Existen situaciones tan alucinantes que hacen que te preguntes –como dice la letra de la mejor canción de este planeta, Bohemian Rhapsody de Queen– si son parte de la vida real o son sólo fantasías.
Aquí algunos ejemplos:
- Típico que tienes varios días o semanas para entregar un trabajo, pero como tú eres vag@ como yo (mejor dicho, te gusta la adrenalina como a mí), el 99.99% de las veces empiezas a hacer dicho trabajo a las 10 de la noche del día anterior (y debes entregar el trabajo a primera hora de la mañana). Lees las indicaciones, entiendes exactamente lo que tienes que hacer, preguntas a tus conocidos, consultas hartas páginas, le metes el rico copy-paste y el floro que sólo tú sabes meter –qué fuerte– y listo. Terminado el trabajo, le das click a la equis que aparece en la esquina superior, lees la pequeña pestaña que aparece y en donde se te pregunta si deseas guardar los cambios en tu documento y tú, sin saber cómo ni por qué, le das click a “no”. Cuando te percatas de la situación, te quedas sin poder mover ni un músculo de tu cuerpo porque te preguntas cómo has podido ser tan cojud@ al no guardar tu trabajo y observas fijamente la pantalla como diciendo “¡regresa, por favor!”.
No, no regresará, flac@. Así que, caballero nomás, lo único que te queda es volver al inicio, hacer memoria de cada cosa que copiaste/floreaste y esperar, con todos los dedos cruzados, que el texto quede tan paja como el primero. Obviamente, no lo será.
- Todos saben que, para conquistar a un(a) chic@, llevas a cabo estrategias de conquista, como, por ejemplo, interesarte por las cosas que a él/ella le gustan, escuchar la música que él/ella escucha y hacerte amig@ de los individuos más cercanos a su círculo social. Todo funciona a la perfección hasta que, cuando por fin te has armado de valor para decirle a esa persona cómo te sientes, él/ella te confiesa que le gusta alguien más, quien, odiosamente, es la persona con la que mejor amistad has entablado.
Desde ya te lo digo: la has cagado. Pero lo bueno es que tienes dos opciones principalmente: 1) aceptar tu derrota y olvidarte de esta persona o 2) dejar tus sentimientos de lado y seguir siendo amig@ de él/ella y de su casi-casi. Ya todos sabemos la respuesta, ¿no? Claro que sí: como te gusta sufrir, eliges la segunda opción. Al/la otr@ le aconsejas cómo debe comportarse y a él/ella le recomiendas qué táctica debe seguir para declararse al fin. Y lo haces una y otra vez, cada vez que él o ella te pide consejos. En este caso, o puedes ser demasiado buena gente o demasiado cojud@. Lo cierto es que, al fin y al cabo, tú eres el/la chic@ triste que l@ hace sonreír. Nada más.
- Un atraso menstrual, ya sea causado por sexo o por otros factores, siempre tendrá la máxima potencia de alteración, nervios, estrés y pánico para las mujeres en especial. Si previamente tuviste sexo, sabes que, probablemente, la has cagado (te hayas protegido o no) y que en tan sólo un par de meses ya tendrás que ir pensando en el nombre del critter y en cómo carajo vas a cuidarlo. Si no has tenido sexo (no, no vas a ser la Virgen María contemporánea), puede deberse, entre otras cosas, al cambio de clima, estrés o mala alimentación. Y como no sabes cuántos días más demorará en venir la regla, te pones una toalla higiénica diaria por si acaso. A la segunda semana, cuando ya te has hartado de usar toalla por las huevas, te pones en modo ingenua y te dices a ti misma “si no ha venido en una semana, ¿por qué tendría que venir hoy?”
Y justo hoy, cuando decidiste ponerte esa falda semi-transparente o, peor aún, ese pantalón blanco que tanto te gusta, la maldita regla te coge de lo más desprevenida: en la calle, rodeada de tu amor platónico o de tus amigos y sin nada a la mano con lo que puedas cubrirte. No digas luego que no te avisé.
