Hace 5 años que salí del colegio.
5 años desde que vi a muchas de mi promoción en un mismo sitio y 5 años desde
que dejamos el uniforme y nos preparamos para el futuro para ahora vivir el
futuro.
El 13 de octubre del 2012, llegué
al colegio esperando lo peor: las más chibolas mirando a sus mayores con mala
cara, las intermedias observando cada detalle de sus víctimas (quién engordó,
quién dejó de ser el patito feo para convertirse en cisne, quién triunfó en
este lapso y quién no ha cambiado ni un carajo) y las mayores recordando sus
travesuras escolares y comparándose entre promociones.
Felizmente, la realidad estuvo bastante
distante. Con lo que me encontré en aquel lugar que me acogió por 11 años fueron
caras desconocidas de todas las edades –felices de reencontrarse con sus amistades–,
señoras tomadas de la mano porque caminar solas les costaba trabajo, embarazadas
e interesadas en que se cogían la panza, figuras que se paseaban de mesa en
mesa para saludar y otras que se quedaban en un solo sitio con ganas de irse
ya.
El ambiente, dejando de lado la decoración,
era excelente. Y como ya lo temía, el bichito de la nostalgia y melancolía (ese
maldito lisiado) llegó para quedarse conmigo por el resto del día (¿cuándo será el día en que las vuelva a ver?
¿Cómo me veré cuando cumpla 25 años desde que salí del colegio? ¿Cuántas
llegarán a las bodas de oro?).
Luego de los sorteos, del desfile
de las exalumnas que ese día cumplían bodas de plata y bodas de oro, de la
canción entonada por todas las presentes, del almuerzo con toques alemanes, del
bailetón de las ursulinas (con invasión de mi promoción en el escenario) y de
haber ido tres veces al baño, el síndrome de la vejiga flácida había comenzado.
Salimos del colegio en mancha y
en menos de media hora estábamos casi todas en la casa de Crica. Tenía dos
horas para recordar y cagarme de risa, porque a las 9:30 tenía una cita. Luego
de un vaso de Coca Cola y otro de Sprite (juro que sólo fueron dos vasos), mi
vejiga estaba completamente fuera de control, haciéndome ir al baño unas cinco
veces en menos de una hora.
Llegadas las nueve, me preparé
para salir, no sin antes ir al baño por última vez (“por si las huevas”,
pensé). El plan era salir de San Isidro, pasar por San Borja para dejar a
Ximena en su casa y luego ir a Miraflores. Pero a mitad de camino supe que algo
iba a salir mal.
- Creo que quiero ir al baño de nuevo.
- ¿No fuiste al baño antes de salir, Cavag?
- ¡Sí fui! Pero ya conoces mi vejiga… No sé qué le
pasa. Sólo tomé dos vasos en la casa de Crica y fui varias veces al baño. Y
justo fui antes de salir.
- Ve a que te revisen. En serio te lo digo.
- De eso me encargo después. Chavez, ahora estoy
segura: NECESITO ir al baño. No la hago hasta Miraflores ni cagando. Te dejo y
voy al baño en tu casa, ¿ya?
- Ya, no te preocupes. Con tal de que aguantes...
- Puta madre, ¡no aguanto! ¡CARAJOOO, ME VOY A
ORINAR ENCIMA! Chavez, ni siquiera la hago a tu casa. ¡Tengo que parar en la
mía yaaa!
- ¡Aguantaaa!
Lo que vino a continuación pasó
en cuestión de segundos. Recuerdo haber manejado rápidamente (con el temor de
chocar con algo o alguien), estacionado afuera de mi casa de la peor manera,
salir de mi carro con la vejiga a punto de explotar, abrir la puerta, correr
por el garaje y pisado los primeros escalones cuando todo había acabado: a mis
22 años, acababa de orinarme encima por segunda vez en mi adulta vida, como
para cerrar la noche con broche de oro.
Medio salón en casa de Crica
En el colegio, luego del almuerzo
Con Ximena, mejores amigas desde 5° primaria
Con la Frau Brigitte, directora del colegio
Así estuve: tan cerca y tan lejos