viernes, 17 de junio de 2011

Para papá


Cuando era una critter, pensaba que mi papá era una especie de superhéroe. Pero no cualquier superhéroe, sino EL superhéroe.

El inmortal, el que vencía a todos, el que me sacaba de apuros, el que solucionaba mis problemas en segundos, el que arreglaba mis juguetes, el que me consolaba cuando tenía pesadillas, el del espíritu de niño, el que me llevaba al parque a volar cometa, el que me engreía, el que sabía todo sobre todo y sobre todos, el que me sanaba cuando estaba enferma, el que me aliviaba cuando estaba adolorida, el que me cocinaba, el que me enseñaba algo nuevo cada día, el que me hacía reír con sus chistes y su risa, el que me cuidaba y me protegía, el que me sacaba conejos y chucaques, el que me quería.

Ahora, a mis 21 años, sé que mi papá no es inmortal, pero hasta ahora sigue siendo mi superhéroe de siempre.

Feliz cumpleaños, papá.


martes, 14 de junio de 2011

La historia (im)perfecta


Hace no mucho, encontrado en mi dashboard de Tumblr, escribí esto en mi perfil de Twitter: “amor a única vista es cuando ves en la calle a alguien que realmente te gusta, pero los dos siguen caminando en direcciones diferentes”.

Varias personas respondieron informando que se habían identificado, mientras que otras, incluido un profesor de mi universidad, me mandaron links con historias parecidas. Este fue uno de ellos: http://www.elmundo.es/elmundo/2008/07/27/gentes/1217161796.html

Por mi parte, me acordé de algo que me sucedió hace un par de años, cuando aún viajaba en combi (ahora les tengo pánico).

Me había sentado al lado derecho, en el asiento que está al lado de la puerta. Observando a cada individuo para matar el aburrimiento, me percaté de la persona que acababa de subir al carro y de sentarse detrás del conductor, en un asiento colocado de costado: era un chico joven, delgado y simpático. Lo miré fugazmente y volví a lo mío (a la nada), jurando que ni en un universo paralelo postraría su mirada en mí (estaba vestida de negro, con capucha y con los mocos escapándose de mi nariz). Pero después de unos segundos, noté una mirada dirigida hacia mí. Vencida por la curiosidad, giré lentamente la cabeza y lo vi a él, mirándome fijamente. Le devolví la mirada, la desvié y “caletamente” me vi en el reflejo de la ventana, buscando algún moco o algún otro elemento que podría considerarse como motivo de burla en mi rostro. Como no encontré nada, decidí voltear una vez más y volví a verlo. Esta vez, en su rostro se dibujaba una sonrisa inocente –porque no era una sonrisa gilera ni enfermiza, sino una sonrisa tierna y bonita–. Le devolví la mirada y sonrisa de la misma manera y, una vez más, desvié la mirada para armar mentalmente la historia perfecta: nos bajaríamos en el mismo paradero, él me haría el habla y yo le seguiría la corriente, iríamos a comer algo, nos intercambiaríamos correos, saldríamos un par de veces, estaríamos, nos casaríamos y tendríamos hermosos critters. Pasados otros segundos, noté que el cobrador se le acercaba para cobrarle (valga la redundancia). Mi chico (sí, ahora había pasado a ser mío) le pagaba, recibía el boleto, escribía algo en él y le decía algo al cobrador.

No entendía nada hasta que el cobrador se acercaba a mí y, sin decirme nada, me ponía el boleto en la mano, en el cual decía “hola” con una carita feliz más su correo. Yo me sonrojaba, volvía a verlo y a sonreírle por última vez (porque el carro se había detenido en mi paradero), me levantaba, bajaba de la combi y caminaba hacia mi casa, contenta por lo que acababa de pasar y emocionada por lo que podía pasar en el futuro.

Llegué a mi casa prácticamente corriendo, saludé a mis papás, cené en 3 minutos, prendí la computadora, abrí Hotmail temblando de la emoción y todo, TODO para darme cuenta de que había perdido el papel.

