A lo largo de mis 22 años, he descubierto (bien Einstein yo) que la vida es más que simplemente nacer, crecer, tirarte a las personas que quieres, pegarte la juerga de la vida, tragar como si no existiera el mañana, hacer lo que te dé la puta gana y morir.
No, señores. La vida es mucho más que eso.
La vida es eso que pasa mientras esperas a que el almuerzo esté listo, que la persona que te guste te haga caso, que tu mejor amigo(a) te responda el maldito teléfono o que tu cabello crezca después de un horrendo corte de pelo.
Es eso que pasa mientras esperas a que caiga el dos en el trono, mientras esperas a que el tipo que está encima de ti termine de una vez o mientras esperas a que, por fin, la eterna cola en el banco/cine/baño/lo que sea desaparezca y sea tu turno.
Pero también es eso que pasa mientras esperas que tu comida termine de calentarse en el microondas, que ese programa descargue de una pinche vez, que los profesores se dignen en colgar las malditas notas antes de que se acabe el ciclo y que la pizza llegue después de los 30 minutos para que sea gratis.
Asimismo, la vida es eso que pasa mientras sueñas despierto(a) sobre tu futuro estando en clase y lo que pasa cuando actualizas el Home de Facebook, sólo para darte cuenta de que únicamente tienes tres nuevos posts de tus amigos y todos son unas cagadas.
No olvidar que la vida es eso que pasa mientras yo escribo esto y tú lees aquello y mientras pasamos severas horas al día frente a la computadora mientras otras personas están viajando por el mundo, teniendo el mejor orgasmo de sus vidas o cumpliendo sus sueños.
Y así, sin que nosotros lo sepamos, se nos va la vida.