por la ventana (mi casa tiene 4 pisos), pero no. Tienes razón. Tan loca no puedo estar. He regresado a la vida real. No moriré. Ya pasó la crisis. Te juro, ya pasó. Iré a dormir.
- Esas cosas son temporales. Cuando la cabeza está caliente, no piensas razonablemente y quieres terminar con todo lo antes posible. Pero luego recapacitas y te das cuenta de que no puedes tirar por la borda toda tu vida por alguien. ¡No vale la pena!
- He tomado dos botellas de vino y no estoy bien, pero estoy escribiendo bien para dos botellas, ¿no? Jaja Ya pasó. Gracias. En serio, gracias.
- Jajaja Sí, estás escribiendo bien. Yo ya zafo a dormir, entonces, en vista de que te sientes mejor. ¡Mañana (más tarde) será otro día! J
- J Igual sigo llorando, pero ya no quiero morir. Gracias. Gracias. Mil veces gracias.
- Eso es lo importante. ¡De nada!
- Mañana prometo llamar a mi psicólogo en cuanto despierte y contarle semejante episodio. Suelo ser normal... Hoy fue la excepción.
- Me parece bien. No te avergüences de tus acciones. Mira que hoy recurriste a una desconocida y te salió bien, ¿no? Ánimo.
- Te juro que no sé cómo agradecerte. Puedes escribir que salvaste una vida, jaja... En serio me salvaste. Gracias.
- Puedes agradecerme saliendo adelante y viviendo tu vida feliz sin dejar que alguien te haga llorar. Descansa.
- No me siento mejor, pero ya estoy tranquila. Ya no lloro y sí, pues, tienes razón: llegar al punto de querer morir por un hombre no vale. He vuelto a la normalidad. Soy un ser racional de nuevo, jaja. Gracias.
- ¡De nada! Me da gusto saberlo.
Le escribí al siguiente día (o sea, cuando desperté) preguntándole cómo había amanecido y cómo se había sentido.
- Me siento rara, muy rara... Mañana iré con unas amigas a un club en Chosica por unos días. Serán días para no pensar. Mi psicólogo está de viaje... No lo veré hasta la otra semana, pero ya estoy bien... O sea, triste, pero ya no loca.
- ¡Qué buena noticia! Pasar tiempo con amigas ahora es lo mejor que puedes hacer porque te distraerás y divertirás un montón.
- Le contaré a mi psicólogo que busqué a una desconocida y no se me ocurrió hablar con un amigo.
- Me cuentas qué te dice tu psicólogo, jaja. Nada de loca, seguro. Simplemente querer el punto de vista de alguien más.
- Ya, te cuento lo que me diga... Me voy a dormir. Me duele la cabeza y mañana me voy a pasear. ¡¡¡Yeiii!!
- Dale. ¡Descansa y diviértete!
Antes de irse, me lo dijo. Ella estaba avergonzada por haber recurrido a una desconocida. Yo estaba agradecida.
A veces, sólo a veces, estás exactamente donde debes estar.