1) Cuando estaba en primaria, recuerdo haber ido con mi salón a un asilo para hacer labor social. Recuerdo que me dieron ganas de ir al baño, pero me resistí porque estaba animando a una abuelita con no recuerdo qué. Cuando me animé a interrumpir mi trabajo de claun y correr para descargar mi vejiga, me di cuenta de que el único baño disponible para nosotras estaba ocupado y que afuera había una cola de no menos de cinco personas. Cuando por fin me tocó a mí, empujé a la chica que salía del baño para darme pase, entré y me desabroché el botón del jean, pero ya era tarde: por primera vez en mi vida –sin contar cuando era critter, claro–, me había orinado encima (para colmo, el pantalón que tenía puesto ese día era de tono claro). Muerta de la vergüenza y presa del pánico, me quedé en el baño por varios minutos, aterrada por la reacción burlona que recibiría de mis compañeras. Cuando finalmente me armé de valor, abrí la puerta y dije, con la mayor convicción del planeta, “me resbalé” (el piso estaba empapado). Obviamente, ni los ancianos del asilo me creyeron.
2) Recuerdo que era un 14 de febrero y que me iba a encontrar con mis amigas de colegio en Pasquale, a una cuadra del Óvalo Gutiérrez, donde está el Cineplanet Alcázar. Como aún no tenía brevete ni pánico a las combis y similares, subí a un micro para llegar a mi destino, el mismo que tenía escrito en una de sus puertas “Alcázar”. Me pareció extraño que pusieran ese nombre como si el cine fuera el establecimiento más destacado del óvalo, pero lo relacioné con el Jockey Plaza o Larcomar (porque las coasters tienen escrito el nombre de este centro comercial en sus puertas) y pensé que mi lógica estaba bien (no traten de entender lo que hice ese día. Yo, hasta ahora, no entiendo). De más está decir que había cometido una reverenda estupidez, pues ese día terminé en una dimensión desconocida, a kilómetros de mi casa, rodeada de hombres que me violaban con la mirada y me ofrecían rosas rojas y sin ver a mis amigas. Definitivamente, el 14 de febrero más triste de mi vida.
3) Hace dos veranos, mi papá me inscribió en el gimnasio como regalo de Navidad y para eliminar los odiosos rollos (cosa que no tuvo éxito). Como nunca he sido fan de caminar sola (y, peor aún, en verano) y pensé que sería una floja de mierda al tomar taxi para ir al gimnasio que está a menos de 20 minutos de mi casa, le pedí prestada la bicicleta a la única persona que conozco de “mi barrio”: una chica de mi promoción de colegio. Verde y oxidada (la bicicleta), la recibí encantada. La monté y, aguantándome el dolor que le causaba el asiento a mi cuchi (entiéndase como «vagina»), me dirigí al gimnasio. Dos horas después, ya estaba regresando a casa. Y justo cuando me había acostumbrado al masoquismo, justo cuando me detuve en el semáforo rojo y justo cuando estaba a tan sólo dos cuadras de mi casa, la bicicleta se rompió –el timón se separó del resto del cuerpo; algo raro de explicar, pero encontré este gif para que se hagan una idea: http://24.media.tumblr.com/tumblr_lx53r60RCf1r3gb3zo1_400.gif
Como dicen por ahí, "trágame tierra".