jueves, 26 de mayo de 2011

Cosas que pasan


Llevamos juntos el curso de Ética y Ciudadanía en nuestro primer año de universidad. No llegamos a convertirnos en amigos porque nuestras conversaciones no pasaban de “hola, ¿cómo estás?”, pero teníamos amigos en común, lo que bastó para agregarnos mutuamente a Facebook y MSN. Un par de salidas con la gente, el fin del ciclo universitario y no volvimos a hablar ni a vernos las caras más.

Dos años después, yo anunciaba en mi status de Facebook que necesitaba a gente para un focus group, y él me confirmaba su asistencia en menos de cinco minutos. Pocos días después, lo volvía a ver en el estudio de mi universidad, con la misma cara dulce e inocente con la que lo había conocido tiempo atrás. Esa vez, del “hola, ¿cómo estás?” pasamos al “hola, ¿qué música te gusta? ¿dónde vives? ¿qué te gusta hacer?” y más.

Hablamos esa misma noche por MSN, dando inicio a una serie de conversaciones diarias que empezaban en la tarde y terminaban a altas horas de la madrugada. Después de dos semanas enteras de realizar esta rutina, se llevaba a cabo nuestra primera cita en el Té Burbuja de Miraflores a petición mía (yo siempre tan romántica). Él con su look del cabeza de balón Arnold y yo con mis apreciadas leggins y botas negras. Después de varias confesiones, risas nerviosas y coqueteo por parte de ambos, la cita llegaba a su fin con un beso inseguro, tierno y lento. No lo supimos en ese momento, pero aquello era el inicio de una nueva, intensa y bonita relación para ambos.

Estuve con Diego por poco más de siete meses. Reímos, lloramos, gritamos, nos extrañamos, jugamos, dormimos y peleamos. En resumen, yo lo amé y él me amó (o eso creo, al menos), pero todo llegó a su fin porque, entre otras cosas, caímos en la puta rutina y no supimos cómo salir de ella a tiempo.

Ahora, casi cuatro meses después de terminar, hemos regresado al “hola, ¿cómo estás?”, pero incluyéndole un “¿qué novedades?” y “¿qué haciendo?”. Nada más.

No somos mejores ni buenos amigos. Tampoco somos desconocidos, pero estamos en camino a serlo. ¿No detestan cuando eso pasa?

sábado, 21 de mayo de 2011

"Esto también pasará"


Desde las últimas dos semanas, me he despertado con una palabra taladrándome el cerebro: escapar.

¿No les ha pasado que su estilo de vida llega a afectarles tanto que alcanzan el punto de querer escapar de todo y de todos –o sea, mandar todo a la mierda–?

Eso me pasó el último miércoles. Estando en la cocina de mi casa y leyendo una aburridísima separata de sociología, se me juntó el estrés post-parciales, las crisis existenciales sobre mi carrera, la falta de motivación por ir a clases, la depresión mezclada con nostalgia y melancolía, la frustración por no estar en mi adorado Londres, las ganas aguantadas de buscarlo y abrazarlo, la choteada de él, las estúpidas decisiones que tomo llevada por el impulso, la adicción de mi madre al cigarro, las enfermedades inexistente de mi abuela paterna y el racismo de mi padre.

No aguanté más y decidí, en ese momento, escaparme de todo y de todos. Cerré mi laptop, me puse mis Converse, cogí mis llaves, comuniqué a mi madre que iría a dar un par de vueltas, encendí a Abelardo e inicié la marcha, sin destino específico.

Mientras manejaba y derramaba un par de lágrimas, no pensaba en nada más que en dejar todo el estrés y demás mierda atrás. Después de casi una hora, terminé deteniéndome en un parque de Miraflores y sentándome en una banca desde donde podía ver perfecto todo lo que sucedía a mi alrededor: flacas paseando a sus mascotas, flacos fumando y escuchando música con audífonos gigantes, niños y niñas guiando a sus padres, señoras a punto de colapsar por el frío y, lo mejor, parejas de ancianos tomados de la mano (para mí, una señal de que han sobrevivido a todo).

