Si retrocedemos el tiempo y nos detenemos a cuando éramos
solo unos niños, nos daremos cuenta de que nuestros padres, abuelos o quien(es)
hayan estado a nuestro cargo eran como nuestros sensei.
Nos enseñaron a gatear, a caminar y a pasar de “caca, pichi,
poto” a hablar con propiedad. Nos enseñaron a levantarnos después de caernos, a
usar el wáter, a enjuagarnos las manos antes de comer, a lavarnos los dientes
después de tragar, a respetar siempre a nuestros mayores, a usar sin malograr los aparatos tecnológicos de ese entonces, a no hablar con
extraños, a mirar por ambos lados antes de cruzar la pista, a agradecer por lo
que nos han dado y seguirán dando.
Pero creces y, conforme van pasando los años, los papeles se
van invirtiendo.
Aquella persona que te daba tanto amor ahora no te conoce o
se encuentra incapaz de dártelo. Ahora tú tienes que mencionarle quién eres y a ayudarle a pararse porque
el cuerpo y los años le pesan. Le recuerdas que es importante que se lave
los dientes, enjuague las manos y mire hacia ambos lados antes de cruzar la
pista. L@ acompañas a sus citas médicas porque él/ella ya no puede ir sol@. Le enseñas cómo manejar la tecnología del momento y quién o
quiénes son los grupos de moda.
Y como quien no quiere la cosa, o sin que te des cuenta, l@
ayudas a que se vaya a dormir mejor.
Que viva esta frágil vida.