sábado, 4 de septiembre de 2010

La importancia de los 10 minutos

Gracias al sueño que tuve hace poco, me apeteció indagar en mi memoria y desenterrar el momento de mi primera vez: las cosas que dije, que pensé, que hice y que sentí (o que nunca llegué a sentir, quizás), por lo que forcé, durante varios minutos, mi memoria para recordar, y el recuerdo no tardó en llegar.

Desperté ansiosa, nerviosa, emocionada. Sabía que hoy era el día. Hoy cambiaría mi vida para siempre.

Como ya le había comentado mi plan a mis queridos padres, ese día, durante el desayuno, papá me hablaba de las precauciones que debía tener y mamá me decía que tuviera cuidado y me deseaba suerte (“no se necesita suerte para eso”, pensé yo). De cualquier forma, las palabras que ambos soltaban de sus bocas me entraban por un oído y me salían por el otro: él estaba tatuado en mi mente.

Habíamos tenido problemas en el pasado (él me había cagado dos veces y se había ido con otra flaca), pero todo había quedado atrás. Esta vez, seríamos solo él y yo –aunque si alguien quisiera acompañarnos alguna vez, no me negaré. Y no creo que él tampoco lo haga.

Después de 30 minutos de viaje, había llegado, finalmente, a mi destino. Nerviosa hasta más no poder, tomé aliento y me arriesgué. Y aquella experiencia no duró más de 10 minutos –“¿tanta preparación por 10 putos minutos?”, reclamé–.

De regreso a casa seguía pensando en él y contando los minutos para volver a verlo. ¿Habrá llegado antes que yo? ¿Me estará esperando o se habrá ido con otra flaca? A medida que me iba acercando, mi corazón comenzaba a latir salvajemente; mi cuerpo, a temblar incontrolablemente. ¿Estará él tan excitado como yo por nuestro encuentro?

Ya estaba casi ahí, y en lo único que pensaba era en tocarlo, olerlo, besarlo, acariciarlo, montarlo y disfrutarlo por 10 minutos, 10 horas, 10 días, 10 meses y etcétera.

Cuando llegué finalmente a la casa, él ya estaba ahí, quietecito, esperándome. Lo miré y supe que él también había estado esperando con ansias ese día.

No era su primera vez; sin embargo, sería la primera vez de los dos. La primera vez en que ambos disfrutaríamos del mutuo placer sin preocuparnos de lo que pasaría después, porque él y yo sabemos que la protección (y quizás unos cuantos billetes) nos salvaría siempre.

Era la primera vez. Mi primera vez en que, por fin, manejaría el carro con brevete.

14 comentarios:

  1. YO SERÉ UNO DE LOS QUE TE ACOMPAÑARÁ ALGUNAS VECES...JAJAJA Y MIRARÉ QUÉ TAL LO HACES...

    ResponderEliminar
  2. Jajaja buen final, mi mente habia volado un poco no lo voy negar. nos vidrios.

    ResponderEliminar
  3. Gracias! Esa era la intención. Saludos.

    ResponderEliminar
  4. Jajajaja te juro que cuando comenzé a leer me quedé WTFFFFF?! buen final mujer, un post muy divertido :)

    ResponderEliminar
  5. Noo de nuevo caí!!, me sacaste una gran sonrisa :D!
    siempre mal pensados todos jaja
    (Angelo)

    ResponderEliminar
  6. Jajaja. Gracias, Angelo :) Vale decir MISIÓN CUMPLIDOS porque todos están cayendo, jaja.

    ResponderEliminar
  7. Es la tercera vez q leo algo parecido y la tercera vez q caigo en esos pensamientos cochinosos...

    "Como ya le había comentado mi plan a mis queridos padres, ese día, durante el desayuno, papá me hablaba de las precauciones que debía tener y mamá me decía que tuviera cuidado y me deseaba suerte" <-- ni eso causo pudo prevenirme...

    tambien me eh reido xD Gracias, xq lo necesitaba!

    ResponderEliminar
  8. Jaja. De nada, Kari :) Espero volver hacerte reír con otra entrada. Saludos.

    ResponderEliminar
  9. Oye tú! te gusta torturarnos no? ¬¬

    ResponderEliminar