Este mes ibas a cumplir un año más de vida.
No sé cómo pasó; no sé por qué sucedió. Pero ese día Sonic partió.
Es extraño, triste y desesperante, porque a veces lo extraño tanto que me pongo a llorar. A veces puedo jurar que lo escucho raspando el piso de su casa -ya desarmada- o desperezándose después de despertar. A veces, de noche, miro el reloj y pienso que ya es la hora de comer. O calculo si ya ha despertado mi eterna bola de púas para ponerme a jugar con él.
Luego me cacheteo y vuelvo a la asquerosa y penosa realidad: Sonic se fue y no volverá. No volveré a a bañarlo en el lavamanos ni a sacarlo a pasear. No volveré a despertarlo y hacerlo renegar. No volveré a sobar su pancita más suave que el algodón de azúcar. No volveré a volverme loca de lo bonito que era. No volveré a tenerlo encima de mi panza mientras leo un libro. No volveré a tenerlo.
Pero, aunque suene cursi, desde que se fue espero y seguiré esperando el día en que volvamos a jugar.
Así es exactamente como me imagino a Sonic ahora |