Tengo una amiga que trabaja para una casa de ancianos.
La semana pasada, mientras conversaba de la vida con su
anciana favorita, esta le contó la siguiente historia:
«Lo conocí en la universidad, a mitad de la carrera. Él
venía de otra parte, por lo que aproveché su mirada perdida para acercarme.
Cuando lo vi por primera vez, pero realmente lo vi, sentí un nudo en el
estómago. Un nudo que me hacía sentir que nunca había sentido eso por alguien
más. Un nudo que me decía “él es el hombre de tu vida”.
Sus rulos eran oscuros y perfectos y su piel era clara y
suave. Como él no conocía a nadie, no tuvo problema en hablarme.
En las semanas siguientes, me dediqué a enseñarle los
pabellones de la universidad, los tips
para los profesores, los mejores rincones. Poco a poco nuestras conversaciones
se fueron ampliando a la música preferida de cada uno, los grupos predilectos,
los hobbies, las experiencias, los
gustos, los planes, los sueños. Al terminar la universidad, éramos inseparables
y yo no podía esperar para casarme con él.
Sin embargo, el tiempo hizo de las suyas y, por trabajo, nos
separamos para luego encontrarnos 14 años después. Él estaba cambiado y casado,
pero yo seguía soltera y perdidamente enamorada de él.
Lo volví a ver unos cuantos años después, cuando ya se había
separado. “Esta es mi oportunidad”, pensé. Pero mi oportunidad no se dio nunca.
Pasaron los años y la situación estuvo marcada por la distancia, como siempre,
sin darme cuenta, lo había estado.
Ahora, 65 años después de haberlo conocido, sigo pensando
que él es el amor de mi vida. Pero tú sabes, Ximenita: algunas cosas,
simplemente, no están destinadas a estar juntas».