Alguna vez he mencionado que me cuesta decir que no. No encuentro las palabras, no logro inventar una excusa convincente, pienso que voy a hacer sentir mal a la otra persona y, por ende, termino diciendo que sí.
A veces, luego de comprometerme, odio momentáneamente a la otra persona y aprendo la lección; otras veces, igual los odio momentáneamente, pero también digo "ok, no estuvo tan malo. Quizás lo volvería a hacer".
La primera vez que sentí eso fue hace dos años, cuando organicé la despedida de soltera de mi mejor amiga en Cusco. Teníamos pocos días y bajo presupuesto para los tours tradicionales, pero la solución llegó rápido: un paseo a caballo (su animal favorito) por el sitio arqueológico del Templo de la Luna.
Ya que la última vez que me había subido a un caballo (que, en realidad, fue un pony) había sido hace más de 15 años, me invadió el pánico. Tenía cero ganas de subirme, pero sabía que si no lo hacía luego me arrepentiría. "Por favor, que al menos me toque el más tranquilo". Subí con ayuda, me acomodé y al segundo me paralicé.
¿Cómo funciona esto? ¿Cómo me agarro? ¿Cómo lo guío? ¿Por qué hizo ese sonido? ¿Por qué me subí a esta cosa? ¿Por qué está corriendo? ¿CÓMO LO DETENGO? ¡AYUDAAA!
Al poco tiempo, Ximena se dio cuenta de mi sufrimiento: "Cavag, ¿estás bien?". "Chavez, te quiero, pero cámbiame de caballo ahora porque siento que me muero". El guía también se había dado cuenta, se acercó y, muy campantemente, nos confesó que a mí me había tocado lo que parecía un potro salvaje (un caballo joven al que habían mordido hace poco y por eso andaba inquieto). "Cavag, no te preocupes. Toma mi caballo que es bien tranquilito".
Cambiamos de caballo y volví un poco a la vida, aunque mi cuerpo seguía paralizado. La concha me dolía, un pie me ardía y mis dedos parecían congelados por tanta tensión, pero un rato después comencé a disfrutarlo. Terminó el paseo, abracé a Ximena y le dije "Si alguna vez tenía que volver a subir a un caballo tenía que ser por ti, de todas maneras".
Haciendo tiempo para no subir al caballo. |
Desesperada por bajar (extremo izquierdo). |
La segunda vez fue el año pasado, cuando mi hermana mayor decidió que sus fotos prematri serían en las Lomas de Lúcumo. "¿Quieren ir?", nos preguntó a la menor y a mí. "Veamos", dije. "En las clases de Educación Física del colegio nunca aprendí a controlar mi respiración y en la subida a Pastoruri (tengo la costumbre de hacer malas comparaciones) sentí que dejaría mi cuerpo a mitad de camino, pero no creo que la subida a esas lomas sea tan malo. Ya, vamos".
A las 11 de la mañana del día siguiente ya estábamos listos para subir a las lomas. "Todo sea porque es ella, porque no volveré a subir a estas cosas y porque las fotos valdrán la pena".
Ah, mira. Esto no está tan mal. Tengo mi termo de agua, zapatillas para escalar y mi hermana y cuñado atrás. Ok, ya me estoy cansando un poquito. No puedo respirar. Cálmate, Alessandra. ¡¿POR QUÉ TODOS SUBEN TAN RÁPIDO?! Cada uno sube a su tiempo; tranquila. PERO ESA SEÑORA ES MUCHO MAYOR QUE YO Y SUBE SIN PROBLEMAS. Pero tú no eres esa señora. Te demorarás un montón, pero lo lograrás. "Ale, ¿cómo vas?" NO ME HABLES, MIERDA. "Bien, pero no puedo hablar porque sino me canso más". Necesito un descanso. Necesito otro. DEJAN DE AVANZAR SIN MÍ, MALDITA SEA. ¡ANDREAAAA!
Después de lo que se sintió una eternidad, con hartas paradas y la botella de agua a punto de terminar, llegamos a la cima y valió la pena, como sabía que lo haría. "Ya subí a un caballo y ya llegué a la cima de unas lomas. ¿Qué me tocará hacer el próximo año?".