Cerré los ojos por unos segundos, puse mi mente en blanco, respiré profundo, abrí los ojos y sonreí, porque sabía que, por más que mi vida sea una mierda en este momento, “esto también pasará”.

lunes, 16 de mayo de 2011

Vueltas


15.05.11 Desubicada en el Hippie Sunday. Gato no contesta. Goro llama. Salgo con Abelardo. Koki me apura. Encuentro con el trío. Me hago la pichi (pero me aguanto porque estoy con el jean que me aplasta la vejiga y me saca poto). Malecón de Miraflores. Garúa. Frío y los dedos congelados de Sandy. Koki y su intento de ser fotógrafo. Tambores. Pichi. Perro que parece pony. Hippies (o ''intentos de''). Marihuana (axila con pasto). Faldas, malabares, trenzas. Happy brownie y empanada con lentejas y garbanzos. Fogata y el humo que humedece mis ojos. Flacas idas, bailando; flacos ricos, tocando. Pichi. Fotos, flash. Perdida, mareada. Marihuana en mi ropa y en mi nariz. Música, baile, caderas. Puchos. Pichi. Instrumentos. Frío. Koki desaparece. Sandy desaparece. Yo me quedo ciega. "¿Eres hippie?", pregunta. "No, acá nadie es hippie", respuesta. Vergüenza, choteada, risas. Aburrimiento. Pichi. Temblamos de frío. Nos alejamos. Encontramos los juegos. Nos subimos a uno, los cuatro a la misma vez. Piernas moviéndose. Ganas de vomitar. Gritos, orgasmos y puteadas. Vueltas, vueltas y vueltas.

Llego a mi casa, hago pichi y me tiro en el sofá pensando solamente en eso: vueltas.

domingo, 8 de mayo de 2011

Para mamá


Retrocedo en el tiempo y me doy cuenta de que mi memoria es una perra.

No tengo muchos recuerdos específicos de mi madre y yo desde que nací hasta que cumplí los 17. Pero recuerdo que era ella la que me compraba mis peluches, la que salía de la casa con su pijama de Betty Boop y bata color pastel a despedirnos cuando teníamos colegio, la que gritaba mi nombre en las marchas/actuaciones escolares cuando todo el mundo estaba callado, la que me hacía mi tortilla de lechuga cuando estaba “a dieta”, la que dejaba un paquete de Chocman en mi cama para que yo lo viera al regresar a casa, la que me compraba las prendas que quería cuando se lo anunciaba un día antes, la que me regañaba por la cuenta de teléfono, la que me hacía sentir como oruga cuando me arropaba antes de dormir, la que entraba a mi cuarto sin tocar la puerta, la que se contagiaba de nuestros gustos musicales, la que me interrogaba como criminal antes de salir, la que me llamaba si me demoraba 5 minutos.

La que me dio la vida, la que me hizo yo.

No importa si nunca llegas a leer esto. Con que sepas que te quiero infinitamente es suficiente.

Feliz día, mamá.

viernes, 6 de mayo de 2011

No sé

Ayer me dieron ganas de escribir, pero no sabía de qué ni por qué.

¿No les ha pasado que, a veces, piensan o se sienten de determinada forma y no saben cómo y/o a qué se debe?

Como cuando te gusta esa persona, pero no encuentras una razón que lo explique, por lo que tu respuesta siempre es algo como “tiene un no sé qué, que qué sé yo”. O como cuando estás haciendo algo (o nada, para variar) y comienzas a sonreír sin razón alguna. La gente te pregunta qué es lo que pasa, si acabas de tener un orgasmo o si estás sufriendo de algún calambre en la boca (me han preguntando ambas, ¿pueden creerlo?). Nuevamente, tú no sabes por qué sonríes, pero te alegras de que sea así.

Seguro también te ha pasado que eliges a A en lugar de B sólo porque hay algo (no sabes qué) que te llama la atención del primero, o que Ambrosio te cae pésimo y evitas, a toda costa, tener contacto con él. ¿Por qué? No sabes, simplemente hay algo en él que te repudia y punto.

Y el ejemplo más actual (gracias a la contribución de @sandrojurado): "como cuando terminas de ver el video de Marca Perú y quieres ser embajador peruano, sin saber qué chucha significa".

Podría seguir con los ejemplos, pero creo que ya me entendieron la idea.