Mierda.

miércoles, 8 de junio de 2011

Detalles

- Dile lo que sientes (te quitarás un peso de encima)
- Búscal@ y abrázal@ hasta dejarl@ sin aliento
- Engríe y déjate engreír
- Exígete y sorpréndete a ti mism@ con lo que puedes llegar a hacer y ser
- Rompe la rutina
- Sigue y haz lo que te apasiona
- Visita a tus abuelos, aunque sea una vez a la semana
- Agradécele a tus papás por lo que hacen por ti
- Di “te quiero” (pero sólo si de verdad lo sientes)
- Lee un libro, te lo suplico
- Grita, sonríe, llora, ama, observa, ríe, canta
- Cáete y levántate
- Experimenta en la cocina
- Aprende un nuevo idioma
- Conoce nuevos lugares y prueba nuevas comidas y platos
- Aléjate de las redes sociales por un tiempo
- Adopta una mascota
- Corrige –de una vez– tu ortografía
- Cambia tu look
- Date un gusto de vez en cuando
- Manda a esa persona al carajo
- Afronta tus miedos
- Protégete
- Asume tus errores
- Camina y besa bajo la lluvia
- Ríete cuando hagas el ridículo
- Termina con esa relación que no te hace feliz
- Échate en el pasto hasta olvidarte de tus problemas
- Saluda al panadero, bodeguero, guachimán, etc.
- Vive

Pequeños detalles que hacen que la vida sea más bonita.

Nota: escribir este post me hizo acordar a uno de mis videos favoritos –Usa protector solar. Véanlo; no se arrepentirán.


lunes, 6 de junio de 2011

Hembra de mesa


No pensaba quedarme.

Me desperté sintiendo la fastidiosa presencia de las legañas pegadas a mis pestañas, la molestia de haber dormido pocas horas por mi vicio a las redes sociales y el olor a excremento de mi hijo puntiagudo (para los que no saben, tengo un erizo de mascota) impregnado ahora en mi pijama.

Me desperecé, me bañé, me cambié, desayuné leche chocolatada, cogí mi DNI, credencial y llaves y salí con esa idea –“no pienso quedarme”– taladrándome el cerebro.

Llegué al colegio odiando a todo el mundo: a mis papás, por la cara de decepción que pondrían al ver que no cumplí con mi deber porque preferí dormir; al puto encargado de la ONPE, por sacar mi nombre “aleatoriamente” para ser primera suplente de miembro de mesa; a la mente “brillante” a la que se le ocurrió encerrarnos allí desde las 7 de la madrugada hasta quién sabe qué hora y a todas aquellas personas que estarían durmiendo plácidamente en sus camas en ese preciso instante mientras yo estaba ahí, somnolienta, cansada, malhumorada y desubicada.

Subí las escaleras, busqué mi salón e instantáneamente vi los rostros de Leonisa (una señora de 50 y tantos años, a la que apodé así porque para la primera vuelta se puso un polo transparente, con el que todo el mundo podía ver su sostén fucsia de la misma marca) y Lenteja (un flaco de 20 y tantos años, inteligente, pero más lento que mi abuela), alegres (creo) por ver una cara conocida.

No pensaba quedarme, pero “qué chucha”, pensé.

Planeando una estrategia entre los tres para salir de ese sitio máximo a las 5 de la tarde, nos quedamos sentados en la mesa de votación esperando a que llegaran los materiales para entrar en acción. Los revisamos y nos dimos cuenta de que todo sería más fácil esta vez: ya no había tantos papeles para firmar, tantas cosas que ordenar ni tantas reglas que aprender.

A las 9:10 en punto, los materiales llegaron y, con ellos, el primer votante de la mañana –una señora de 70 años, aproximadamente–, quien se alejó de nosotros balbuceando una frase que no olvidé por el resto del día: “Que Dios nos ampare”.

A ella le siguieron personas que parecían que nunca habían votado en su vida (a pesar de pasar de los 30 años), que no respetaban el orden de llegada, que tenían miedo por lo que estaban a punto de cometer, que llegaron con sus critters para que estos metieran su dedo en el pomo de tinta morada (como si esto fuera lo más genial del mundo), que se demoraban segundos y minutos en votar, que se quejaban por manchar sus manos y, lo peor de todo, que no sabían cuál era su dedo medio y el índice (puedo comprender que, por presión, te olvides de cuál es tu dedo índice, pero, carajo, ¡¿EL MEDIO?!).

A las 15:40, luego de embutirme un paquete de galletas de mantequilla y otro de galletas de agua, 3 caramelos de limón, un Cereal Bar y media lata de sardinas con tuco (para que vean que estaba convulsionando de hambre), todos los miembros de mesa comenzamos a ordenar los papeles para poder comenzar a cerrar votos a las 4 en punto, y nos afanamos tanto, que llegamos al punto de ver el reloj a cada minuto, como si estuviéramos en víspera de Año Nuevo.

Media hora después, la realidad nos cacheteaba a cada individuo presente en ese salón: Ollanta Humala no sólo ganaba en las mesas continuas, sino también en el flash electoral. Ante esto, alguien comentaba que “nos vamos a ir a la mierda”, mientras que otro le respondía: “hace rato que estamos ahí”. Fue lo último que escuché.