Sin oxígeno, pero contenta. |
La tercera vez fue hace unas semanas, luego de una parrillada a la que me invitó un pata. "Ale, he tomado mucho. Tú me vas a llevar luego a mi casa manejando mi caña, ¿ya?". "Pero no tengo conmigo mi brevete". "No te preocupes; no va a pasar nada. Toma mis llaves".
Las horas fueron pasando, él siguió tomando y yo me fui desesperando porque en el fondo sabía que, cuando llegara el momento, no iba a poder decir que no. Pero entré en negación y le di las llaves al dueño de la casa: "Por favor, guárdalas tú y, cuando te las pida, dile que no las encuentras para que se vaya en taxi a su casa" (qué ilusa). "Ok, Ale, no te preocupes; no se las daré", me dijo y confié.
Fernando, el dueño de la casa; Alejandro, mi compañero abstemio y Renzo, el terco. |
Más horas fueron pasando y ya era momento de la despedida. "¿Tienes mis llaves? ¿Me llevas a mi casa, ¿no?", preguntó. "Las tiene Fer. ¿Por qué no te vas a tu casa en taxi y dejas acá tu camioneta? Tú no puedes manejar así y yo no tengo mis documentos acá". "Ya, no te preocupes: yo manejo, entonces". Mi cara de culo apareció. "¿Qué parte de 'no puedes manejar' no entendiste?". "Sí la hago, Ale. Manejo desde hace muchos años y siempre soy muy cuidadoso", dijo terco como una mula. Le comenté que no tenía sus llaves y fue a preguntarle a Fernando, quien finalmente sucumbió ante la presión.
Carajo, ¿y ahora qué hago? Él no va a querer dejar su camioneta acá y no puedo dejar que maneje solo hasta su casa porque me importa demasiado. Pero nunca he manejado una camioneta y creo que la suya es automática. ¿Y si nos paran en el camino? ¿Y si me suspenden el brevete? ¿Y si choco? CARAJO, ¡¿QUÉ HAGO?!
Después de debatirlo por varios minutos, decidí que lo mejor era acompañarlo hasta su casa como copiloto, porque al menos él sí tenía brevete. Entramos al carro y, cuando me di cuenta de que ni siquiera podía encenderlo y que esa no sería una bonita forma de morir, me armé de valor y le dije con miedo: "Sal de acá; yo manejo".
Me senté en el asiento del conductor y sentí cómo rápidamente mi cuerpo se iba tensando, como me pasó con el caballo. Me hizo una breve explicación de cómo manejarlo y, cuando me percaté de que el carro era mecánico, pensé "esto no puede ser tan malo".
A ver, mierdecita. Espero que nunca te olvides de esto que voy a hacer por ti. Botón de encendido, luces, cinturón. ¡NO TE DUERMAS! Embrague, primera, avanza. ¡Lo hice! Tiempo estimado según Waze: 25 minutos. Bacán, 25 minutos de siesta para él y 25 minutos de tensión para mí. Debo quererlo demasiado. Ok, ya avanzaste unas cuadras. Puedes hacerlo. Carajo, se apagó el carro. No importa. Hazlo de nuevo. ¡Lo estás haciendo bien! Un patrullero detenido y sí o sí tengo que pasar por su costado. ¡NOOO! Vamos, Ale; peores cosas has hecho (?). Respira, respira. ¡Lo hiciste!
De pronto todo fue más fácil. Llegamos a su casa antes de la hora estimada, la camioneta intacta, él vivo y yo sin ningún castigo. De regreso a mi casa, sentí cómo mi cuerpo volvía a la vida, al mismo tiempo en que él me mandaba un mensaje con un gran "GRACIAS".
Pensé en las cosas que, a pesar del miedo, he hecho por otra persona y en cómo nos transformamos cuando solemos querer mucho a alguien: miedosos, un poco confiados, algo invencibles, pero, sobre todo, un poco (bastante) tontos.