- Es verano, por lo que antes de su llegada desempolvaste tus viejos trapos y ahora tu clóset está lleno de sandalias, faldas, leggins, BVDs, polos cortos y bermudas. Como toda la semana ha hecho un calor de los demonios (ese mismo que te hace querer arrancarte la ropa para dejar de sudar como cerd@, donde sea que estés), esta mañana te despiertas decidid@ a ponerte esa falda o ese bermuda/BVD que te compraste el fin de semana y la/el cual adoras. Te bañas, te cambias, te arreglas, te miras al espejo satisfech@ con tu imagen, sales a la calle y lo primero en que te fijas es que no sólo no ha salido el sol, sino que hay tanta neblina que ya se te comienzan a erizar todos los pelos de tu cuerpo. Justo en el día en que no regresarás a tu casa hasta las diez de la noche y justo en el día en que te toca estar al aire libre. Y tú creías que el sol no es troll.
- Cuando haces cola, sea en una entidad financiera/caja del supermercado o algo por el estilo, (casi) siempre te parecerá que la otra cola va más rápido que la tuya, así que, bien inteligente tú, te pasas a la otra cola y observas que, curiosamente, la cola en donde estabas segundos antes comienza a avanzar. Pensando que eres la persona más viva y hábil del mundo, regresas a tu fila esperando a que el "beneficio del avance rápido" continúe para que puedas hacer lo que viniste a hacer y retirarte al fin a tu sacrosanto hogar.
Pero no podrías estar más equivocad@, ya que tu fila se detiene tal como al inicio y la otra fila vuelve a avanzar. Haces lo mismo de antes y te vuelves a pasar a la otra fila, sólo para que tengas una suerte de perros y que la persona que está atendiendo en ese momento tenga "una llamada en la línea 5" (anunciada por la tipa con voz arrecha en el altavoz), por lo cual DE NUEVO te pasas a la otra fila (junto a todo un grupo de personas) para que pases no sólo a una fila llena, sino que, en realidad, son dos filas en una. El otro cajero regresa, las filas avanzan y cuando ya es tu turno, ¡oh, sorpresa!, es la hora del lunch, por lo que los cajeros se largan poco más y riéndose en tu cara.
- Murphy nos advierte sobre nuestra relación con los transportes públicos y nosotros seguimos sin tomar las medidas respectivas. Digamos que tienes una importante reunión de trabajo y es crucial que llegues a tiempo (y mejor si llegas antes de la hora pactada). Te arreglas cuidadosamente y repasas mentalmente lo que tienes que decir y cómo lo vas a decir para convencer a tus posibles clientes. Cuando ya estás list@, sales de tu casa y te diriges al paradero más cercano. Levantas un brazo, la combi se detiene y tú, cuando estás a punto de subirte, te das cuenta de que te has olvidado tus archivos en casa. Te puteas a ti mism@, giras y regresas a tu casa corriendo como gacela (porque aquí comienza a darte pánico la posibilidad de llegar tarde a tu destino). Sacas tu llave y tratas de meterla en la cerradura, pero la perra no quiere entrar porque pareciera que, mágicamente, hubiera cambiado de forma. Cuando, por fin, abres la puerta, miras a tu alrededor y te das cuenta de que dejaste esos archivos en el primer objeto que ves al entrar a tu casa: tu sillón favorito. Corres, los coges y vuelves a correr con dirección al paradero y con la idea de que ahora sí podrás ir a tu destino. Pero lo peor está a punto de ocurrir.
A diferencia de la primera vez que estuviste ahí, la combi que te lleva ya no pasa cada cinco minutos: ahora pasa cada veinte y con tantos pasajeros que con uno más podrías ver cabezas saliendo de las ventanas. Descartadas las combis, alzas el brazo para parar un taxi. El primero no te hace caso, el segundo no va hasta allá y el tercero, porque ese día se levantó con el pie izquierdo, quiere cobrarte casi el doble de lo que normalmente te cobran hasta allá. Reniegas pero, como sabes que es tu única opción, entras al taxi y te quedas calladit@ hasta llegar a tu destino. Asco de vida.
Lamentablemente, la respuesta a la pregunta inicial suele ser la primera.
Así es, señores. Pasa en las películas, pasa en TNT, pero, sobre todo, pasa en la vida real. Aunque ustedes no lo crean (o sí, sólo que no lo hacen hasta que les ocurre).
* Gracias, Johan Urdiales (@frikisexual), por la contribución con el quinto ejemplo.