lunes, 19 de agosto de 2019

La vida que pasa

El otro día (pudo haber sido ayer o hace dos meses) caminaba con una amiga mientras nos congelábamos hasta los huesos y conversábamos sobre diversas cosas de la vida.

La larga caminata vino después de haber recorrido varias ferias en Barranco y de sentir que mis rodillas crujían luego de subir unos escalones altos. "La vejez me está llegando", recuerdo que le dije. Luego, en pleno malecón, recuerdo haber conversado con Clau sobre cómo ahora somos más conscientes (al menos nosotras) con las cosas que decimos, cómo las decimos y a quién se las decimos, y cómo solemos agregar cosas a nuestra lista de pendientes como si el dinero nos cayera del cielo. "¿En qué momento crecimos y nuestra vida se convirtió en pagar deudas?", dijo Clau.

Pero no solo eso. Tengo 29 años y no recuerdo el momento en que mi vida se convirtió en guardar recibos y estados de cuenta por si más adelante los necesito o por si quiero tener un historial crediticio. No sé cómo (ni por qué) me acostumbré a guardar mis sentimientos y no soltarlos cuando en ocasiones solo quiero decir "¿te puedes callar?", "no quiero estar aquí", "a la mierda esto". No sé en qué momento me llené de matrimonios, baby showers, velorios y en algún lugar del camino entendí que los cambios y soltar son buenos. Que si alguien ya no forma parte de mi vida está bien. Que deje de hablar seguido con alguien, porque nuestros ritmos de vida son distintos, está bien. Que si decido quedarme en casa en vez de salir con amistades está bien.

¿Cuándo mi piel dejó de estar como potito de bebé (aunque mis manos lo siguen estando, según mi Mamina) y aparecieron las ojeras y las líneas de expresión que no se me van con nada (en realidad, sí se me podrían ir, solo que estoy tan acostumbrada a no usar cremas que sigo sin animarme a adquirir una)?

¿Cuándo me metí el chip de que la imagen lo es todo y que tener contactos te abre muchas puertas, en lugar de las capacidades de una persona? ¿Por qué mandar a la mierda se volvió tan difícil cuando antes no solía serlo?

Qué difícil –pero necesario– se convirtió recibir críticas y tomarlas como constructivas, responsabilizarme de mis propias acciones porque papito ya no vendrá a salvarme siempre (pero me dio las herramientas para hacerlo por mí misma), saber cuándo quitarme esa venda de los ojos porque ahora sé que nadie me la quitará por mí,  

No me falta mucho para cumplir 30 y ese día, especialmente, mientras regresaba a casa, pensé mentalmente en las cosas nuevas que tengo en mi vida, las nuevas costumbres y manías, y que no me había percatado.

Como cuando se te queda un pedazo de perejil en el diente todo el día o como cuando lo que siempre quisiste estuvo frente a ti todo el tiempo y nunca lo supiste.

A veces se nos pasa la vida y nosotros ni cuenta.



10 comentarios:

  1. Creo que con el tiempo dejamos de ser esos niños chillones que hacían lo que querían por capricho.
    Con el tiempo aprendemos a dejar de hacer berrinches y eso es bueno. Con el tiempo aprendemos a fingir a ser ese adulto que apagó al niño chillon, pero que lo dejan jugar libremente.

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    1. Qué bonito suena la última frase :) Gracias por comentar, Wilsson Only.

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  2. Que tierna, histérica, noble, genuina y desastrosamente irresponsables éramos... Lo más cerca que estuvimos de la libertad... y la felicidad venía ahí pegadito. Dos besos.

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    1. ¡Y no lo sabíamos! Yo lo que ahora siento es una mezcla de emoción y miedo, y decepción de mí misma porque algunas cosas no las valoré lo suficiente como pude hacerlo. Un abrazo y gracias por comentar :)

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  3. Emoción y miedo... Entonces vas por buen camino. Y lo de decepcionada... a veces creo que en esas etapas no estamos preparados para entender, o valorar, algunas cosas o situaciones. Pero a no castigarse. A los 60/70 vamos a sentir lo mismo por éste tiempo.

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    1. Exacto, no somos conscientes de muchas cosas, pero ahí vamos :)

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  4. Momento filosófico. La vida es muy cambiante, cuando pienso en esto me acuerdo de la película kungfu panda, cuando Oogway le dice a Shi-fu que olvide la ilusión del control. Consciente o inconscientemente cambiamos para adaptarnos a los entornos y situaciones.

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